lunes, 27 de septiembre de 2010

También los días lluviosos son estupendos

Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos
Julio Cortázar
Son las siete am. Llega aquella mañana donde llueve a cantaros por lo que el tráfico se complicará .De tal manera, llegarás tarde de nuevo al trabajo. EL camino hacia el INEGI se tornará toda una odisea. El cielo se muestra encapotado y completamente ennegrecido. Supones que la lluvia no cesará pronto así que decides salir de inmediato. Tomas una sombrilla, te diriges hacia la avenida y aguardas en la parada del autobús. Durante ese rato sientes que el clima desfavorable es un mal augurio. Nunca ocurre algo bueno durante los días de lluvia, piensas. Al fin llega el autobús, cierras la sombrilla y lo abordas haciendo el rutinario camino rumbo al trabajo.
Dado que a esas horas el autobús siempre va atestado, te mantienes en pie durante unas cuantas cuadras. Vas soñoliento y la lentitud con la que avanza el autobús te hace perder un poco la calma. De ese modo sustraes de la mochila los audífonos y te dispones a escuchar música. A decir verdad es muy grato escuchar música por la mañana.
En algún punto del trayecto, mientras estas absorto en la música, alguien toca tu espalda persistentemente. Miras sobre uno de tus hombros y contemplas a una chica espléndida que te miraba desde hacía rato y movía los labios. Entonces apartas los audífonos de tus oídos.
-¿Perdón?
- Que si puedes pasarle lo de uno por favor.
-¡Ah! Sí, claro.
Le alcanzas la mano para que deposite el importe del viaje mientras la escrutas sutilmente. Miras que es una chica de estatura media. Lleva puestas unas gafas con montura de pasta que no impiden en absoluto advertir sus ojos enormes y relucientes. Distingue entre el resto de los pasajeros por una atrayente mirada que es profunda y sosegada. Además, tiene unos labios amplios y sumamente delgados, un mentón afilado y un lindo cabello largo y liso. Su figura es espigada. De esas que no insinúan demasiado la silueta pero que reflejan una fragilidad encantadora. Su voz es suave, quebradiza y primorosa.
Después de un rato, el autobús comienza a desalojarse y puedes sentarte. Posas la cabeza sobre la ventanilla y miras la brisa pertinaz que permea las grises y vetustas calles de la capital. La chica sigue de pie tomada del tubular. El tráfico aún los mantiene enfrascados y entonces, durante ese momento del viaje numerosos delirios comienzan a pulular en tu cabeza.
Imaginas a esa chica dulce, pasiva y esmerada. Observas sus movimientos durante el camino y deduces que quizá es una chica muy tranquila. Es curioso confirmar que a veces las personas más tranquilas son las que te mantienen más inquieto. Unas cuadras más adelante el asiento contiguo quedó libre y ella consigue sentarse. Entonces puedes reparar en un olor ligero, un olor lozano, en una fragancia que no podía ser indiferente.
Miras discretamente a tu lado y contemplas que lleva algunos libros sobre su regazo. Eso hace juego perfectamente con sus gafas que le profieren un aire intelectual. Quizá es una chica muy lista o quizá es una mujer muy estricta y responsable. Tal vez sólo es una chica despreocupada y las tareas de la escuela que se han acumulado las resolverá a marchas forzadas. Tu mente se debate en innumerables suposiciones. Desafortunadamente, la mente se ocupa en muchos devaneos en los momentos menos apropiados. Estando más cerca, percibes que la chica es más pequeña de lo que parecía a distancia. Los ojos te juegan una mala pasada, aunque la mente también.
Tienes una intención ferviente por cruzar palabra alguna. En realidad, encima de todas las figuraciones que has hecho hasta el momento, sencillamente quieres tener contacto directo.
Supones arribarla con una frase elocuente, con una aproximación cortés o con un saludo elemental y relativamente desinteresado. Su lindura desmedida turba tu juicio e impide que elijas la forma adecuada. A decir verdad, siempre piensas que no existen formas adecuadas. Entonces, ella te mira por un instante. Algo ha llamado su atención o quizá sólo fue un movimiento involuntario. La tensión aumenta y aún no puedes elegir cómo.
Más tarde, el autobús ya no está congestionado, las avenidas ya no están congestionadas. Lo único que sigue congestionado es una mente plagada de conjeturas. Enseguida vuelves a observarla y te das cuenta que mira insistente hacia los lados. Supones con temor que tu oportunidad se diluye entre tus manos. Quizá baje en la siguiente esquina y tú seguirás el camino rutinario agobiado y desconsolado por suponer demasiado y actuar lo mínimo.
De pronto, una sensación de ternura y confianza te invade. Por una extraña razón piensas que también los días lluviosos son estupendos. Tienes la impresión de que contarás una historia trivial a alguien. Una historia que también es buena y real .
La chica te mira sonrosada y dice:
-¿Sabes dónde se encuentra el INEGI?

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