domingo, 17 de abril de 2011

La auténtica jaula de las locas (Parte II)


Sin pensarlo demasiado cogí la silla y saludé a esos dos bigotones al sentarme.
―Te presento a Román y a Julio ―dijo Mauricio.
―Hola ―dijeron ambos muy alegres.
―Son de Monterrey ―Añadió Mauricio.
Tenían un aspecto muy masculino. Eran un poco robustos con las cejas y el bigote bien tupidos. Lo seguro es que no eran menores de treinta años. Ambos llevaban jeans puestos, una playera de algodón cualquiera y unos tenis para correr que seguramente eran muy costosos. Su habla era procaz pero de cierta forma se mantenía aún amable.
Oye ―dijo Julio mirando a Mauricio―, ¿Este vatito está muy morrito no crees?
―No te fíes de eso ―contestó Mauricio.
― ¿Cómo es que le permitieron pasar? ―preguntó Julio.
―Seguro fue por esos ojos tan lindos que tiene ―interrumpió Román.
―Seguramente ―repuso Mauricio―. Ya está acostumbrado a que se lo destaquen siempre.
―Pero hombres no ―añadí.
La verdad es que por aquel entonces bastaba con tu cartilla de vacunación y tu disposición para acceder a cualquier sitio nocturno.
Después de pegarle un corto trago a la cerveza Román me miró fijo y agregó:
―Pues nosotros no somos hombres.
― ¿Entonces qué somos? ―exclamó Mauricio.
―Pues gays ―respondió en tomo absurdo Román.
Todos nos echamos a reír.
Para entonces mi condición ya estaba casi normalizada por completo. Jamás pensé que se pudiese combatir los estragos del alcoholismo con un poco más de alcohol. Tal vez por eso uno cuenta las cosas por escrito. Con más estiércol se alivian los estragos del mismo estiércol.
Tomé una cerveza ámbar de la cubetilla y la descorché al instante acabándomela en un par de tragos. Me puse expectante al lugar. Si no hubiese sabido al principio que era una zona de manfloros quizás no habría podido diferenciar a un gay de un hombre «común». Los hombres tienden a construir relatos exagerados de sus propias fobias. Aunque debo decir que de pronto desfilaba ante mí una que otra vestida. Bueno, el caso es que aun así, podías precisar al resto como gente cualquiera.
―No te vayas a poner nervioso Ale ―dijo Mauricio.
―No te vamos a coger ―secundó Román.
―Hasta que andes bien pedo, claro está ―espetó Julio.
Reímos de nuevo.
Pidieron otras dos cubetas de cerveza. Cuando el mesero sujetó la cubeta con los envases vacíos dejando al tiempo la llena, inmediatamente apartó una cerveza para mí
―Esta se la mandan a usted ―sentenció.
― ¿Quién? ―pregunté.
El chico que está a sólo dos mesas de aquí−señaló hacia la izquierda.
Miré discretamente. Era un tipo de más o menos 26 años. Tenía el pelo castaño, test blanca y llevaba un atuendo como si apenas lograse escapar de una estresante oficina.
―No te preocupes Ale ―dijo Mauricio―, sólo le gustas, es todo.
―Lo sé.
―Somos gays ―dijo Román―, no locas.
― ¿Ah no? ―respondió Mauricio.
Entonces Julio dejó de escarmenarse el pelo con los dedos, le dio un trago a su cheve y miró a Mauricio.
―Pues no ―respondió―. Las locas son esa clase de tipos que en la oficina aparentan ser recios y viriles. Pero los viernes por la noche se las ingenian para caerle a lugares como este en compañía de pubertos desorientados que lograron persuadir.
―Sí ― respondió Román―, son aquellos que seguramente golpean constantemente a sus mujeres e hijos en el transcurso de la semana. Son esos que se cogen mal a sus viejas y reprenden a sus hijos por cualquier cosa. Todo el tiempo aparentan ser estrictos y correctos pero en cuanto se presenta la oportunidad de una buena peda, salen a flote sus deseos intencionalmente reprimidos. En una simple peda banquetera son capaces de hurgarle las pelotas a su compadre o de lubricarle el culo a esos jotitos del barrio. A esos que a cada oportunidad que se presenta, intentan ridiculizar públicamente.
―Así pasa en mi barrio― respondió Mauricio.
―¿En serio?― le pregunté perplejo.
―Por supuesto ―respondió−―¿Recuerdas a tu vecino? Ese que se la pasa reprendiendo a sus hijos todo el tiempo cuando salen a jugar futbol sobre la avenida.
―Sí.
―Pues le fascinan los exámenes de próstata caseros.
― ¡Órale!
― ¿Y acaso recuerdas al amigo de tu tío Federico? Ese que se ejercita todas las mañanas en el deportivo durante dos o tres horas.
― ¿Hablas del que tiene un cuerpo colosal y que conduce un neón rojo?
― Pues a ese le excitan demasiado los culos de los niños y procura pasearlos en ese auto hasta que logra persuadirlos para que accedan. Después les compra por remordimiento lo que pidan.
― ¿En serio?
― Hasta algunos de tus tíos andan metidos en lo más profundo de esos asuntos degenerados.
― ¿Te cae?
― Pregúntale a tu tío Pablo por qué lo dejó su mujer.
― A mí me dijo que porque bebía demasiado y además le molestaba mucho su mejor amigo cris. Incluso es padre de una niña muy bonita.

― ¿Nunca has pensado por qué tu tío se enfurece cuando observa a cris cotorreando con ustedes?
―Ya comprendo.
―¿También recuerdas al Shagui, al Toño, al Kiko y al resto de los chicos con los que echabas la reta?
―Seguro. Aun juego con ellos de vez en vez.
― Pues pregúntale a Martín quienes fueron los que lo dejaron bien despachado una noche hace dos meses.
― ¿Pues qué le hicieron?
―Imagínate cómo quedó el cuarto de la casa de Toño donde arrumban las cosas viejas. Martín terminó batido en mermelada, con el rabo dilatado como nunca, con los labios despellejados y con un cansancio del cual se recobró tres días después. Se dieron un festín con Martín.
―Pero si ellos son los que más molestan a Martín cuando estamos jugando y él pasa por ahí para comprar tabacos en la tienda.
―El mundo en realidad está atestado de gays Ale. Más de lo que podrías imaginarte. Lo malo del asunto es que hay muchos cobardes
―Ahora creo que la Ciudad de México es la auténtica jaula de las locas.
―Desde luego.
―Pues entonces yo pienso que un gay y un puto no es lo mismo.
― ¿Por qué?
―Los putos son los criticones.
― ¿Por qué?
―Por mentirosos y cobardes.
―Ahora que lo mencionas… podría ser.
Román y Julio permanecieron en silencio hasta que cerré el pico. Ambos me miraron con un aire en sus rostros de complacencia. De nueva cuenta me había ganado la amistad de otras personas por mi simple bocota.
Eran cerca de las dos de la mañana y ya habíamos barrido con al menos seis o siete cubetas. Cada una contenía nueve cervezas individuales.
La sensación de vértigo que sentía horas antes se había esfumado por completo y en su lugar sentí el lindo mareo apacible de la ebriedad.
Después Román comenzó a charlar conmigo contándome en los lugares que había estado y los beneficios que le iba dejando eso de ser gay.
―Pues como te darás cuenta Ale yo vengo del Norte ―dijo.
―A leguas se nota−respondí.
―Creo que no he encontrado tanto puñalón como aquí.
― ¿En serio?
―En todos lados hay pero la mayoría creo que se concentra aquí.
― ¿Hay más que en Monterrey? ―pregunté
―Si lo pusiese en una estadística, primero es la ciudad de México, luego Guadalajara y después Monterrey.
― ¿Pero en Guadalajara hay más mujeres no?
―Pues como dice la canción de Jorge Negrete: Guadalajara es la tierra donde se dan los hombres.
―Sí, pero unos con otros.
―Todos volvieron a reír.
―Eres muy ingenioso ―dijo Julio mientras le exprimía un barrito a Mauricio.
― ¿Sabes qué ale? ―dijo Román―, ceder el culo entre hombres también tiene sus ventajas.
― ¿Como cuáles? ―pregunte muy interesado.
―A diferencia de las mujeres, la mayoría de las veces los hombres solemos ser menos selectivos.
―Si lo creo.
―Claro Ale ―dijo―. Aunque no lo creas sólo basta que un tipo con carisma se plante frente a ti para despertar los ánimos por enchufártelo.
―Supongo que la naturaleza del hombre es ser menos exigente−dije.
―No del todo ―respondió Román―. Lo que quise decir es que a veces conseguimos tomar en cuenta otros aspectos que para las mujeres son desapercibidos o que en el peor de los casos evitan tomar en cuenta.
―Entiendo.
―En mi tierra es muy difícil ser «como eres». Son locos y prejuiciosos por el miedo tan grande que tienen por no aceptarse o por no aceptarnos.
―Si, en todos lados discriminan demasiado. En la familia, con los amigos, incluso hasta entre ustedes me imagino.
― ¡Cabrón! ¿Cuántos años tienes?
―Ya casi diecisiete.
―Tienes buena percepción de las cosas para tu edad. Y pues hablando sobre eso de la discriminación… tienes razón. Entre nosotros nos excluimos. Resulta que somos gays pero la mayoría estamos en desacuerdo con algunos amanerados.
―Pues creo que todo es porque a ustedes les gustan los hombres más no quieren ser mujeres, supongo.
―¿Ya escuchaste Julio? ―le vociferó Román al propio Julio que estaba riéndose con Mauricio de la cara que había puesto el propio Román.
―Sí, respondió Julio ― yo también ya me he dado cuenta que el niño no es tarugo.
―Es más listo de lo que piensas− agregó Mauricio.
―Eres un chico peculiar ―dijo Román―. Y con esos ojos siempre te vas a conseguir buenas chicas.
―O tal vez cabrones ―dijo Julio
Reímos una vez más.
―Además ―continuó Román―, si la sabes hacer, recibes buenas recompensas
― ¿De qué forma? ―pregunté.
―Mira Ale, alguien como tú podría recibir quinientos pesos al instante sólo por dejarse hacer una simple mamada.
― ¿En verdad? ―volví a preguntar―. Creo que ni las putillas de Sullivan salen tan caras.
―Así es esto Ale. Y además debo decir que los putos que se alquilan en esta ciudad están para llorar.
―Ya lo creo.
―Este asunto a veces te da buenas ganancias, pequeño. Normalmente los viejos son los que te proporcionan mayores beneficios
―Pues yo creo que a mí los viejos me darían sólo dos cosas.
― ¿Acaso seguridad y placer?
―No precisamente. Más bien asco y dinero.
Todos escucharon y rieron con mayor intensidad que antes.
―Este chamaco me va a volver loco ―alcanzó a musitar Román mientras no paraba de doblarse sobre la mesa por la risa prolongada.
―Bueno Ale ―prosiguió Román recuperándose―, puedes tener televisión con cable, un auto decente, medio departamento pagado o gozar de unas fabulosas vacaciones tan sólo al permitir que alguien talle su hocico durante media hora sobre tu pelvis.
―Parece que sucede del mismo modo con las mujeres ―expresé.
―Pues algo por el estilo ―añadió Julio.
Era cierto. Actualmente en este mundo degenerado, una chica iletrada puede comenzar como una despistada recadera dentro de una prestigiosa empresa. Pero al cabo de un rato, el patrón logra darse cuenta que debajo de esa apariencia ingenua y corrientita, y por supuesto de esa falda entallada se encuentra un culo soberbio y un chocho hediondo y trabajado a medias. . Entonces, en unos cuantos meses aquella atolondrada y zarrapastrosa empleada asume un puesto mayor en la empresa con un nuevo estilo de vida como si fuese ejecutiva. El cuerpo siempre será la propiedad más alquilada y nunca devaluada.
―En cualquier sitio el sexo tiene mayor posición en la nómina ―le dije a Román.
―Siempre encuentras la expresión justa Ale.
―Ofrecen placer por dinero y dinero por placer ―respondí―. Así de simple y mediocre gira el mundo.
―Este chamaco va a tener una vida interesante− dijo Román mirando a los otros dos.
―O su ruina demasiado pronto ―dijo Mauricio.
Al cabo de un par de cubetas más pedimos la cuenta y decidimos ascender al siguiente nivel.
La zona estaba acondicionada con más glamur. Había algunos sillones forrados en terciopelo rojo que circundaban toda la pista y alguna que otra mesa redonda y muy pequeña para colocar el consumo individual.
―Si quieres ir al baño me avisas ―dijo Román.
No encontré sentido en lo que me había dicho. Me sentía ebrio pero aún podía dar marcha sin que alguien me auxiliase en el trayecto. Aún podía valerme por mí mismo.
Estuve mucho tiempo sentado mientras los demás se perdieron en la pista a bailar esa detestable música ochentera. Luego fui directamente a la barra a por más cerveza. Entonces vi entrar a ese monigote que medía casi dos metros en compañía de un chico que quizás tenía la misma edad que yo. Sólo que aquel muchacho tenía una constitución como de un tipo de veinticinco. Aquel roble trabajaba por aquel entonces en un periódico de muy mala reputación. Años después lo vería en un programa matutino durante una sección llamada el bombazo. Recuerdo que todas las mañanas mi madre se sentaba frente al televisor a ver ese programa hasta que daba la hora para marcharse a limpiar pisos.
Aquel gigante de nariz abultada, cabello sedoso y piel mate ―seguro por el maquillaje― siguió de largo hasta la barra y pidió un par de copas. Al parecer sólo yo lo había reconocido o quizás los del lugar ya estaban habituados a esa nimia luminaria. Mientras lo atendían, sólo se limitaba a untarle sus manos en las nalgas al chico que tenia de acompañante. Aquel chamaco dibujaba en su rostro una expresión como si estuviese compungido. Seguramente sabía que iba a obtener dinero fácil. Pero la forma como tendría que conseguirlo no le iba a ser muy grata después de todo. Siempre hay gente que soporta cualquier cosa con tal de no regresar a casa con los bolsillos vacíos.
Después de las tres la pista se convirtió en un completo tumulto. Mauricio y los bigotudos seguían extraviados dentro de la pista saturada. Entonces cometí el error de encaminarme a tirar una meada al baño sin compañía. Di pocos traspiés hasta llegar a la puerta del baño. Seguí de largo hasta ubicar un mingitorio vacío y justo cuando tenía sopesando mi tripa entre las manos tuve la impresión de que alguien estaba justo tras de mí demasiado cerca.

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