viernes, 17 de septiembre de 2010

Manos pequeñas

Cursaba la secundaría en ese entonces. Durante un tiempo hubo una racha donde los citatorios disminuyeron y pude llevar una vida de alumno sobresaliente. Sólo llegaba al salón y me sentaba. A veces hacía unas cuantas bromas y prestaba atención en algunas clases. Durante el descanso jugaba un poco, comía a medias o simplemente permanecía en el salón con los otros. Mi vida estaba cambiando un poco. Estaba siendo un alumno ejemplar. Las notas delataban que yo era uno de los mejores. Aunque los maestros replicaban por mi comportamiento anterior, terminaban complacidos por mi desempeño. Mis padres seguían indiferentes ante esos méritos. Nunca le presté atención más de lo debido. Esa temporada no duró mucho.Conocí a Jessica y Aymara. Era un par de chicas corpulentas pero de tetas apetitosas y piernas firmes. Ellas me enseñaron por aquel entonces lo que era la masturbación con una mano que no fuese la mía.

Al principio sólo charlábamos de cuando en cuando. Saludos, anécdotas dentro de la escuela o rumores latentes eran los temas comunes. Como suele ocurrir, a medida que pasaba el tiempo, los temas fueron modificándose y las conversaciones se tornaron más personales. Supuese que algunas mujeres cuando tienen cierto temor, desvelan sus auténticas intenciones de manera dosificada. Poco a poco,Te sueltan todo el cuento después de algún tiempo. Eso sucedió con esas dos.

Un día, mientras tomábamos clase de ingles con la abominación del profesor Mario, hablábamos sobre quiénes eran los más agraciados. Ellas sacaron a relucir una extensa lista de nombres a la cual no le presté muncha atención. Destacaban algunas de las cualidades que les cautivaban. Las chicas de esa edad solo pueden ser cautivadas por una cara andrógina, un cuerpo escultural o una actitud desastrosa, pensé.
Al cabo de un rato, mientras escuchábamos aburridísimas oraciones de los nefandos libros de inglés, una de ellas se despojó del suéter verde y lo colocó en su regazo. Yo miré por el rabillo del ojo y me disgusté un poco. Aymara tenia unas piernas jamonudas pero macizas y apetecibles. No merecían cubrirse y mucho menos cuando yo estaba al lado. Al poco tiempo, Jessica imitó la misma acción y las dos tenían la prenda cubriendo sus lisas y fortachonas piernas. Lamenté que también Jessica las resguardara. Ella era de piernas más relucientes y usaba la falda más corta. Ambas tenían un cruce de piernas estupendo que dejaba ver lo exitante que eran sus muslos inmensos y recios.

En un abrir y cerrar de ojos, mientras yo estaba estúpidamente absorto en la traducción de algunas oraciones declamadas por la voz chillona de Sheila, ambas decidieron cubrir mis piernas con los suéteres. Cada uno estaba compartido exactamente por la mitad de manera que los suéteres abarcaban una respectiva pierna de ellas y una de las mías. Seguí a la expectativa durante unos minutos pero no lograba encontrar el sentido de esa ridícula acción. Seguramente pensaban que tenia frio o algo por el estilo.

Minutos más tarde, mi cremallera se bajó de súbito y entendí lo que esas dos chifladas pretendían. Las disolutas lo tenían de anticipo planeado y lo peor era que parecía previamente practicado. Se coordinaban perfectamente. La sincronía con la cual una empuñaba mi verga, la meneaba y después la soltaba para ser relevada por la otra era inverosímil. Por supuesto que los movimientos eran poco pronunciados para no levantar sospecha alguna a los alrededores. De no haberse colocado cada una a mi costado, juro que no hubiese sabido a que chica correspondía cada palma.

Entonces, Jessica asió mi tripa con esmero. La sujetaba y la barajaba con mayor velocidad, con movimientos telúricos pero muy cortos. En cambio, Aymara la presionaba con suavidad, pero sus movimientos eran más lentos y prolongados. La empuñaba desde el fondo, subía y bajaba hasta el tope de nuevo. Sus manos estaban completamente cálidas.

En general, todas las manos de las mujeres que me la han sacudido siempre estaban tibias. Mientras tanto, yo me mantenía firme, con la mirada al frente y los dedos fuertemente aferrados a la paleta de la banca. Al cabo de unos minutos se consumó el ejercicio. Me vine. Aymara fue la afortunada. Sentí y miré como sus dedos quedaban completamente embadurnados con mi semen. Era toda una experta. No se inmutó. Permaneció en calma y después de un rato alzó la mano inmaculada que le quedaba. Pidió permiso para ir al baño y lavarse las manos. Entonces, el profesor le dirigió una mirada indiferente e hizo el ademán de consentimiento.

Las sesiones se repitieron unas cuantas veces en el laboratorio de Química, debajo de las escaleras, en el salón durante el receso y en el auditorio. Fue fabuloso tener cuatro manos disponibles. Finalmente, no duró lo suficiente. Días más tarde, ambas evitaban el verme. Cuando era imposible el no toparnos se acercaban y decían finjidamente apenadas que habían encontrado un sustituto. Decían haberse liado con un chico que realmente hacía sentír sus manos pequeñas.

No hay comentarios: