jueves, 9 de diciembre de 2010

De nuevo


Eran las 10 am y el sol despuntaba mientras mis ánimos seguían un día más cuesta abajo. Los contrastes siempre han sido una ley en mi vida. Así que un día con buena pinta significaba un ocaso emocional rotundo.
Me desperecé de una larga siesta y después encendí la computadora que había quedado enterrada entre mis sábanas. Cuando abrí la bandeja de mensajes leí uno muy peculiar.
“Pig:
Mañana te veo a las 10 en el metro Mixcoac para ver a Ale.”
Entonces recordé que había algo que hacer ese día además de leer y vagar. Después de todo, una chica no viene mal a tempranas horas. Era amiga de Harry y decía que le gustaba lo que yo, de vez en vez escribía. De nuevo el niño había sido generoso conmigo. Sabe muy bien el estilo de chicas que me atrapan enseguida. Por eso supuse que tras haber invitado a una chica a casa debía ser una buena complacencia.
Por esa razón me enfundé en la misma ropa que tenía encarnada desde hacía dos días y me dirigí al punto de encuentro.
Llegué a la hora acordada y esperé unos minutos hasta que por fin llegó mi amigo.
-Le dije que tú podías recogerla pero al terminar de escucharlo me advirtió que no vendría. prwdicó calamitoso.
-Es lógico- dije petulante- los hombres listos suelen ser un problema.
Enseguida ingresamos al metro y saltamos el torniquete en vista de que no había cerdos en la costa. Aguardamos a que la chica llegase.
-Te va a encantar- dijo Harry-Es alta y flaquita.
-Confío en tus gustos nene-le dije muy despreocupado.
Transcurrieron varios minutos y aún no había rastro de la chica.
-Si me deja plancha se la voy a hacer de pedo- espetó Harry un poco airado.
-Lo entiendo, aún no me conoce.
-Es majadera como tú y yo we.
-Confundes demasiado la franqueza con la leperada. Eres muy ternera aún.
Permanecimos largo rato en el andén. El frio que se disipaba por los alrededores parecía más recalcitrante que en la superficie. Por un momento pensé en regresar a casa enseguida.
Harry secundó mis pensamientos.
-Si no llega en este tren nos vamos a casa we.
El rumor del vagón que se avecinaba se escuchó en cada instante más próximo. Al tiempo que llegaba, Harry iba dibujando en su semblante un gesto confortable.
-Ya llegó
-¿Cómo lo sabes?
- La vi en los primeros vagones que acaban de pasar.
Y era cierto. Entre toda la muchedumbre que descendía destacaba de inmediato una figura espigada y esbelta. El niño no mentía. Sencillamente era magnífico tan sólo al verla de lejos. Era una chica de esas para sacudirse la melancolía de inmediato.
Al acercarse noté con mayor énfasis lo estupenda que lucía. De inmediato distinguí una pequeña nariz muy estética, un tanto juguetona. Además, mostraba unos labios estrechos y discretos, y además unas piernas magníficamente alargadas que empataban de lo lindo con sus brazos bramantes y extensos. Me puse a imaginar lo bien que me vendría ver a un cuerpo así de tales proporciones retozando desnudo en cama o desfilando por mi cuarto sin pudor alguno. No había incongreuncia entre el placer y la vista.
Sin preámbulos nos dirigimos hacia casa de Harry. Mientras avanzábamos entre las calles noté cómo se anunciaba el contoneo de sus nalgas discretas y naturalmente izadas. Su voz poseía un timbre muy tenue y sosegado. Además, mostraba una actitud plenamente apacible.
Me puse a pensar que el día no estaba tan mal después de todo. Cuando menos ninguno mostró prisa o alteración.
Se me puso dura un rato hasta llegar a casa. Después pasamos del silencio inicial al contacto entusiasta y luego al tacto desinhibido sin más.
Mi Amigo me había puesto en sobre aviso que la chica era inescrupulosa y emprendedora. Sin embargo, conforme el tiempo transcurría, se dejaba ver un poco recatada y esquiva. En algún momento conseguí hacerme de su compañía completamente a mi lado. Entonces asimilé el olor almibarado que despedía de su cabello, sus axilas, su cuello y su estrecha y alargada espalda. Tenía una espalda despoblada de imperfecciones exceptuando una leve cicatriz que justificó como producto de una mordida canina. En sus omoplatos saltaban a la vista algunos lunares que seguramente seguían resbalando hasta la parte baja. También poseía una piel demasiado dúctil.
Por esa razón mis dedos se avocaron el resto de la tarde a dilapidar en mi mente cada uno de sus pliegues, cada uno de sus rincones y cada uno de sus contornos.
-Tocas muy bien el cuerpo- Me dijo de pronto con una sonrisa que mezclaba malicia e incredulidad.
Eso provocó que yo soltase una buena risotada. Sucedía de nuevo. Las mujeres son completamente responsables de mi actitud presuntuosa. Ellas siempre me catalogan como un experto. Por supuesto es algo que desde siempre he intentado desmentir.
-Tienes unos labios pequeños y demasiado delgados- dijo al tiempo que humedecía los míos echando mano de los suyos.
-Así es- dije complacido
-También las orejas
-Si
-Tienes las manos pequeñas y los dedos demasiado delgados.
-Pude haber sido un prominente cirujano o un excelente pianista.
-Me gustan los hombres de manos grandes, de labios gruesos. Esos que tienen cada una de sus extremidades de gran tamaño.
-Creo que estoy en un problema.- dije- Lo siento, soy un hombre pequeño. Sin embargo, poseo una voluntad desproporcionada. En cambio, los hombres fornidos y gigantescos siempre tienen una voluntad pequeña en la vida.
- Me gusta lo que dices
-La magia se condensa en espacios reducidos.
-¡Lo ves¡ Me agrada demasiado lo que expresas. Siento que tú tienes algo maravilloso encerrado.
-Es lo único que sé hacer en realidad. Hablar y pensar. Es todo.
-Tus manos dicen lo contrario.
-Tú lo dices. Yo no.
Proseguí con la escudriñada de su propia superficie. Harry se puso a negociar próximas manoseadas por el chat. Le pedí un vaso de agua, me lo alcanzó enseguida y así le pegué un hondo sorbo. Eso de que las mujeres te dejan árido es completamente verídico. De pronto la puerta sonó. Un perro ´profirió intensos ladridos y Harry salió.

Mientras tanto, las caricias se hicieron más profusas. Sus manos comenzaron sutilmente a perseguir las mías. Ambos permanecíamos enroscados sobre una silla completamente desvencijada. Mi amigo comprendió a la perfección lo que me deparaba. De ese modo demoró un rato en la calle.
En ese breve instante a solas ella tuvo un inusitado lapso de arrebato.
-Tócame aquí- me dijo con una mirada narcotizada mientras por sí misma alzaba por encima de sus modestos pechos el negro y reluciente sostén que llevaba puesto.
Me concentré en ello. La unción con la que mis dedos circundaban sus tetas parecía provenir más de un trato terapéutico que de una caricia pérfida.


Cuando por fin decidí intimar con mayor energía le tomé por la muñeca y con un gesto emprendedor fuí capaz de musitar algo equivocado.
-Vámos- le dije señalando con el índice la oscuridad de la recamara.
- No, así estoy bien.
El instinto se antepuso. Sentí una especie de inusual remordimiento. Aunque en ese momento había deseado montarme una actitud indiferente o despreocupada del asunto no pude conseguirlo ni siquiera un poco. En verdad la chica me agradaba. El deseo por ultrajarla jamás menguó, pero sea como fuese, la chica en verdad me estimulaba como buena compañía. Mi problema es que siempre me empecino por rastrear algo más en las personas. Aunque suelo ser muy ufano, también las personas logran dejarme plenamente conmovido.
A partir de entonces la chica se ensimismó un poco más que al principio. Entonces mis dedos cesaron de explayarse por sus caderas y vientre. Elegí mesurarme para no seguir estropeando el momento. Permanecí largo rato quieto, escuchando el balbuceo de viejas canciones que sucedían una tras otra insoportablemente lento.
Minutos más tarde Harry regresó en compañía de Esteban. Dejaron las cervezas en la mesa y Esteban me saludó de un modo somero y después ambos me concedieron espacio. Tomaron la computadora, mi ipod y una chela para así dirigirse de inmediato a la densa oscuridad de su cuarto. Cuando cerraron la puerta la chica se volvió hacia mí estrepitosamente. Me miró con un aire un tanto apesadumbrado.
¿Así eres en realidad?- dijo ¿Tú le enseñaste a ser así a Harry?
-¿Cómo es Harry?
-Sólo le gusta coger.
-A mí de cuando en cuando. Pero no es indispensable. Prefiero que me estimulen de otras formas.
- Pero si yo no he hecho nada para estimularte.
-Estás aquí, junto a mí. Muy cerquita. Escuchando. Sintiendo. Es suficiente.
-¿Enserio?
- La gente nunca tiene en mente las cosas importantes. Simplemente las desconoce aún.
-y… ¿Porqué no te mostraste así desde un principio?
-Cuando finges ser un imbécil, le das la impresión al otro que puedes ser manipulado con facilidad. Un hombre listo siempre mete en aprietos al resto.
- Piensas maravilloso y tocas estupendamente. Seguramente debe ser muy rico hacer el amor contigo.
-Imagínalo hasta que nos encontremos la próxima ocasión.
- Tienes unos ojos hermosos. Encierran mucho misterio.
- Ya te habías tardado. Eso dicen siempre.
- ¿Porqué ocurrió esto hasta ahora?
- Porque soy como una buena novela: lo mejor siempre se condensa y descubre hasta el final.
Después hablamos otro rato hasta que al final llegó la hora de marcharse.
Ambos nos dimos adiós con un leve roce de labios y un tibio abrazo. Ella se alejó rumbo al metro con Harry dando tumbos y yo me dirigí al lado opuesto con Esteban. No volveré a verla, deduje.
Haciendo el camino a casa, Esteban iba muy serio. De pronto exteriorizó un reclamo.
-¿Porqué no te la diste? La regaste. Siempre hablas mucho y tocas poco.
- Lo que ustedes no comprenden es que cuando hablas de cierto modo logras tocar mucho.
- Puede ser. Bueno me voy- dijo al tiempo que atravesaba el zaguán de el edificio donde vive.
Yo continué con la marcha.
El arrabal lucía esplendoroso. El sol tenía una pinta radiante y el viento se escabullía entre mis dedos de un modo cada vez más helado. Era una tarde estupendamente fría.
Seguí a paso lento. Dubitativo, complacido. Y solo.
De nuevo.

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