miércoles, 7 de marzo de 2012

La decisión correcta.

La decisión correcta.


Alexis iba solo en el metro. Subió en la estación Observatorio. Eran las diez de la mañana. Se dirigía hacia el centro. Más tarde tendría que ver a Mónica en el metro Bellas Artes. Las cosas andaban muy mal entre ellos. Quería hablar con ella para reconciliarse.
Dos estaciones más adelante el metro se detuvo por más de media hora. Alexis se puso a mirar a la gente de a bordo. Cerca de la puerta principal estaban cuatro chicos. No sobrepasaban los veinticinco. Uno de ellos traía puestos unos lentes de sol con forma de gota y el otro unos de estilo ochentero. Sus caras brillosas por el sudor espeso reflejaban su estado resacoso. Las chicas eran de buen ver. Una de ellas tenía puestos unos leggins grises y una especie de camisón negro. Una leve estela de rímel se le había recorrido a las mejillas y en general la cara le lucía reseca por permanecer demasiado tiempo con el maquillaje. La otra calzaba un vestido campestre y su cabello recogido en un chongo despreocupado la hacía ver atractiva. También viajaban resacosas. Por más de media hora discutieron sobre lo sucedido en la fiesta de la que provenían. Alexis escuchó atento. Recordó cuando también lo hacía. Ahora necesitaba alejarse de eso más que nunca. Los chicos rieron a desparpajo un buen rato. De pronto uno de ellos alzó la voz. Le reprochó al otro haberse acostado con su chica en la fiesta. El otro le respondió que él había hecho lo mismo antes. Enseguida ambos estaban atizándose potentes puñetazos dentro del vagón. La gente se replegó hacia el lado opuesto de donde se encontraban. Todo el mundo disfrutaba el espectáculo en silencio. Los policías nunca llegaron. El metro siguió aparcado. Después Alexis miró al fondo del vagón y se percató de un señor muy peculiar. Aquel viejo miraba con disimulo las piernas de una chica de secundaria. Un poco más a lo lejos una mujer gorda observaba con furia al viejo. Alexis pensó que la vieja gorda sólo recelaba a la niña. La pequeña representaba su atractivo perdido. Dos estaciones más adelante subió un pequeño con el torso desnudo y con un costal de cristales rotos. Mientras hacía marometas, una chica güera y caderona se abrió paso entre la multitud. Se veía adinerada. Con su voz chillona le suplicó al niño que no lo hiciese. El niño se mostró indiferente. La chica sacó de su bolso un billete de quinientos pesos y se lo alcanzó. El pequeño lo rechazó dándole un fuerte manotazo.. La gente comenzó a bisbisear. Alexis entendía el asunto. Las personas hundidas en la mayor miseria son las únicas que tienen el valor de intentar subsistir por sí mismas. También pensó que la chica quería expiar culpas propias de ese modo tan estúpido. El mundo no necesita caridad sino verdadera solidaridad. Después de eso, Alexis e colocó los audífonos. Cerca de la estación Chapultepec una pareja de ancianos subió al comboy y se sentaron junto a él. Alexis bajó el volumen del reproductor y se puso a escucharlos con disimulo. Los viejos no dejaban de acariciarse las manos.
—Otra vez vas a llegar bien tarde —le dijo la anciana al viejo—. Te dije que no pasaras por mí.
—No te quejes —respondió el viejo —, no quería dejarte sola en la casa.
Alexis se apenó un poco. Pensó que tal vez así se veía la primera vez que salió con Mónica. Los viejos no paraban de hablar.
—Eres un cochino —dijo la vieja mientras limpiaba las comisuras de la boca del viejo con una servilleta. El viejo tenía una auténtica cara de becerro.
—No empieces —replicó el anciano—. Ya te dije que no me trates como a uno de tus hijos.
—Tú también eres uno de mis niños —dijo la vieja mientras guardaba su monedero en la chamarra.
Alexis cambió de pista en el reproductor mientras recordaba cuando Mónica le limpiaba la boca en el cine o cuando le exprimía las espinillas a mitad de clase de química hacía algunos años. Luego miró el rostro de la anciana. La vieja tenía un semblante fresco a pesar de su piel devastada por el tiempo. Luego puso atención especial en sus ojos. Tenía unos ojos negros bastante vivaces para su edad. La cara de esa vieja reflejaba angustias y desvelos. Pero también momentos de regocijo y voluntad por vivir. El anciano mantenía una mano presionada en la pierna de esa mujer. La otra la estaba empleando en hacerle cariños en el hombro. Alexis recordó cuando acordó vivir con Mónica. Esa temporada fue fenomenal. Visitaban museos, escuchaban música hasta entrada la noche, paseaban por el centro. Los viejos permanecían con las manos entrelazadas.
—Bueno, te apuras y después pasas a recogerme otra vez. —dijo la anciana bastante contenta.
—Pues no sé —respondió el anciano que no cesaba de frotarle el hombro a la vieja Nada más veo a Lucia, le dejo el dinero y me regreso de volada.
—Sigues teniendo bien consentida a tu hija. Incluso hasta le mantienes al marido.
—Ni te quejes. Tú eres igual con tu hijo.
Ambos rieron como dos chiquillos que habían cometido una linda travesura.
Alexis se puso a pensar cuándo fue que su relación empezó a ir a cuestas. Lamentó mucho el día en que le pegó a Mónica. Nunca creyó que fuese capaz. También lamentó mucho haberlo hecho por última vez la semana pasada. Aún había cosas que se le salían fuera de control. Más tarde Alexis se levantó del asiento cerca de la estación Insurgentes y se colocó junto a los viejos. Le dolían las nalgas. Normalmente pasaba mucho tiempo sentado. Continuó observándolos. Por un momento pensó que sería muy bueno reconciliarse con Mónica y pasarla juntos durante mucho tiempo. Su imaginación se disparó y se vio reflejado en ese par de ancianos. De pronto el vagón se detuvo más de lo debido otra vez.
—Mira, Rodolfo —dijo la vieja—, donde te largues a otro lado te juro que te mato.
—Cómo crees —respondió sobándole una muñeca—, nomás veo a mijo y te juro que te alcanzo.
—Lo bueno que nada más es tu hijo. Imagínate si fuera mío.
—No, no. Si mi hija fuera tuya entonces la cosa estaría más cabrona.
Alexis se puso más atento. No encontraba sentido a la conversación de los viejos.
A partir de ese momento se puso a pensar en otro de tantos problemas con Mónica. Tal vez eso ocurría con más frecuencia de lo que él consideraba. Probablemente esa era la causa de muchos conflictos. Quizás no tenían aún buen entendimiento. Quizás lo que uno le decía al otro era prácticamente incomprensible. Seguramente por eso tenían demasiados problemas. Siguió expectante. El tren se puso en movimiento.
Todo está bien —dijo la vieja—. Seimpre y cuando no te vayas con tu esposa.
—No pienses eso —respondió el anciano—, por eso voy a ver a mija ahora. Todo sea para no ver a mi mujer hasta la noche.
Alexis puso sus ojos como platos. Sintió una extraña sensación en el pecho.
—Más te vale —respondió la vieja.
—Te lo juro —aseguró aquel vetusto.
Durante una estación permanecieron en silencio. Luego la vieja reanudó el diálogo:
—¿No crees que ya estamos bastante viejos para andar haciendo estas cosas?
—Pues sí. La verdad es que sí. Pero no te preocupes tanto. Ya estamos viejos. Es difícil que cambiemos. Eso déjalo para los jóvenes.
Alexis miró a los pasajeros. El convoy iba muy congestionado. Todo el mundo mostraba cansancio y hastío. Todos seguían con la rutina de siempre.
Más tarde, Alexis se bajó en la estación Pino Suarez para trasladarse a la línea azul. Permaneció de pie bajo el reloj por más de media hora. Se puso a pensar en lo último que el viejo le había dicho a la anciana. Casi era la hora de la cita con Mónica. Sabía lo que debía hacer. Tomó la decisión correcta. Volvió a subir al vagón del metro. El tren iba en dirección a la estación Observatorio.

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