viernes, 14 de mayo de 2010

Detrás de la pantalla

Él procura poner en marcha a sus falanges ya montada la noche. Claro está que la razón se encuentra en saber perfectamente que del otro lado del monitor reside el paradero usual de ella.
La estratagema es sencilla. Mira en estado offline para sercioriarse minuciosamente si en la abultada lista de contactos no se insinúa un rótulo singular , su nombre de pila o simplemente su remitente electrónico.
Se reserva unos minutos, no sea que súbitamente haga acto de presencia y la cosa se complique. Es muy ducho. Siempre hace caso de esos punzantes presentimientos que alberga en ocasiones de profunda tensión como esa. Ella acaba de ponerse en linea. Es ridículo pero él se ha despersonalizado tanto y ha dejado que el pánico le invada de sobremanera que tan sólo con mirar su nickname provoca que se sienta completamente advertido y vulnerable. Tan patéticamente como si ella se encontrara interponiéndose en su mirada frente a frente con un aire desdeñoso o lastimeramente indiferente.
Ya hace algún tiempo que había decidido no emplear dicho medio para comunicarse con los allegados. Inevitablemente la domesticación de la voluntad ante el avasallamiento de la tecnología destina a los hombres a ser presa de sus consecuentes servicios. Tal es así que es más fácil encontrar a tu vecino en linea enlazado en una conversación de tres que salir a media noche, tocar discretamente su puerta y pedirle un poco de azúcar para el café ya que no se encontrará o simplemente le concederá omisión a un ruido en la puerta mientras prolonga una interesante conversación con un desconocido residente en Checoslovaquia.
Conforme pasan los minutos, la mirada oscila entre tantos contactos, entre tantos nombres irreconocibles con rostros completamente desleidos, escurridos de la memoria, exprimidos de cualquier emoción o sensacíon duradera. La vista escruta, examina detalladamente cada dirección de esos ajenos, de eso que a veces ya no supones en dónde comenzaste a tener ese aparente contacto con ellos.
Por fin se ha decidido. Despliega su ventanilla particular y la expande para comenzar una interacción a ultranza. Supone que será lo mejor escribir allanando clandestinamente, sin oportunidad para que aborte en cuanto él se muestre en linea.
Da temerariamente un clickqueo a la esquina superior derecha y la cobertura de ese pequeño receptáculo de letras ocupa toda la dimensión de la pantalla. Se mantiene atónito antes de comenzar. Mira su imagen en el display, una imagen de medio cuerpo que le hace remontarse a momentos gratos en su compañía. Se sorprende al saberse impreciso para traer de vuelta la nitidez con la que había aprisionado su rostro en la memoria. Le embarga el desconsuelo al saber que el tiempo es implacable y que algunos detalles se le han fugado por la salida de emergencia del subconsciente. Ahora reanuda esa memorización tan solo por esa escueta imagen. esa distante evocanción de lo que una vez pudo tocar con todos los sentidos.
Repentinamente se libera del trance y comienza la misiva. Cuando la intensidad se apodera de la intención es cuando el comienzo no importa ni se pospone en lo absoluto. Todo bulle a borbotones y sólo procura un ordenamiento, un ligero ordenamiento ya que su pensar exige salir difuminadamente. A partir de entonces comienza a escribir lo que la acumulación del dolor y la emoción le dictan. Menciona que la quiere, trata de comenzar por lo general para descender a las particularidades. Espacio tras espacio, tecleos consecuentes e intermitentes inhundan esa lúgubre habitación iluminada sólo en un punto por la tenue luz del monitor. La barra espaciadora atronando intercaladamente con la parvada de teclas, esculpiendo, como cincelado con los dedos en un tapiz rocoso una declaración de guerra a la distancia. Le dice que la necesita, que no ha pasado un solo día sin que su imagen le asalte la mente abruptamente. Le dice que jamás había supuesto que las cosas se hubieran truncado así, como una experiencia impetuosa, como una emoción que muda constantemente cual piel estacionaria del suceso.
Todo se va decantando, la tentativa de reconciliación se va robusteciendo , se va ensanchando sin miramientos, colmándose gradualmente, empachando a los estrechos márgenes de ese marco virtual. Las letras afónicas adquieren propiedades sonoras. Ahora resuenan en su cabeza y espera que lo hagan en la de ella. Asiente sus acometidas imprudentes. Asume que su resquemor ya se ha atemperado a niveles imperceptibles. Declara resueltamente su necesidad por ella y no porque la desea desmedidamente sino porque la necesita incuestionablemente. Evoca la presencia de su presencia, aunque esto parezca un pleonasmo ya que siempre se mantiene acompañado pero por su dulce y tormentosa ausencia.
Le propone gallardamente comenzar, recomenzar. Encontrar un nuevo punto de partida, renovarse, resignificarse, reunirse, fundirse de nuevo. Le hace saber la trágica situación en la que se ve envuelto al ya no mantenerse en sintonía. Le propone reorientarse, volver a mirar hacia el mismo rincón. Le sugiere atrevidamente que dejen a un lado ese decoro, esa cortesía, ese recato impuesto ante la voracidad por saberse ambos, de ambos, sobre ambos, en ambos.
Un inoportuno tono proveniente del programa del ordenador avisa el límite de carácteres alojados en el folio virtual. La esquela pudo haberse extendido despropocionadamente ya que lo que se siente tiene punto de ignición pero no una meta ni mucho menos un confín. Le da una parsimoniosa revisada. Omite o añade cosas. Vuelve a mirar el recuadro de su imagen. Termina arropado por un consuelo ligero, por un sosiego ocasional completamente confortable. La atracción descontrolada se apodera de él y sabe perfectamente que para mitigarla solo un poco vasta con hilar de nueva cuenta la comunicación con ella.
Demasiado involucrados para ser extraños, demasiado conocidos entre si para figurarse ajenos. El cuerpo convalece y sucumbe ante el tiempo pero a su vez también memoriza.
Las llemas de sus dedos se disponen a posarse sobre la tecla enter. Con el cursor del ratón selecciona todo. Se toma su tiempo, respira profundo. Todo está a punto de desencadenarse. La noche barre con la vitalidad. El cansancio se hace manifiesto y sólo queda una sola acción antes de irse a la cama a descansar.
Hoy él se ha despertado con una sensación un tanto menos opresora. Alista algunos libros que requiere para algunas clases el día de hoy. Aborda el autobus. Se coloca en los oídos los audífonos y le pone play al reproductor. Hoy se ha despertado con un humor muy ligero. La rola que va escuchando le sabe bien a esas horas de la mañana. Tararea guapachosamente una rola mientras piensa que quizá algún otro día decidirá enviarle esa esquela que borró y que quizá ya no pueda repensar como tal. Todo ha vuelto nuevamente a quedar detrás de la pantalla.

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