lunes, 7 de junio de 2010

Es todo lo que traigo

En ese momento sólo quería caminar. Deseaba dar paso raudo sin pensar en nada más. Caminaba a la luz de las viejas farolas situadas a lo largo y ancho de la avenida. Mi cabeza iba llenándose de amnesia mientras la botella se vaciaba. Venía dando tumbos de lado a lado como un perfecto abraza farolas. Prácticamente iba hecho un fiambre. Seguí caminando y esquivando algunos tachos de basura que seguro dejan los vecinos para que los barrenderos los recojan por la mañana. Sorteando obstáculos como postes que parecen ser simples sombras erguidas en las banquetas yautomóviles encallados hasta los portones seguía abriendome paso. Aunque andaba trastabillando seguía manteniendome alerta para no toparme a una de esas pandillas de perros que dan el recorrido madrugadezco por las calles. A veces no es tan mala idea es mala idea que andes por las altas horas de la noche turisteando. El caso es que gyo seguía con el recorrido esquivando cagadas secas distribuidas por alguno que otro canino. Andaba pues por las calles "minadas". Seguí enfilando en descenso hasta llegar a la avenida principal y así tomar el colectivo que pasa a primera hora para así llegar a casa. Iba avanzando ciego de alcohol con una mirada completamente posada en lo indeterminado. En fin, con los sentidos completamente despistados.
Repentinamente alcancé a percibir un maullido seco y estridente a cierta distancia. No le hice caso. Seguí y enfilé de frente sin atisbos continuos. Mis riñones clamaban por desalojar líquido así que me dispuse a encontrar entre las sombras un mingitorio improvisado. En una esquina desolada permanecí quieto. El espeso vapor que emanaba desde mi uretra recorría mi rostro y lo dejaba impregnado de un leve rocío que inmeditamente se desvanecía con el sutil viento que paseaba de cuando en cuando.
Las rodillas estaban prácticamente hirsutas por alguna que otra visita imprevista al asfalto, los hombros tallados por frecuentes apoyos involuntarios en las fachadas, alguno que otro tanteo con las llemas de los dedos como leyendo en braile por los muros. En todo caso la típica procesión de una juerga cualquiera.
La vejiga me pedía otra vez tirar combustible, así que de nueva cuenta busqué un improvisado baño. Mientras liberaba la presión del agua supe que la había cagado de nuevo. Ese maullido intenso y prontamente sofocado por un interruptor lo constataron. Justo en ese momento mientras me mantenía con las manos en la masa, frente a mi se reflejó mi propia sombra doblándome el tamaño. Desde luego fue producto de las luces emanadas por un auto-patrulla que había acudido a la escena del crimen justo en un momento inoportuno. Seguro q habían olido mis sulfurosos y sanguinolentos miados desde el otro lado de la ciudad a modo de escualos adiposos y uniformados rondando a miles de kiilómetros tras la carroña.
No me arredré. Solo me resigné, esbocé una tenue sonrisa y tuve que ejercer el meneo rutinario para desalojar los residuos y volver a empaquetar el miembro entre los calzoncillos. El ritual fue el de siempre. El miembro hacia la pared, las piernas divorciadas lo más que se pueda, las manos a la nuca y una actitud estúpidamente cordial ya que cualquier signo que denote la rusticidad citadina del ineficiente servicio de seguridad pública podría entonces desencadenar unos cuantos masajes a puño cerrado o una consulta gratis por mi incontinencia urinaria al ministerio púbico. Perdón, quize decir público. Me preguntaron que si estaba al tanto que el mear desaforadamente en la vía pública era considerado como faltas a la moral . Quise responder socarronamente que era una inmoralidad de amonestación mayor cargar un tolete sin siquiera haber concluido el nivel medio superior pero mis finos chistes iban a darme un boleto de ida directo y sin escalas a separolandia hospedado en un hotel de cinco estrellas con residuos bílicos de anteriores inquilinos, alberca de cagarrutas y cómodas camas de asfalto pagadas por el gobierno en turno.
Decidí colaborar con la rutina, con el cumplimiento de la anacrónica ley. En ese momento uno de ellos auscultaba con ansia e indiferencia mis anestesiados contornos. Pensaba que tan bueno abrpia sido permanecer en la borrachera y por obra del despecho buscar la hospitalidad de unos brazos femeninos ajenos. Seguro que podrían haber mitigado el malestar o cuando menos distraerme de sus torrtuosas secuelas. Ell porcino azulado seguía urgando en mis bolsillos con un afán de no sé si provocarme sexualmente o demostrarme que la justicia también es invertida e impune,. Mientras tanto, su porcina pareja, un obeso completamente embutido en su típico y asqueroso uniforme azul me preguntó en un son maquinalmente interrogativo: ¿que traes en los bolsillos? Díme de una buena vez antes de armar más pedo. ¿Porqué tienes los ojos rojos? Seguramente vienes drogado. tus bolsillos están pesados. Saca lo que traigas ¿Que es lo que vienes cargando?
Nada mi jefe, solo traigo mi patín, las llaves de mi casa, unas cuantas monedas, y mi billetera
Nomás eso jefe, es todo lo que traigo.
Se lo juro.

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