martes, 22 de febrero de 2011

¿Eres vegetariano?

Paco tenía una Caribe modelo 78, con una verificación retrasada y un pago de tenencia pendiente. Con ella habíamos viajado a un sinfín de lugares y por suerte nunca dio de sí. Esa tarde yo tuve que lavar la nave. Por la noche tendríamos un toquín de Hardcore. Por entonces, parecía que el HC estaba de vuelta. El ritmo de los acordes irascibles y tensos cobraba un segundo aire. Tenía 22 años y uno de mis ritmos favoritos retornaba aunque con ciertas variaciones:
El atuendo de los nuevos HxE se vendía en tiendas departamentales, algunos se inclinaban mucho más por las deidades hindúes que por la propuesta musical en sí y otros eran vegetarianos y abstemios en público y alcohólicos y carnívoros encubiertos.
Después de todo, no era difícil suponerlo puesto que habito el D.F : el sitio donde los jipis usan la tarjeta de crédito de papá y los pudientes simulan austeridad bebiendo pulque; el lugar idóneo donde el héroe es estigmatizado como el verdugo y la honestidad es la más grave bajeza; el escenario perfecto donde ser vegetariano con legumbres transgénicas es más toxico que ser un infortunado carnívoro; el punto geográfico donde las drogas ya son una terapia más efectiva que los charlatanes de diván y donde ser simplemente paranoico e hipertenso es cosa de todos los días.
En fin, estaba dándole los últimos trapazos al cacharro cuando llegó el basuras. Iván era una mole morena, alta, de brazos toscos y carácter amable. Desde pequeño se la había jugado como hab+ia podido. Su madre fue entambada por narcomenudeo. Recuerdo que mis tíos siempre le pedían fiado a su madre la Charo. De esa forma, el basuras y sus dos hermanos quedaron en pleno desamparo. Alrededor de dos años estuvo habitando la vieja camioneta de don chacón (un mecánico pederasta y quejumbroso) donde todos le caíamos cuando andábamos hasta la puta madre, perdíamos las llaves de la casa o teníamos que escondernos inmediatamente de la tira.
Un día, los tipos que recogían la basura todos los martes le ofrecieron a Iván esa faena. A partir de entonces la camioneta dejó de ser su camper, comenzó a bañarse a menudo y despertó un interés por algo más que fumar piedra, jugar maquinitas y dormir más de once horas.
-Qué hubo mijo- expresó mientras ya se había entusado en el asiento del copiloto y encendía la radio.
-¿Ya estás puesto para lanzarnos?- le pregunté.
-Ya sabes.
Seguí lustrando la defensa cuando de pronto, un par de perreras se estacionaron en la tiendita de doña Chepa que estaba precisamente del otro lado de la avenida (justo frente a nosotros). De la parte trasera descendieron siete u ocho policías con macana en mano y rodearon a los borrachos que estaban amodorrados a la entrada. Todos andaban bien curdas y como siempre, se resistieron un poco al cateo. Después de algunas amenazas por parte de los tocinos, su actitud brava se esfumó y fueron colocados de frente contra la pared. La cuadrilla de cerdos hizo lo suyo y los revisó hasta por debajo de los huevos. Al no conseguir algo de valor, los policías saquearon el chupe que los teporochos tenían precavidamente envuelto en bolsas de estraza y se marcharon enseguida.
-Chale- dijo Iván- no entiendo POR QUÉ ROBAN SU CHUPE.
-Por qué es lo único que les queda para valorar siendo hombres arruinados. Los puercos saben que para el escuadrón de la muerte es preferible pasar las cómodas setenta y dos horas dentro de los separos en lugar de conceder angustiosamente por las buenas un solo frasco de caña.
- Qué culero.
- Nadie tiene las ganas para conceder lo único que realmente le mantiene convida aunque paradójicamente lo esté asesinando.
Seguí abrillantando las puertas con un esparadrapo mientras el basuras tenía una disputa entre una cinta que rebobinaba con una pluma y el autoestereo.
Más tarde, casi al comenzar a puesta de sol llegó Paco en compañía de Andrés. Hacía tiempo que no lo topaba. Nos saludamos chocando nudillos con el puño cerrado y como siempre, hablamos respectivamente de nuestros más recientes trajines por la ciudad. Se había puesto muy obeso. Llevaba sus viejos Vision cebra de media bota, su clásica playera del Agnostic Front y sus insustituibles pantalones cortos estilo militar. Habían pasado un par de años desde la última vez que nos vimos. Ahora Andrés tenía dos hijos, una de las numerosas mujeres neuróticas en su vida y un empleo como auxiliar de contador. Se había ajustado la soga al cuello antes de tiempo.
-¿Aún sigues soltero?- Preguntó- La vida es muy dura como para estar solo todo el tiempo.
¿Qué se siente seguir en soledad con la cama calientita y más números en tu cuenta de gastos?- dije mientras limaba mis uñas en el filo de un hueco en la defensa del auto producto de la corrosión del agua y el sol.
-Sigues bien pinche burlón cabrón. No cambias.
- La gente siempre elige las malas ofertas, Además ya sabes que la ironía hace la vida más soportable.
-Ya cabrón, vamos a subir de una vez a la cafetera.
Paco se había puesto sus antañas botas Dr, Martins, un pantalón de cargo y la agujereada playera de los crudos que yo le había obsequiado hacía algunos años. Yoi llevaba unos vans old escúl, mi playera blanca de black flag y unos jins negros. Paco Inspeccionó el interior del auto, acomodó los tapetes del pato Lucas que tanto me desagradan y que como siempre, se negaba a sustituir y entonces puso a calentar el motor.
El armatoste ronroneaba de manera espectacular. Paco era un apasionado del volante. Tenía una destreza sin parangón para rescatar del deshuesadero cualquier automóvil por viejo o estropeado que estuviese. Su mente siempre estaba ocupada en pistones y tacómetros. Por el barrio era conocido como un mecánico prominente. Ni siquiera concluyó la preparatoria. Sin embargo, poseía el conocimiento, la destreza y la paciencia mental necesaria parar arreglar un auto. Nunca había leído a Cervantes pero sabía darle nueva vida a cualquier remedo automóvil. Nunca había sido culto pero era muy listo. Intuía la complejidad de la vida de alguna forma. Entendía lo engorroso del mundo, pero a pesar de tanta maraña, lograba hacer las conexiones necesarias para ubicar relaciones y descubrir el orden estrecho entre el aparente embrollo que todos creemos por indolentes. Cuando se colocaba frente a un motor, Intuía qué era lo que andaba mal y de ese modo cómo podía afectar al resto. Sabía que un sólo pistón podría desmadrar la cabeza del motor. De cierta forma, tal vez concebía que el machismo de su padre, las adicciones de su hermana menor, su propio carácter explosivo, su gusto por las relaciones enfermizas, y muchas otras cosas tenían estrecha relación entre sí. Tenía una vaga idea del por qué prefería unos rines 16 en lugar de hacer estúpidos palíndromos en un cuadernillo en la clase de literatura, por qué le interesaba mucho más la lucha libre televisada los domingos que la diferencia entre un oxímoron, una paradoja y un paradigma o por qué seguía preocupándose de cosas como seguir sintiendo vergüenza tan solo por desear preguntarle a su chica dónde debía tocarla en lugar de crear un nuevo aforismo o un soneto. Tal vez la razón circundaba en su cabeza de un modo nebuloso. Quizás sabía también que en realidad a la gente no le hace falta un pistón en la cabeza sino un motor. Nunca se predisponía a considerar todo caótico o inevitablemente fuera de lugar. Muchos intelectuales seguramente podrían aprender de Paco.
Subimos a la nave y nos dirigimos rumbo a Viaducto para torcer en Zaragoza y llegar a Nezayork. Exceptuando a nuestra cúpula del trueno (el toreo de cuatro caminos) los mejores toquines se realizaban en las inmediaciones de la capital. Neza era como nuestro enorme ROXXY o nuestro CBYC. Hicimos camino hora y media más o menos. Debíamos llegar a la dirección que tenía garabateada en una propaganda que me habían dado el Sábado anterior en el chopo.
Esa tarde, mientras me disponía a mercar mi patín, una chica airosa y simpática, de cabello castaño, buena estatura, ojos felinos y boca carnosa le cayó a donde mis compadres y yo estábamos y comenzó a charlar conmigo sin inhibiciones. Esa tarde armamos unas cheves. La chica era muy segura de sí misma: un artilugio muy eficaz de seducción para quienes las mujeres que despiden belleza no representan dificultades. Después de un breve palique que se balanceó entre lo sexoso y lo seudointelectual, la morra ya no pudo conservar la calma y solita eligió saturarme de besos desenfrenados. Al final me dio la propaganda, su nombre ( Jazmín), pintarrajeó la dirección, su teléfono y se marchó sin más.
Cuando dimos con el cantón, Jazmín se encontraba a la entrada reclinada en un auto acompañada de los integrantes de una de las bandas que tocarían esa noche. Entonces, me bajé del auto acercándome a donde Jazmín. Me reconoció de inmediato. Se acercó y me dio un abrazo demasiado abnegado. Sus tetas blancas y maduras presionaron con dulzura y firmeza mi torso. Se restregó un poco para que yo sintiese cómo lentamente se iban enderezando sus lindos pezones que apenas se ocultaban debajo de una playera blanca de algodón. No usaba sostén. Decía que el sostén era la primera forma de opresión en la mujer. « Pues recuerda que la gravedad siempre hace su efecto » le dije.
Me tuvo presionado en un abrazo gustosamente sofocante largo rato. Sabía cómo dar un autentico abrazo. Luego metió una entrepierna en medio de las mías, me prendió del cuello y después me soltó unos besos tan bondadosos que me dejaron absolutamente atolondrado. La delicadeza a veces te deja vulnerable sin remedio.

Regresé a la Caribe y después de excusar mi tardanza les dije que al fin habíamos llegado. Estuvimos por más de una hora en plena fiaca conversando con algunos culeros de la banda. De repente, las cosas comenzaron a ponerse calientes.
-¿Te gusta el Hardcore?- me preguntó un monigote con la parte superior de su cabeza rapada y un mechón largo que le pendía desde la nuca hasta media espalda.
-Pues si, aunque hace mucho me desentendí del asunto- dije mientras jugaba por detrás con el resorte del calzón de Jazmín al tiempo que la tenía bien apañada frente a mí de espaldas.
-¿Tu también eres vegetariano?- preguntó ahora con una intención faltosa y latosa.
-Procuro comer pocas verduras. No quiero tener el cerebro más pequeño de lo que ya lo tengo.
Cuando me di cuenta, todos alrededor habían escuchado mi respuesta. Cada uno me miraba de una forma como si todos pudiesen ser mis detractores. Algunos parecían que estaban a punto de reprenderme o algo por el estilo. Alguien tras de mí habló enseguida.
-Eres de lo más inhumano. No tienes conciencia por las desgracias que les ocurren a los animales- dijo un tipo de ojos azules y piel demasiado pálida como para ser de la zona o incluso del país.
Aunque no soy racista sé perfectamente distinguir entre los tipos de tez que rodean mi vida cotidiana y para ser franco, el tipo de blancura de ese sujeto sólo correspondía a la que se puede contemplar en las zonas más acomodadas del país o en todo caso, lejos de este hediondo país.

-Pues no del todo- respondí muy tranquilo- A veces me preocupo por las desgracias de mayor prioridad. Como esas que les ocurren a quienes primero alimentan, le arrojan la barita del árbol o la madeja de estambre a esos animalitos que tanto te mantienen escandalizado.
Un tipo con cachucha, pantalones holgados y las uñas de negro comenzó a tomar partido.
-Pues científicamente está comprobado que la carne es muy dañina- aseveró ante todos en un tono demasiado convincente.
-Científicamente- repliqué- está asegurado pero convenientemente censurado que tus chícharos, lentejas, mazorcas y demás alimentos de la madre tierra son alterados genéticamente.
-Pero la carne es más dañina- insistió.
-¿Aún no sabes qué es un alimento trasgénico? ¿Alguna vez has escuchado hablar de MONSANTO o qué ocasionan los alimentos alterados?
-Pues de todas formas yo estoy a favor de la revolución de la cuchara.
- Claro. En todo caso tú no tienes pinta de ser alguien que compra las verduras en el tianguis. Tienes cara de esso que compran las verduras congeladas en gualmart o chedragüi.
-¿y eso a qupe viene a cuento?
-Ese es el problema. Supones que eso no tiene relación con tu onda. Prefiero adentrarme en dilemas más importantes en lugar de tratar decidir si mañana comeré pollito o alcachofas.
-¿Por ejemplo?
- Pensar cómo hacer para que la gente coma algo. Al menos tengo conciencia plena que la mayoría no tiene elección a la hora de comer.
Jazmín me sacudió del brazo y me llevó como alma que lleva el diablo hacia un rincón apartado.
-Tranquilízate hombre- dijo Jazmín- no quiero estropear la noche con mis amigos. Y mucho menos contigo.
- No es malo ser intolerable a lo intolerante- le dije.
- Me miró complacida y después estuvo largo rato achuchando sus carnosos labios contra los míos un buen cacho de tiempo.
Las bandas comenzaron a tocar alrededor de las once. Y entonces ahí estaba de nuevo, en otra de las pantomimas más atrayentes para los chicos. Siempre ocurre lo mismo generación tras generación. La espiral de la estupidez.
Había acudido a otro sitio como tantos, donde las conciencia ateridas de los hombres se ocultan tras causas ficticias. Donde todos buscaban una diferencia, una distinción que solamente los mantuviese apartados del resto del desperdicio humano. Mintiéndose a sí mismos. Cayendo sin vacile en otra más de las tretas, Avergonzándose de sí mismos y a fin de cuentas siendo iguales al resto por el autoengaño de suponerse distintos ingenuamente. Comiendo vegetales los fines de semana y subordinándose el resto de la semana entrante a devorar lo que mamá sirviese en la mesa. Viviendo la ilusión de entenderse como libertarios y subversivos y regresando a su vida automarginada y miserable después del evento. En contra del Estado y la masacre animal los domingos y preparando hamburguesas de roedor de lunes a viernes en esas sucursales de comida rápida. Todos creándose identidades como si fuese abrigo que sólo sacan del guardarropa los fines de semana para los eventos públicos.
Me di cuenta que el estilo había cambiado. O quizás ya no había estilo. La música sonaba más estridente pero ya no contenía esa esencia furiosa. Los gritos enérgicos se habían desplazados por las guturaciones infames. El baile se había vuelto una especie de rutina. Ya no se llamaba slam, ahora le decían mosh. Parecía una mescolanza entre estúpidos voleos de brazos y aerobics. Todos coordinados formando filas y tomando distancia unos de otros. Todos amaestrados en un baile que antes gozaba de arbitrio. Comprendí que las personas en realidad nunca buscan librarse de los dogmas. En realidad, lo único que hacen todo el tiempo es buscar un dogma, perderse un rato en el, dejar una rutina y ajustarse a un nueva. La gente a veces cambia la carne por el pescado, la nicotina por el chicle, el sexo por el amor, el gimnasio por el empleo. Siempre persiguiendo el protagonismo, siempre pereciendo en el anonimato. Las personas siempre consiguen engañarse a sí mismas. Logran engañarse creándose continuas necesidades ilusorias. Temen aceptar que lo único que necesitan es que los necesiten.
Tenía hambre. Así que pregunté a Jazmín dónde podía dar bajón. Me dijo que buscara una mesa entre la multitud. Ahí vendían comida a buen precio. Rondé entre el estruendo, el sudor y el zarandeo de la multitud. Ubiqué la mesa en un rincón y me acerqué. Vendían alimentos completamente vegetarianos. No tuve más remedio y pedí una torta de soya que sabía a puños de sal y una pizza vegetariana. Al menos la masa y el queso Oaxaca tranquilizarían mis tripas y paladar.
Mientras terminaba la pizza y escupía en el suelo el pimiento morrón, presencié una de las formaciones tan típicas de esa escena. Los chicos se colocaron conforme a su baile. El desmadre era mixto. Mujeres y hombres se distribuían a lo largo y ancho de la pista. Ejecutaron sus extravagantes piruetas. De pronto, un chico que estaba a una fila de distancia dio una patada hacia atrás como una autentica cabra de monte. Una chica retrocedió con fuerza mientras cubría su boca. Le había conectado la patada de lleno en la jeta. Enseguida algunos chicos la tomaron por los brazos y la incorporaron de nuevo. La chica volvió a tomar su lugar y siguió bailando con menos esfuerzo. Después volví a por otra pizza. Le pregunté al encargado si vendía cervezas. Me miró muy contrariado y me dijo que sólo tenía cerveza de raíz. Pedí una. Cuando regresé al sitio donde me andaba apostado, la chica que habían tumbado un rato antes ahora andaba palpando el suelo en busca de algo que seguramente se le había caído. « Seguro es un dije o algo así » supuse. Abrí la cerveza le di un pequeño trago e inmediatamente escupí. La cerveza de raíz sabe a pasta de dentífrico. Parecía enjuague bucal. Se la obsequié a un mocoso de pantalones ceñidos y copete largo que llevaba puesta una playera de Gorila Biscuits. Volví a mirar de nuevo a la chica y ya estaba de pie muy contenta. Tenía en su mano sopesando algo. Cuando sonrió me di cuenta del gracioso boquete. Al fin había encontrado su diente que extravió cuando cayó de culo hacia el suelo.
Intenté disfrutar la tocada sin conseguir buenos resultados. Estaba realmente fastidiado. Hacia donde ponía la vista sólo observaba cuerpos zarandeándose entre un escándalo que para mí no tenía sentido. Supuse que tantas hormonas en la soya o en los rábanos con los que retacaban su estomago estaban erosionando su cerebro. Como siempre, consideré que me vendría bien un frasco de tinto que esas pizzas vegetarianas que ya me estaban llenando de pedos los intestinos. Al menos el chupe me dejaría el estómago bien tibio.
Por otra parte, hice conjeturas y deduje que si en realidad fuese vegetariano, lo que gastaría en jitomates, limones, papas y demás chucherías para mí solo durante una semana también podría ser el equivalente para abastecer de chupe a todos los de la banda durante una semana. Así eran las cosas. No era raro para mí que quienes promueven ese vuelco alimenticio se encuentren residiendo en las zonas más acomodadas de la ciudad o cuenten con una posición socioeconómica más agraciada que el resto. La salud también se ha vuelto un lujo.
Volví con Jaz y después de otros tantos toqueteos mustios logré zafarme de ella pretextando que debía llegar temprano a casa. Quiso que nos viésemos en otro sitio la semana siguiente, pero como siempre ocurre conmigo, seguramente no habría una segunda ocasión. Me despedí y busqué al resto. No conseguí encontrarlos. Se habían largado. Cuando me sabían acompañado, daban por sentado que la noche sería larga.
Abandoné la tocada despreocupado y decepcionado. Tenía buen billete y el ingenio necesario para regresar a casa sin problemas. De tal forma, mi preocupación principal consistía en seguir cotorrenado toda la madrugada. Decidí buscar una vinatería abierta. Siempre hay alguien con quien chupar en el mundo. Me puse a caminar en rumbo incierto. Camine un rato en línea recta y otro poco entre las calles. Aún oía tras de mí el estrépito desagradable de la tocada. También escuchaba el ladrido de esos perros de pelea que todo mundo gustaba criar en sus azoteas. Esos perros pigmeos y musculosos que en un ataque de descontrol e ira debes sacrificar sin remedio a menos que quieras que te dejen desmembrado por obstinado.
Ya eran las dos de la mañana y entre las tolvaneras de esas aceras semipavimentadas los niños aún jugaban por esas calles. Fue bueno ver a los niños en la calle. En verdad me producía una sensación agradable su deseo inagotable por jugar. La vida es para jugar. Tomarla como un juego es lo más serio que puedes realizar en la vida. El esmero, el entusiasmo y la atención que pones en un juego es muy auténtico. Por eso la vida es un juego. Debe ser siempre un juego aunque a veces sea muy cruda.
Después de todo, esos pequeños ya tendrían suficiente tiempo para descansar cuando fuesen encarcelados por haber matado al hijo inesperado de un embarazo prematuro, al suicidarse por no haber ingresado a una de nuestras nefandas y corrompidas universidades públicas, por un choque en motocicleta o simplemente tras no poder lidiar con su soledad que hoy es más acentuada que nunca.
Doblé en una esquina y seguí de frente. Anduve cuesta abajo hasta llegar si mal no recuerdo a una avenida llamada Chimalhuacán. No recuerdo con precisión las cuadras que ya había dejado atrás pero mis pies se encargaron de hacerme entender que habían sido demasiadas. Crucé la avenida y al final de la calle siguiente estaban agazapados unos seis o siete sujetos afuera de una vinatería.
Al pasar a su lado, uno de ellos se acercó y me pidió un tabaco. Por suerte yo llevaba guardado uno en mi cartera. Lo saqué, lo alisé y se lo alcancé sin más. Lo encendió, me miró, le dio una profunda calada y después me invitó a echar una copa con ellos.
Así conocí al japo, al boni, al acido, al peque, y al barbas. Realicé unas cuantas caguamas y un balantains. Ellos se encargaron del resto mucho después. Bebimos unas cuantas horas. Vimos pasar frente a nosotros unas cuantas « vestidas », unos cuantos vagos corriendo a toda prisa con tapones de coche cajones de bocinas o llantas a sus espaldas. Lo mismo de siempre en todos lados. Cuando menos lo siempre visto, los mismos personajes en todos los lugares donde a mí siempre me gustaba turistear. Luego una patrulla se acercó. Ninguno se movió o hizo un ademán de escapar. La patrulla se limitó a iluminarnos con la torreta unos segundos y después prosiguió su ruta. Me sentía como en casa.
-Te la sabes güero- dijo el Japo.
-Lo mismo pasa en mi barrio- dije.
-Aquí también la ley sabe que sale bien roqueada si arma alboroto.
Las botellas se vaciaron, los ojos ardían y el frio aumentaba. Entonces, el japo desapareció un rato. Después llegó con una mochila voluptuosa.
-Sobres putos- dijo el Japo- ya les traigo la magia.
Sacó de una mochila dos latas de PVC, una bolsa de plástico trasparente atascada de resistol 5000 y con canela en polvo. Luego sacó otra de igual forma pero atascada con el centro líquido de los chicles bubaló sabor fresa. Todo ese dulce batido en su interior. También sacó cinco canutos de mota, una lata de aluminio agujereada, unos aceites y tinner con estopa envuelta en periódico. Cada uno eligió lo suyo. El Japo se acercó y me ofreció un toque:
-Sale güero- dijo-póngase chido.
-No es que sea mamón- dije- pero la verdad eso se me hace muy jipi Japo.
- Bueno ¿Unos aceites?
- Mucho menos, eso es muy hipster.
- Pues tú escoge entonces.
- A mí ni las drogas de diseño ni los alucinógenos me van bien- dije- yo sólo me clavo material industrial.
Todos rieron con enjundia.
Pensé en seguir borracho. Hacía años que no inhalaba solventes o esnifaba pegamento. Pero al final pensé que si había tragado esos vegetales, de todas formas no sentiría remordimiento por inhalar pegamento. A fin de cuentas me había metido material industrial desde la tocada.

Recordé que desde niño, ninguno de mis amigos se había metido drogas de diseño. Ni siquiera alcanzaba para ellas. De esa forma, el material industrial era considerado como la opción más frecuente. Incluso también existe una diferenciación de clase entre los adictos.
Esnifé una hora sin parar. Mis sentidos se habían entorpecido, el aliento que despedía ya era flamable. Entonces el japo sugirió dar un rol en su camioneta. Tenía el deseo persistente y alucinado de buscar un río para pescar. Decía que ése había sido su sueño desde siempre. Tenía veintiocho años una pick up del ochenta y nueve, un trabajo como tapicero y una vida sin pasión, sin energía y muchas historias duras e interesantes qué contar. Muchos sueñan con viajes al extranjero, escribir una novela, tener un departamento, ser fotógrafos, dirigir la compañía de papá, convertirse en músico o cineasta... en fin: los sueños de los marginados por esta sociedad de fantasías enrevesadas son más modestos por estar menos envilecidos a pesar de una vida miserable.
A duras penas logré montarme en la parte trasera. El Japo encendió la troca y se puso en marcha. Minutos más tarde yo ya veía de un modo neblinoso cómo el resto se había vomitado encima de sí mismos o estaban completamente anestesiados y colgados en el borde de la camioneta. Perdí conciencia del momento. Es lo último que recuerdo del asunto. Dormí involuntariamente.
Cuando desperté, se precipitó a mí un olor húmedo, campestre y picoso. Abrí los ojos pero tardé unos minutos para enfocar con claridad. El cielo se estaba completamente limpio y olía a tierra húmeda. Sentía el viento más frio que de costumbre. Miré hacia ambos lados y me dí cuenta que estaba como atrincherado. Supuse que tal vez estaba en una cuneta, en una terracería o algo por el estilo. Tenía un aliento insoportable y un escozor en la garganta que me lastimaba aunque pasase poca saliva. El cemento te deja unas agruras insoportables.
Logré salir de aquella zanja y miré atónito que no era un amplio patio sino un extensísimo terreno. Hacía donde mirase todo era pasto y cerros. Toque mi ano para saber si no lo tenía irritado. Pensé que quizás - como a otros compadres les había sucedido- conmigo se habían dado un festín.
Salí ileso del asunto. Anduve toqueteando mis pantalones. Todavía conservaba mi billetera. Tampoco me habían robado así que pensé que me había caído de la troca. Caminé hacia donde la intuición me llevó. Al cabo de una hora logré dar con lo que parecía una avenida. Logré ver unas cuantas casas sencillas fincadas a un constado de esa avenida. Después vi que había un puesto de garnachas justo frente a una de las casas. Entonces me acerqué y le pregunté a la señora morena, de mata ondulada y de complexión regordeta que estaba despachando, si tenía un teléfono o que si sabía dónde se encontraba el metro más cercano.
-¿Metro joven? -respondió muy dulce con una expresión de sorpresa- No muchacho. ¿Apoco no sabes dónde estás?
- La miré unos segundos, regresé a mi cuerpo y le dije:
-Pues estoy por Neza ¿no es así?
-¡No joven¡- respondió excitada- aquí es Texcoco. Usted está más cerca del lago de Texcoco que de Neza.
No dije nada más. Me contenté con ver los imponentes cerros, el cielo abierto y la interminable carretera. Después la señora se puso a lo suyo. Entró a la casa, salió sin tardanza y me ofreció para desayunar unas quesadillas de hongos con un caldo de médula.
-¡Ándele joven¡-dijo- no debe quedarse con la panza vacía
-Gracias, no se apure. De todas formas ya me voy.
- Qué se va ni que ocho cuartos. Ándele güero, aunque tiene unos ojos muy bonitos lo veo muy ñango. El chimeco tarda mucho rato en pasar. Va a ver que sí le da tiempo.
-Bueno pues…
- Las tortillas en comal son muy buenas. Además, el maíz es bueno. No se apure, es cosechado atrás de ese monte que usted ve enfrente; Ahí los ricos aún no meten las manos. Todo eso que se cosecha sigue siendo de los campesinos. Los honguitos también.
-¿De verdad?
La señora me dejó completamente sorprendido. Tal vez no había terminado ni siquiera la primaria pero tenía mucha más conciencia y conocimiento que los pendejazos de la tocada. Siempre encuentras autenticas conciencias donde menos te lo esperas.
- ¡Si hombre¡ Pus si uno vive aquí. Ni modo de que uno no sepa lo que le hacen a la madre tierra esos canijos. En todo caso pus… ¿Qué comeríamos nosotros si nomás hay eso por estos lares? Además, de eso vivimos nosotros. Por eso aún no dejamos que esos desgraciados nos lo echen a perder. Van a ver que al rato, con lo que cosechan los ricos en el campo, segurito les van a salir otros brazos o una cola de rata. Eso se lo juro joven.
-Ya lo creo.
Aún las cosas no estaban perdidas del todo.
-¿Quiere una chelita?- dijo la señora.
-Bueno.
-Ande pues, éntrele que no le va a hacer daño. Coma con paciencia. De todas formas, su camino de regreso va pa´ largo.

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