sábado, 26 de noviembre de 2011

101 cosas estupendas.


Son las 11 am; me levanté tarde de nuevo (1). Todo por desvelarme al hablar por teléfono varias horas (2). Aún no puedo acostumbrarme al chat (3).El clima es extraño, hace mucho frío (4); la noche anterior fue bien calurosa. Me tallo los ojos y busco el control de la tele debajo de la cama. Sólo encuentro un pinche libro (5). Me rasco los huevos (6) mientras lo ojeo un poco. Ya casi lo termino.
Los vidrios de mi ventana están bien empañados (7). Mientras yo sigo entusado en las cobijas, millones de personas andan como locas por las calles rumbo a su trabajo (8). Me levanto y voy en calzones hacia la cocina (9). Probablemente encuentre algo en el refri. Los tacos (10) de anoche aún me saben en el paladar.
Abro la puerta y veo que sólo hay jugos, queso y jamón. Tendré que hacerme unos molletes (11) o unas sincronizadas (12).
Mi reloj biológico es preciso (13). Todos los días, a las 10:30 entro al baño a cagar. Después de lavarme las manos enciendo el estéreo y conecto el ipod. Mis vecinos no soportan que ponga música a todo volumen desde temprano (14). De cualquier forma, nunca hago caso a sus reclamos. En general, no presto mucha importancia a cosas así (15).
Vuelvo a la cocina y me decido por las sincronizadas. Me doy cuenta que aún sigo con la pinga bien alzada (16). Lo malo es que eso no sucede en los momentos adecuados. Apago la estufa y me voy a la mesa. Múm (17) sigue sonando a todo volumen (18). El gato baja de la Azotea, juega con mi agujeta unos instantes y se larga corriendo como desquiciado (19). Recuerdo que veces las personas también son tan espontaneas como los animales (20). De pronto suena la corneta del camión de la basura. En la fila me encuentro a la mayoría de mis vecinos. Todos sienten pena por salir despeinados y fodongos (21). Al regresar apago el estéreo y enciendo la tele. Le pongo a las caricaturas (22). Ya casi llego a los treinta y aún hay cosas que siguen atrayéndome como si aún tuviese once (23). Una hora más tarde enciendo el estéreo de nuevo y me acerco al librero (24). Tomo un libro al azar (25) y me pongo a ojearlo. Cada vez que identifico un personaje, lo relaciono con alguien de mi vida cotidiana (26). Por razones extrañas (27) casi siempre elijo alguno de John Fante (28). Ese viejo carita de dogo escribió muy sencillo; sin pretensiones, sin estética absurda. Aún existen libros que son escritos para que cualquiera pueda leerlos (29).
Después de un rato dejo el libro y pongo una película (30). He visto bastantes, sin embargo, cuando me preguntan respondo que casi no lo hago (31). De hecho, siempre me hago el loco y digo que no tengo idea respecto a muchas cosas (32). Pero en cuanto me preguntan si tengo tal libro, disco o peli, termino dándoselos sin remordimiento (33). Siempre presto mis cosas (34). Respecto a la peli, Wong Kar Wai (35) es un director muy peculiar. La fotografía (36) de sus filmes hace ver todo impresionante. Por algunos artistas el mundo parece más vivo (37). «In the mood for love» (38) es su peli más conmovedora.
Al terminar la peli salgo a la tienda. Últimamente compro todos los días una paleta tupsi (39). A veces me permito endulzar la vida de una u otra forma (40). Cuando regreso, cojo un sueter y salgo a la calle (41). Mientras miro el camino por la ventanilla del pesero (42), escucho la mayoría de las conversaciones entre las personas que me rodean (43). Muchas son extraordinarias.
Casi siempre miro sin disimulo a las mujeres en el trasporte (44). Algunas te lanzan miradas coquetas aunque van acompañadas (45). Otras ni te pelan. Y algunas hasta te reclaman (46). A veces me pongo a pensar lo que piensan en ese momento (47). Durante otras tantas me imagino lo que yo quisiera que pensaran o dijesen en ese instante (48). En el trayecto se sube un amigo. Siempre me encuentro a personas conocidas en los sitios más insospechados (49). A veces pienso que mi estilo de vida anterior no sólo dejó consecuencias negativas (50). Hablamos de los viejos tiempos y de los viejos amores (51). Siempre que lo hago me invade una suave nostalgia (52). Luego mi amigo se pone a hablar en voz alta bastantes guarradas (53). La gente se escandaliza (54). Algunas chicas sonríen por la forma tan graciosa en que las cuenta (55). Me doy cuenta de que las lecturas extensas no logran modificar del todo los hábitos faltosos (56). Al llegar al metro nos despedimos. Cada uno toma rumbos distintos (57). Entonces me pongo a observar a la gente en el metro. Hay muchas personas fuera de sus casas (58). Todavía quedan personas que casi no usan el internet (59). Después me froto la barba (60) mientras pienso lo que haré más tarde (61). Cuando logro salir del metro me pongo a caminar por el eje central. Al llegar a la torre latino me detengo. Me la paso mirando a las chicas que pasan en bicicleta un buen rato (62). Poco después me descuelgo a los libros de viejo (63). Más tarde camino por madero y me cotorreo a alguna que otra morrilla que pasa por ahí (64). Algunas chicas sonríen (65). A otras ni las pelo aunque estén al punto. Me gusta mostrarme indiferente a las mamonas (66). Con los güeyes es distinto. Soy intolerante con los intolerables y pretencioso con los pretenciosos (66). Siempre intento desenmascarar la arrogancia ilusa (67).
Luego retorno al eje y me entuzo en la librería del fondo. Mientras reviso el estante de sociología, cacho a una morra viéndome. Algunas mujeres no logran engañarte aunque disimulen muy bien (68). De repente me dan ganas de mear; voy al samborns de Madero. Jamás he comprado algo en sitios así (69). Sigo pensando que lugares de ese estilo sólo sirven para orinar gratis (70).
De regreso al metro me brinco los torniquetes (71). El poli andaba pendejeando. Me sentí como en la película de los guerreros (72). Si te las ingenias, el transporte público te sale gratis en cualquier parte (73). En el vagón escucho el disco que va ofreciendo el vendedor y me pongo a recordar el artista y el título de las canciones (74). A la salida del metro me encuentro a otra vieja amiga. Enseguida me da un abrazo intenso; de esos que aunque te peguen todo el cuerpo nunca son sexosos (75). La observo y defino que es de esas viejas que se ponen re nalgonas con el tiempo (76). Después de despedirnos me pongo a caminar debajo de la banqueta (77). Me despierta mucha adrenalina sentir a los coches rozándome el costado (78). Algunos borrachos que se encuentran en los parques que atravieso, me saludan bien contentos (79). Al igual que otras personas, seguramente siguen pensando que soy uno de ellos (80). O más bien, finjo que ya no lo soy (81).
Al llegar a casa me quito los zapatos y ando en calcetines (82). Al cabo de un rato enciendo la compu y enseguida comienzan a escribirme unos amigos. La mayoría de las chicas con las que charlo me cuentan con detalle sus intimidades (83). De pronto suena el timbre. Me pongo los tenis y salgo a abrir. Algunos amigos aún vienen a buscarme (84). Me invitan al billar. Nunca me ha gustado, pero al final accedo. El chiste en el asunto es estar con los amigos (85). Entonces no pienso tanto como siempre (82) y salgo vuelto madres. Aunque no sepa ni madres de eso, voy entusiasmado. Soy de esa clase de personas que aprende las cosas muy rápido (86). Durante la segunda ronda me preguntan que a quién ando manejándome recientemente (87). La mayoría de las personas que conozco, piensan que ando con ruca, pegada como lapa todo el tiempo (88). Les digo que con nadie y no me lo creen (89). Aún hay gente que en verdad intenta llevar una vida convencional hoy en día (90).
La noche se acerca. Mis amigos parecen contentos (91). Enciendo el ipod y me ensimismo por la música un rato (92). De repente, me doy cuenta que a las afueras del billar hay unos chavillos con patineta (93). Recuerdo las corretizas de los puercos, los ligues inesperados, y las travesías con esa madre por toda la ciudad. Entonces entiendo que si fuese niño de nuevo, volvería desperdiciar mi vida exactamente como lo hice (94). Luego, uno de mis amigos conecta unas morrillas de la mesa del fondo. Iban borrachas. Las chicas hablaban muy cerca, con aliento a chupe (95).

Un par de horas más tarde, me acuesto en el suelo (96) de la sala a ver unos videos musicales (97). Al cabo de una hora vuelvo a encender la compu y me pongo a escribir sin intentar hacerlo excelente, sólo digerible (98). Entonces le doy gracias a John Waters (99) por la inspiración para este relato y le miento su madre a la estrafalaria de Alejandra Maldonado por haberse adelantado a hacer uno parecido.
Al final, mientras escribo, recuerdo lo único rescatable del viejo Borges. Fue durante una entrevista con Serrano. En ella declaró que cuando el escritor joven no tiene nada qué decir, lo oculta en un lenguaje barroco. Dijo que las palabras que pertenecen al idioma oral son las que tienen mayor eficacia (100). También recordé que hay que vivir para contar algo. No hay otra manera.
Por eso cuento lo que vivo, de forma sencilla. Tal vez por eso ustedes están de morbosos en este instante, en silencio, leyendo esto, clandestinamente, poniéndolos a pensar; quizás cumpliendo su cometido (101).

No hay comentarios: