martes, 25 de enero de 2011

Eso que traes no es tuyo

Habíamos terminado el juego de soccer y hacía un poco de frio en la calle. Después de mucho tiempo de no vernos, el pelucas. El Osama, Yuka, Sergio y yo nos reunimos para echar la cáscara ese día.
Estábamos agotados pero como siempre, era viernes y queríamos buscar cotorreo para la noche. Sergio propuso que cada uno fuese a bañarse y así regresar una hora más tarde para planear algo al respecto.
-Vamos a tirarnos la mugre-sugirió.
-Yo los espero aquí-dije
- No seas pinche cerdo J R - espetó en tono sarcástico.
-Nunca he sentido ninguna incomodidad por estar sucio-añadí
-Está bien, nos vemos en una hora- dijo mentras se alejaba con el resto.
Permanecí sentado en la banqueta todo el tiempo Tenía muchas ganas de estar con los amigos pero no de caer en una nefanda fiesta. A decir verdad, nunca fui un chico de fiestas a menos que hubiese alcohol abundante, mujeres y desfiguros al por mayor. Los bares, antros, congales, puteros o como pudiese llamárseles me producían demasiado tedio. Todo era máscaras y poses. No había en ellos una sola pizca de auténtica acción.
Mientras aguardaba recostado en la acera sentí las vibraciones en el suelo generadas por unos pasos. Seguro alguien se acercaba pero yo no prestaba atención. Entonces una voz suave dijo: hola Ale. Era Karen, una chica de diescisiete años que me había tirado un par de meses atrás. Como toda púber, pensó que por “un palo” ya teníamos algo especial. La miré despreocupado y le pregunté soberbio cómo estaba.
-Bien- dijo. Recordándote mucho en estos días.
Me traía sin cuidado. Sin embargo, decidí ser amable y charlar con ella un rato
-Yo también- respondí mintiendo.
Después me incorporé tomándole la pierna mientras me colocaba a su lado. Permití que contara cosas que le habían sucedido durante esos mese. En realidad, era lo poco que podía hacer por una mocosa que había sido trastornada por mi culpa. Las pequeñas son muy fáciles para disuadir pero muy problemáticas para desprender. Sobre todo las primerizas. Por esa razón me atraían de sobremanera las putas. Ellas te lo hacen como si en verdad te quisiesen pero cuando consuman el asunto asumen su verdadero papel y se alejan sin protestar. En cambio, las pequeñas, por ser amateurs, se lo toman demasiado enserio. Suponen que ha pasado algo en realidad.
Estaba a punto de largarle cuando comenzaron a llegar los chicos. Aron, el mas enano, Frnacisco: elOsama,Yuka, el degenerado alegre y Sergio el fortachón… Todos proponían lugares pero no llegábamos a un acuerdo. Entonces sonó mi móvil y respondí. Era Viridiana, una gordinflona madre que era vecina de Cristian y Leo, mis viejos amigos de Plateros.
Por el auricular la escuché en un tono repugnantemente gentil. Me dijo que iba a salir esa noche. Me imploró que fuese niñera de su hijo Emilio, un chico de once años muy listo e inquieto. Me lo pensé un momento pero repentinamente añadió que me pagaría my bien, además de costear lo que pidiese a domicilio esa noche. No dudé mas y enseguida acepté asegurándole que subiría a su casa en un par de horas. Mientras tanto, todos seguían discutiendo. Decidí acercarme y ponerle fin a la discusión de los chicos poniéndoles al tanto de mi empleo durante esa noche. Todos chafaron mi decisión pero en cuanto sugerí que la casa podía ser una taberna, todos aceptaron sin rechistar.
Haciendo espera, les dije que el niño no me delataría porque en otras ocasiones había sido mi cómplice. Los niños intuyen alboroto y se tornan fieles a uno, les dije. Todos asintieron y así nos dirigimos a la vinatería haciendo tiempo para dirigirnos a casa de la gorda.
Precopeamos sin problemas cuando regresamos y en el instante en que apurábamos los tragos, justo cuando me despedía de Karen( que aún estaba con nosotros) ella dijo:
- si quieren yo puedo llevar unas cuantas amigas.
De inmediato, las desconsideraciones hacia ella se desvanecieron y como suelo hacer, comencé a urdir un plan. Le dije que eso nos venía muy bien a todos. Y que si lograba hacerlo, las cosas entre ambos cambiarían. Volví a mentir. Entonces, ella se despidió y en un tono entusiasta prometió llegar acompañada una hora más tarde.
El tiempo se escurrió y así llegamos a casa de la porcina. Toqué el timbre. Aun recuerdo que era el departamento veintitrés en la entrada cuatro del efe treintaicinco. Sin responder, presionaron el interfono y entramos. Al tocar la puerta del departamento un pequeño narizón abrió y mecánicamente me dijo que pasáramos.
- Mamá está en el baño- dijo
- - bien que le hace falta- respondí
Era Emilio.
La casa estab echa un autentico desorden.. Los trastos estaban sucios y amontonados en el fregadero. Había muchas manchas de crayola esparcidas por los muros, demasiadas hojas de periódico dispersas por el suelo, ropa interior secándose a medias sobre la mesa… En fin, todo el decorado de una madre soltera.
Después de un rato Viridiana salió del baño arrastrando tras de sí un olor picoso y nauseabundo. Me dijo que esperara un poco ya que jade y Abril saldrían con ella. Luego tomó su bolso y me alargó unos cuantos billetes. Me dijo que no había problema en que Emilio durmiese tarde pero que a fin de cuentas tenía que hacerlo. Supuse que llegaría por la mañana así que en realidad, la casa ya se encontraba a mi completa disposición. El zafarrancho se avecinaba. Más tarde, la gorda ya había intercambiado el pijama por la mezclilla y la mascarilla de pepino por el rubor y el labial. Aún así, lo adiposa le daba un pinta inmejorable.
Minutos más tarde Jade y Abril llegaron. Olían a perfume barato y champú de hierbas. Todos las saludamos y ellas esbozaron una sonrisa muy acusadora. Eran cómplices de fechorías anteriores.
La obesa tomó su bolso de nuevo y con un ademán categórico depositó las llaves en mis manos.
-De saber que tú eras la niñera no saldríamos- dijo jade con aire aburmado.
-Será mejor que se vayan de una vez porque tendré visitas—agregué
Las chicas me miraron con un gesto de resignación mientras daban vuelta y se marchaban. Sabían que Conmigo todo era risas y diversión.

Trasegamos s y trasegamos cerveza, y justo cuando decidimos enviar a Emilio por más , Karen, Leo, Cristina (que vivían a sólo dos departamentos) y las chicas llegaron.
Por un instante sentí que encarnaba a Sergio Andrade con tantas infantas revoloteando a mí alrededor. Jóvenes púberes con olor a pantaletas nueva e inocencia me circundaban. Miraba a esos capullos con muslos tremebundos, jetas insulsas e ingenuas y unos melones de carnaval como nadie, nunca.
Lamenté un poco mi recato inicial puesto que yo estaba asignado a una de ellas. Les sugerí sentarse donde pudiesen mientras llegaba el otro cargamento de cheves. Para que Emilio hiciese los mandados, tuve que ofrecerle que podía mirar si ocurría algo con las chicas. De ese modo sería el incondicional mandadero durante el resto de la noche.
En el instante que todos habíamos tomado lugar, me puse a pensar que la diferencia de una chica de veintidós años y una de dieciséis consistía en el gasto etílico. Con las primeras se invierte tiempo y dinero en mayor medida. Son más diestras y tardan un poco en embrutecerse. Con las segundas la cosa es más fácil. Una cahuana basta para atarantarlas y ponerlas a dar tumbos luego de un rato.

Emilio llegó con la encomienda y empezamos a beber como si respirásemos. Después de un rato, afirmé lo que suponía. Las morrillas estaban ebrias y sentían bochornos. Como de costumbre, orquesté el plan y sugerí distribuirnos en los cuartos. En ese momento fui a cagar.
Obré dos minutos, limpié mi culo y cuando salí supe que todo el departamento ya estaba ocupado exceptuando la cocina. Los huéspedes dejaron sin posada al posadero, pensé.
Concluí resignado a que la cocina fuese mi pesebre. Pensé que mis rodillas no sufrirían tanto daño con el mosaico pero me equivoqué. Fue incómodo como otras veces.
Aposté entonces a que los lugares más incómodos a veces son los más gratos. Le imprimes mayor esfuerzo y emoción en ellos. Entonces,tomé a Karen del brazo y enseguida nos adentramos a ese cuchitril.
El pasillo era amplio así que no había problema para maniobrar. Comencé a quitarle las prendas mientras ella me tomaba por la cintura y me besaba. Sus besos eran toscos y arrítmicos como los de cualquier adolescente. Me tomaba por los huevos sin tacto, duro y sin precisión.
-No sabe sopesar aún los huevos pero ya aprenderá- pensé mientras enrollaba en mis dedos su sostén.
Karen intentaba jalarme la pinga, pero cada vez que lo hacía, la estrujaba demasiado o la ajetreaba lastimosamente. El único encanto que tienen las primerizas es que aún no pueden comparar ese asunto. Todo lo que hacen o hacen con ellas les parece estupendo o cuando menos, maravillosamente desconocido. Creo que por eso me atraían demasiado. Nunca se percataban si uno lo hacía desinteresado o completamente afanoso.
Pasamos unos minutos toqueteándonos. Para entonces yo ya tenía ya muy dura. Así que fruncí mi camisa que había dejado a un costado de la estufa, la coloqué en el suelo, la extendí un poco, posé mis rodillas, aferré mis manos a sus tobillos, levanté un poco sus pies y se la hundí de un jalón. Como ya estaba lubricada no le produjo dolor alguno. Mientras bregaba y bregaba, tuve la impresión de ser observado. Permanecí imperturbable de todas formas.
Poco más tarde, volví a experimentar la sensación de ser visto. Por intuición, mire encima de la ventana que daba hacia el pasillo. Después miré por encima del fregadero y noté a Leonardo que estaba fisgoneando detrás de la lavadora. Entonces volví a mirar hacia la ventana y logré notar una difusa sombra debajo del umbral de la ventana que después tuvo forma. Era Emilio que parecía bambolearse un poco. Luego, escuché que un murmullo desde fuera le decía:
-Déjate esa madre chamaco, no mames.
Pasaron unos minutos y entonces se escuchó un estruendo cercano. Era Sergio que abría la puerta de la cocina y parecía furioso.
-no quiere aflojar- dijo
-¿Enserió?- le dije mientras seguía bombeando despacio, con una voz entrecortada.
Se acercó, volvió tras de sus pasos y se sentó a un costado de la puerta sin decir nada más.
Lamenté un poco su suerte pero lo olvidé de inmediato. La suerte siempre es desigual nos guste o no.
Mientras tanto, yo pincha y pinchaba pero al cabo de un rato una idea atravesó mi mente.
-Si quieres te convido, dije en un tono condescendiente.
- Estás torcido wey- dijo desconsolado
- Segundo s después me miró
- ¿enserio?
- Arrímate de una vez muchacho.
- Entonces se acercó y comenzó a lamer muy deseoso los pechos de Karen. Mientras tanto, yo se la estaba estacando un poco de lado Incliné mi cadera hacia un costado para no rozar el hombro de Sergio. Yo metía y lamía. Luego se apartó un poco y dijo:
- Te voy a echar una mano hijo
- En efecto, su mano descendió hasta el chocho de Karen y buscó ese pequeño promontorio. El clítoris.
- Karen estaba absorta en un placer intenso. Aún inexplorado. De ese modo, los prejuicios la abandonaron y no mostró reproche por la participación de Sergio. Entonces tuve que meter y sacar con precisión. De lo contrario, me las vería con la mano de Sergio. Cuando cobré plena conciencia de lo sucedido, Karen se las había arreglado para bajar el ziper de Sergio y se la estaba meneando como podía.
- Mi cuerpo manaba sudor que caía a cántaros sobre el de Karen. Yo buscaba el flanco preciso para mirar con claridad las muecas que hacía Karen cuando escuché a mi lado un gemido sofocado. Tuve la impresión que provenía de Sergio. No quise mirar hacia ese lado. De lo contrario, me hubiese colocado justo frente a un monstruo venoso, rojizo y palpitante.
- Enseguida Sergio se levantó y así yo pude colocarme bien de nuevo.
- Mis brazos estaban agotados, así que intenté abrirlos un poco para aflojar la tensión. Entonces, cuando alargué mi brazo izquierdo aún más lejos, mi palma se resbaló y fui a dar hacia ese costado.
- Me desplomé muy abrupto. La razón fue que algo gelatinoso se había derramado por el suelo. Caí en la cuenta sobre el qué había provocado mi ridículo resbalón.
- Para entonces Karen y yo ya estábamos solos, vaciós de nuevo y fatigados. Terminamos lo que hacíamos todos los fines de semana al no haber más. Todos los viernes eran igual. Todos los viernes seguirían igual.
- Finalmente me vine sobre su vientre y limpié todo el estropicio con su falda. Al separarnos para recobrar el aliento, se acercó de nuevo, me dio un beso en la frente y me dijo:
- -Abrázame.
- - Me invadió una sensación muy extraña. Sentí repulsión. Aun así, me dispuse hacerlo.
- Antes de abrazarla por completo me dijo:
- - Pero primero ve a lavarte las manos. Tienes las manos embarradas. Es que traes no es tuyo.

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