sábado, 17 de septiembre de 2011

Como otro día cualquiera.


Alexis se despertó muy temprano esa mañana. No fue por voluntad propia. Tuvo insomnio la noche anterior. También se sintió ansioso. Después de leer un par de horas encendió la radio y se puso a asear su habitación. Más tarde sonó el timbre de la puerta y salió.
—¿Quién?
—Abre, culero. Soy Ramón.
—No tengo colchones viejos, venga después.
—No seas mamón. Abre.
Alexis abrió la puerta y lo dejó entrar. Llevó a Ramón al sillón de la sala y encendió el televisor. Fue al baño. Regresó enseguida.
—¿Cómo has estado pinche Alexis?
—Estoy, es ganancia.
—¿Ya no vas a la universidad?
—¿Qué es eso?
—Qué gracioso. En serio. ¿Ya no le caes a tu chamba?
—A veces.
—¿Entonces qué chingados es lo que haces todo el día?
—Me dedico a doblar calcetines.
—¿Y además?
—Tiro la basura y veo videos de zumba.
— Leer demasiado te está haciendo daño. Te hace pensar todo el tiempo.
—No lo hagas.
—¿Qué, leer o pensar?
—Lo segundo.
—¿Por qué o qué?
—Te harás daño.
—Deja de pendejear. Mejor búscate una mujer. Al menos pasa el tiempo con una chica. He visto cómo te siguen algunas. No seas marica y despáchalas un rato por lo menos.
—Quieres jugo o chesco.
—Chesco.
Alexis se incorporó y se metió a la cocina. Regresó con un refresco de lata y un jugo de litro en tetrapac. Ramón estaba pasmado viendo un programa matutino de televisión.
—Esas del balet de venga la alegría están precisas.
—Sí.
—Por cierto, Marisol me dijo que te vio caminando por el centro el otro día y que te hiciste pendejo.
—Seguro estaba en los libros de viejo.
— También Mariana me dijo que no contestas tu teléfono. Ha tratado de localizarte muchas veces. Y de paso Susana dice que al parecer la borraste del Mensajero.
—Ya no uso el mensajero.
—Estás demente. No entiendo porqué desperdicias tanta carne.
—No he desayunado ¿Quieres una torta de milanesa?
—No, gracias. Así estoy a toda madre. Además ya me voy. Sólo pasaba a visitarte. Debo ir a la escuela. Deberías animarte a la maestría. Tienes mucho potencial.
—Lo pensaré.
Alexis acompañó a Ramón a la puerta. Regresó a la cocina. Luego se fue a la mesa con una torta de milanesa. Sonó el teléfono.
—¿Bueno?
—¿Se encontrará Alexis?
—¿Quién lo busca?
—Erika.
—No se encuentra. Fue por el pollo.
—¿Sabe a qué hora regresa?
No tengo la menor idea.
—Bueno, gracias.
—Por nada.
Colgó. Después se dirigió a su cuarto, encendió el dvd y continuó viendo una película que había dejado a medias la noche anterior. Volvió a sonar el telefono.
—¿Dime?
— ¿Cómo que dime? Contesta bien, culero. Soy Iván. ¿Cómo has estado, rey? Hace mucho que no te veo. Seguramente te sigues apestando en tu cuarto.
—Bien carnal. ¿Y tú?
—Igual.
—¿Qué se te ofrece?
—Nada. Sólo quería saludarte. ¿Cuándo nos vemos?
—La próxima semana, seguro.
—Está bien. Entonces quedamos después. Me voy. Deberías salir al mundo de nuevo. Suerte, cabrón.
—Para ti también, carnal.
Presionó end a al teléfono inalámbrico. Luego volvió a la mesa y se puso a revisar unas notas. Subió el volumen del estéreo. Sintió una presencia. Cuando miró hacia la puerta vio al gato sentado justo en el umbral. Lo contempló unos segundos y sonrió. Sus ojos se centraron en las notas de nuevo. Estuvo organizándolas un buen rato.
Luego fue al baño, tiró una meada, se lavó las manos y se fue a recostar sobre la base del librero. Tenía un librero modesto que abarcaba media pared. Había en él obras muy extrañas o difíciles de encontrar recientemente. Cogió algunos libros y les pasó revista con detenimiento. Luego volvió a ponerlos en su sitio y se recostó de nuevo. Después alargó su mano y cogió otro libro desde el suelo. Lo leyó boca arriba unos segundos y casi enseguida lo posó sobre su pecho. Estuvo tamborileando con los dedos sobre la cubierta del libro. Era de Famanelli. Educar a las mofetas era un título que le hacía reír. Desafortunadamente el título era lo único que valía la pena leer.
Antes de colocar en su lugar el libro sonó el timbre de la puerta otra vez. Alexis se puso de pie y salió con el libro en la mano.
—¿Quién?
—¿Se encontrará Alexis?
—¿Quién lo busca?
—David.
David era de esa clase de personas que buscan a otras cuando en realidad no tienen nada qué hacer.
Alexis abrió la puerta y le hizo señas para que pasara. Después lo llevó al sillón y volvió a encender la televisión. Fue otra vez a la cocina y mordió un bistek directo del sartén. A continuación regresó a la mesa y puso a un lado el libro.
—Enséñame ese libro que traías en la mano.
Alexis le lanzó el libro desde la mesa.
—Pinche Alexis. ¿A poco te gusta Famanelli?
—Sólo sus aforismos.
—¿Entonces por qué tienes varias de sus novelas?
—Para confirmar por qué no me agrada.
—Pero es bueno. Escribe sucio.
—Es demasiado fantasioso. No conoce la calle.
—Pero sus novelas y relatos tratan de gente común y corriente.
—Gente snobista común y corriente.
—Sus personajes son sucios.
—No creo que un ladrón de vecindad hable como si hubiese cursado un doctorado. Eso es muy chiflado.
—Él es muy ñero.
—Aparenta.
—Y su chiquillo Rizano también es bueno.
—Es exactamente lo mismo.
—Le gusta el box.
—Eso dice como locutor en la estación de radio de una universidad pirrura. Te aseguro que si le cantan un tiro se arruga enseguida. Gente como esa sólo observa las aceras desde un cómodo palco.
— Dicen que escribe prosa puerca y que frecuenta congales.
—¿Le llamas congal a su propio bar en aquella colonia de alcurnia? La gente tiende a engrandecer las cosas que en realidad desconoce. Tal vez le guste la prosa sucia. Pero no creo que haya tenido una vida así.
—¿Y necesitas llevar una vida de ese estilo para escribir así?
—De ahí es donde surge.
—Como sea. Deberías escribir algo. Tal vez hasta publicar algo.
—No lo conseguiría. No soy amigo de ninguno de esos pequeños caprichosos.
—Tienes razón. Esto de la escritura actual sólo se trata de buenas relaciones. Bueno, me voy. Sólo pasaba a saludarte. Intenta divertirte de nuevo.
—Lo hago. Sólo que de distinta forma.
—Extraño esos viejos tiempos, amigo. Eras más desenfrenado.
—Necesito un año sabático. Creo que estoy cansado de eso.
David se dirigió solo hacia la puerta. Alexis retomó la revisión de notas. Después se frotó los ojos y encendió la computadora. Revisó su correo, leyó el periódico y se conectó al feis. Algunas ventanas de mensajes se desplegaron. No les hizo caso y siguió leyendo. Su celular timbró un par de veces. Lo cogió de encima del librero y revisó el mensaje. «Estaría chido que fuéramos por un café, dime si puedes en estos días, Sandra.» Sostuvo en su mano el celular unos segundos y luego lo apagó. Pensó lo que le había dicho Iván. Entonces sacó sus llaves que estaban debajo de la cama, cerró la puerta y se dirigió al deportivo.
Cuando llegó, la mayoría de los cuates ya estaban jalando. Siempre estaban ahí, a la misma hora. Aunque ya habían pasado los años sus cuerpos no demostraban progreso en el ejercicio.
—Qué pasó, muerto. Hace tiempo que no venías.
—No está muerto, cris. Sólo desahuciado.
—No es cierto, Felipe. Se escapó del refrigerador. Lo tenían con Gual disnei y Lenin.
El resto se rió. Seguían haciendo su rutina con dificultad. Algunos olían a alcohol y otros mostraban en sus rostros cansancio o desvelo. Alexis entendía perfectamente por qué no dejaban el deportivo. Demasiada inestabilidad en casa te obliga a permanecer fuera mucho tiempo.
Entonces Alexis se sentó en una plancha metálica y se puso a observarlos. Al poco rato Bruno se acercó con unas mancuernas en la mano.
— ¿Cómo has estado mi Alexis?
—Chido mi Bruno. ¿Y tú?
—Ya sabes, la escuela, el ejercicio, el coto… Se te extraña wey. Nos haces reir muchísimo.
—A eso vengo.
Bromeó con ellos bastante tiempo. Una hora más tarde todos comenzaron a despedirse. Alexis regresó a casa y se puso a leer durante otras dos horas. Encendió su celular otra vez para ver qué hora era. El reloj marcaba las tres de la tarde y había dos mensajes nuevos. «Te invito a un reven el viernes, me llamas, Anabel.» Revisó el otro mensaje. «Te estuve esperando, ¿Aún puedes ayudarme con mi tarea? Di que sí. Te llamo al ratito, Caro». Lo apagó de nuevo y volvió a encender el radio. Conectó el aipod y puso el estéreo en auxiliar. Luego terminó de acomodar los folios dispersos y se puso a leer una vez más. De pronto dieron unos toquidos muy fuertes a la puerta. Salió a abrir.
—Sabía que estabas en tu casa, cabrón.
—Pinche Esteban, ¿Por qué no tocas el timbre?
—No mames, me dio toques.
—Pasa.
Alexis también lo llevó al sillón pero esta vez no encendió el televisor.
—Vine por ti para ir a jugar maquinitas.
—Espérame, nomás termino esto y nos lanzamos.
Ambos habían sido aficionados a los videojuegos desde niños. Esteban tenía veintinueve años pero parecía que no quería que el tiempo avanzase. Sus facciones se habían hecho más gruesas y su atuendo seguía siendo el mismo. Pero su comportamiento seguía siendo infantil aunque un poco más huraño. Sin embargo, Alexis sentía una profunda ternura por Esteban. Su amigo seguía siendo tranquilo y noble con las personas a pesar de su estado tan irritable. Esteban nunca había tenido un empleo duradero. Mucho menos había dejado de ser neurótico. Pero siempre que Alexis necesitaba ayuda, él se la ofrecía sin que se lo pidiese. Mientras estaba sentado sobre la mesa, Alexis miró a Esteban y se puso a pensar en eso. Luego cerraron las ventanas y se encaminaron a los videojuegos.
Una hora más tarde hubo un apagón en el local de maquinitas. Ambos se despidieron y tomaron rumbos opuestos. Mientras regresaba a casa, Alexis se encontró a una vieja amiga. Daniela tenía apenas treinta años y tres hijos de padres distintos. Cuando eran niños salían juntos a menudo.
—¡Aletzis! Já ¿Cómo has estado?
—Bien. ¿Y tú y tus chiquillos?
—Todos dando lata.
—Me parece perfecto.
—Debemos salir de nuevo.
—Tienes tres hijos, Daniela. Aún son pequeños. No puedes dejarlos solos.
—Ese no es problema. Mi madre los cuida cuando salgo los fines de semana. Me puedo poner borracha sin pedos. Eso te conviene.
—Entiendo.
—Entonces, ¿Qué me dices?
—No puedo. Debo estar temprano en casa siempre.
— ¿Por qué?
—Tengo que echarle el jabón de baja espuma a la lavadora.
—No se te quita lo ridículo. Ándale, salgamos mañana.
—Mejor nos vemos otro día.
—Cuando quieras.
Siguieron charlando unos minutos y al final Daniela cogió a Alexis por el cuello para despedirse. Le dijo al oído que seguía gustándole mucho. Alexis hizo una mueca y la dejó atrás. Caminó un par de cuadras y de pronto decidió comprar galletas en una tienda. Cuando salió, miró hacia el parque y se acercó. Recordó esos días cuando pasaba de la media noche y se reunía con los amigos en ese parque. Se sentó en el quiosco y observó unos minutos a los niños que jugaban futbol. Entonces una mano lo cogió por el hombro. Alexis torció la cabeza para cerciorarse. Era Arturo que regresaba del trabajo.
—Te vi desde que me bajé del pesero, cabrón. Hacía un chingo que no te topaba. Uno nunca sabe dónde te metes ¿Qué andas haciendo en el parque?
—Vine a arrojarle galletas a las palomas. No había maíz en la tienda.
—Ja, me parece bien. Sigues siendo burlón.
De repente un par de sujetos se acercaron. Antes de que se detuviesen, Alexis los reconoció. Eran Alan y Martín. Recordó esos días en los que los cuatro permanecían toda la noche bebiendo y haciendo escándalo en el parque.
—Ay wey, ¿quién le abrió la tumba de nuevo a Lázaro?
—Pinche Martín. Todavía no saludas a Alexis y ya lo estás chingando.
—Tú no digas nada, pinche Alan. Si tú me dijiste eso.
—No mames, Alexis. Hacía mucho que no te vicenteaba. El otro día le pregunté por ti a Martín y me dijo que vivías para la universidad.
—Eso fue hace tiempo.
—No chingues. Te aseguro que ni acabó la prepa el condenado.
—Sí, no concluí la prepa.
Al cabo de un rato, mientras conversaban, un borrachín se acercó a pedir un tabaco. Martín fue el primero en ser taloneado. El viejo continuó con Alan y Arturo. Cuando llegó con Alexis, el borracho lo miró muy serio. Luego le cogió la mano y fingió tomarle el pulso.
—Mejor a ti te doy un tabaco.
Todos rieron.
—No gracias. No fumo.
—¡Ay wey! Está canija la cosa entonces.
Se desataron más risotadas. El borracho se alejó y al poco rato todos se dijeron adiós acordando frecuentarse de nuevo.
Cuando llegó a casa, Alexis volvió a coger un libro y se sentó justo debajo del marco de la puerta. El teléfono sonó nuevamente. Contestó.
—Oye wey, ése libro que me recomendaste es de lo mejor.
—¿Quién habla?
—Oscar.
—¿Por qué lo dices?
—Jamás pensé que el estudio de América Latina fuera tan interesante.
—Ya pues. Todo tipo de formación social está determinada por ciertos factores. Las grandes civilizaciones mesoamericanas fueron excepcionales. Su estructura societal era bastante peculiar a comparación de otras. Su visión de totalidad con el mundo las hacía desarrollar un modo de vida estrictamente equilibrado con el entorno. Además también fue interesante lo del proceso de dominación ¿No lo crees? Quién iba a pensar que algunas facciones de indígenas fuesen las encargadas de llevar a la derrota a su propio pueblo. Con eso queda descartado el poder absoluto que se les atribuía a los españoles. A esos cerdos insalubres. Además, quien iba a pensar que esas bestias quedaron asombradas ante la extrema limpieza, la organización, las actividades laborales y demás características de nuestros pueblos milenarios. ¿Ahora entiendes porqué repudio a esas figuras intelectuales que emigran hacia Europa para encontrar la inspiración? Esa es gente sin memoria, sin raíces. Son sujetos que han sido afectados por una lobotomía histórica. Quién iba a pensar que uno de los lugares que hoy es un receptáculo cultural, antes haya sido la sede de más asesinatos en la historia. La gente se perturba por los crímenes perpetrados por los nazis en contra de los judíos. Pocos recuerdan el derramamiento de sangre diez veces mayor que cometieron los reyes católicos sobre los judíos y sobre nuestros pueblos.
—No mames. Jamás pensé que pudieses explicar las cosas de ese modo. Hablas muy distinto cuando te pones serio.
—Siempre soy serio. Lo que pasa es que simplemente decir las cosas de forma graciosa es decir cosas serias de forma amable.
—Ya entiendo. Deberías escribir acerca de todo eso que muchos de tus amigos desconocemos.
—Eso ya no le interesa a nadie. Pero tal vez lo haga.
— ¿Puedo ir a visitarte? Seguramente podrías explicarme otras cosas.
—Desde luego.
—Bueno, te hablo después para confirmar qué día.
—Bien.
Alexis arrojó el teléfono sobre el sillón. Regresó a la computadora. Abrió Word y comenzó a escribir. Apenas llevaba un par de líneas cuando el sonido de una ventana emergente lo detuvo. Leyó lo escrito en ella.
—¿Por qué no has respondido los mensajes que te envío?
—Mariana, sabes que mi teléfono nunca tiene crédito. Además nunca lo llevo conmigo.
—Eres un desconsiderado.
—Lo siento.
—¿Sigues acongojado por lo de esa chica?
—Un poco.
—¿Pero qué es lo que te entristece ¿Qué ahora trate de evadirte?
—No. Es solo que me entristece el hecho de que algunas personas no se dejen querer.
—Eso es muy extraño. Normalmente las personas se afligen porque no las quieren. Pero en cambio, tú te entristeces porque no se dejan querer. Eso no es común.
—Lo sé. Las cosas saludables ya son demasiado extrañas para una sociedad tan egoísta y corrompida.
—Eso es cierto. Oye ¿Pero nos veremos la semana entrante? Necesito contarte unas cosas.
—Claro, es seguro.
—No deberías pasar tanto tiempo encerrado.
—No te preocupes. Ya me lo han recomendado.
—Me voy.
—Está bien.
Alexis miró el reloj del monitor. Eran cerca de las nueve de la noche. Dejó la maquina encendida y regresó a su cuarto para terminar la película. En cuanto aparecieron los créditos, retornó a la mesa y siguió escribiendo. Cuando se levantó, miró un reloj de pared que marcaba las dos de la mañana. Apagó la computadora, apagó el estéreo, apagó las luces de la cocina, de la sala y de su cuarto. Se metió debajo de las cobijas, vestido, con un libro en la mano. Encendió una pequeña lámpara que siempre guardaba debajo de su cama. Siguió leyendo otro rato. No podía dormir. Tenía insomnio nuevamente. Sabía que despertaría muy temprano por la mañana, sintiéndose ansioso. Como otro día cualquiera.

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