domingo, 31 de julio de 2011

No es bueno fiarse.


Estaba a mitad de una aburrida clase de sociología interpretativa cuando la ninfómana de Fernanda me hizo señas por la ventanilla de la puerta. Quería que saliese de inmediato. Miré al ponente que tenía un rostro estúpido y apasionado. Salí.
― ¿Pa qué vienes tan temprano? ―le pregunté.
―Ya salte de esa madre ―respondió sopesando unos libros sobre sus manos.
―Ya mero acaba.
―No inventes ―dijo mientras guardaba los libros en su mochila―, ya sabes que son puras pendejadas. Esos y los posmodernos están chingados de su coco.
―Pero es tu deber saber qué pendejadas siguen produciendo. A la mierda se le huele desde cerca.
―Ya déja de ser tan estricto por un momento y vamos a chupar. Quedé con un nuevo prospecto.
―Bueno.
Entré de nuevo, cogí mis cosas y aborté el asunto. Tuve una sonrisa sardónica. Estaban «reflexionando» sobre Lyotard y Vattimo. Toda una bola de zopencos tomaba la clase. Todos fingían poseer un conocimiento amplio sobre esas cosas erróneas y perjudiciales. Así es la universidad: a veces una cuna de autentico conocimiento y otras tantas un llano criadero de ladillas.
Esperé un momento a que Fernanda entrase al baño y al salir nos encaminamos lento hacia el metro.
Fernanda era una chica alta, muy desconcentrada para la escuela y muy burlona para las personas pasivas. Tenía una figura estimulante y un rostro escasamente agraciado. Además era una adicta a los hombres. Nunca podía permanecer con uno solo por más de dos semanas. Era muy astuta para persuadirlos. Los incitaba a tal grado que ellos siempre se olvidaban de sí mismos por complacerla. También salía bien librada cuando los dejaba atolondrados, solos y desfalcados económicamente. Quizá por eso habíamos confraternizado bastante. Tal vez por eso fuimos buenos amigos. Prácticamente éramos la misma personalidad en sexos distintos. Éramos listos y ventajosos.
―El otro día me percaté que miraste a una chica y enseguida murmuraste algo raro ―dijo deslizando sus dedos por la malla ciclónica que cercaba la reserva ecológica junto a la facultad.
― ¿Qué fue lo que dije?
―Galletita o algo por el estilo.
―¡Ah, no! Quizás te refieras a Galleta de animalito.
―!Sí¡ ¿ Qué quieres decir con eso?
―Es una categoría.
― Según para explicar qué.
―Galleta de animalito es un término para referirme a una mujer muy corriente pero a su vez muy sabrosa.
―Eres un pendejo.
―También existe otra.
―Dímela.
―Galleta María.
―Y…¿a qué tipo de mujeres se refiere?
―A mujeres como tú.
―¿Por qué?
―Define a aquellas mujeres que por su puesto también son corrientes y sabrosas. Pero algunos creen que no lo son tanto.
―Eres un imbécil.
― ¿Por qué?
―Deberías ocupar tus sesos para otras cosas.
―Un día de estos.
Compramos los cartoncillos y subimos al vagón en dirección a indios verdes. Eran las seis menos quince de la tarde y el metro estaba atascadísimo. El sistema de trasporte público siempre apesta cuando anda saturado. A veces se me figura como un largo intestino lleno de mierda. Saqué mis audífonos y encendí el aipod. Fernanda alzó una bocina y dijo:
―Bajamos en Hidalgo. Vamos al centro.
―No me gusta el centro.
―¿Por qué? No le veo nada de malo.
―Es muy hipster.
―Ya vas a empezar con lo mismo.
―Está bien, vamos.
Durante el camino me dijo que deseaba caerle a “Rio de la plata”. Recordé que aquella cantina había cambiado bastante tan solo en un par de años. La clientela vetusta, malhablada y jacarandoza de mucho tiempo atrás había sido desplazada por una sarta de adolescentes ingenuos, petulantes y snobistas. Los papeles hoy han cambiado. El mundo sórdido y popular ha pasado a ser la preferencia de los sofisticados. Ahora los borrachos son bien vistos y las putas en las letras hacen que un sin fin de obras literarias se vendan. Los chicos que llevan sacos de pana y obtienen becas de secretarías de cultura ahora escriben sobre la calle. Desde luego, lo hacen en escritorios dentro de sus grandes casas ubicadas en fraccionamientos elegantes o en zonas de alcurnia. Por otro lado, los vagabundos simplemente han decidido acomodarse el pelo con el agua de las charcas y traer sus zapatos agujereados bien boleados. Ahora ambas clases sociales sienten pena de sí mismas. Todo el tiempo intentan aparentar que son la otra. Casi todo el mundo disfruta ser impostor.
Cuando llegamos me di cuenta que el lugar no había sido modificado en su interior. La barra y sus taburetes de la entrada seguían iguales a como los recordaba. Algunas mesas se habían colocado en un cuarto aledaño que antes servía como bodega. Quizá eso le proporcionaba un aspecto más amplio. Por lo demás, seguía siendo el mismo sitio. Tomamos una chela en la barra y después subimos a la siguiente planta. Había una mujer de no menos de cuarenta que covereaba rolas de Zaida. Permanecimos de pie para escucharla un rato. Su vos era potente y agradable. Sí que sabía tocar el teclado electrónico. Lo quiero a morir sonaba muy bien interpretada por aquella voz. Al terminar la rola nos sentamos en una mesa casi junto al baño de hombres. Estuvimos a lo largo de una hora conversando sobre nuestras más recientes relaciones. Fernanda sacó a relucir algo que pretendía decirme desde que salimos de la facultad.
―Se te va a echar a perder esa madre Alejandro ―dijo Fernanda mirándome con unos ojos como búho.
―No tiene nada de malo tener un par de meses sin follar ―respondí enturrándome fritanga en la boca.
―Yo no podría soportar ni siquiera quince días.
―No seas lengua, llevas más de quince días sin nada.
―Hoy es justamente el número catorce. No pienso pasar más tiempo así.
―No estarás pensando que..
―Ni lo sueñes mi rey. No quiero brindarte apoyo esta noche. Ramón viene en camino.
― ¿Quién es ese?
―Mi nueva conquista. Si me desaparezco contigo se me arma la grande.
―Mas bien no se te arma la única cena que tendrías hoy cariño.
―Eres un imbécil. Tienes razón.
―Mejor dispárame una cubeta de cheves.
―Saca un billete de mi bolso.
Cuando hurgué en el interior de su bolso, sentí un trozo de tela muy extraño. Era un calzón.
―¿Por qué traes una tanga dentro de tu bolso? ―le pregunté.
― Una mujer siempre debe cargar consigo un repuesto.
― ¿Por qué?
―Por si te lo rompen o por si lo pierdes. Por eso debes llevar contigo uno extra.
―Ya veo.
Reimos.
Continuamos chupando a solas hasta que llegó Ramón en compañía de unos amigos. Aquel pendejete estudiaba ciencia política. Había traído consigo a tres chicas de buen ver y un par de tipos engreídos. Sabía que me divertirían un poco o quizás los ignoraría de lleno. Después de un rato bebiendo y escuchando música comenzaron a escupir esa jerga tan insidiosa y ridícula de los politólogos. Hablaban cosas absurdas de un modo complicado. Así es la academia a veces: te enseña a complejizar cosas sencillas, no a simplificar cosas complejas.
Miré de refilón a todos. Uno de ellos que tenía el cabello un poco largo y que llevaba puesta una asquerosa camiseta de Hendrix y un pin de William Burrougs en ella me miró y me preguntó:
―¿Tú qué estudias?
―Gineco obstetricia ―respondí.
Las chicas rieron un poco.
―Suena interesante ―dijo fingidamente el palurdo.
―Sí, suena locochón ―secundó otro que tenía cuerpo escueto y frente amplia.
―Claro, lo mío es hablar de las entrañas ―dije.
Todas las chicas fingían que no escuchaban. Eran listas, sabían perfectamente lo que ocurría. Los dos quisieron reír esforzándose. Estúpidos.
Después Fernanda hizo que Ramón se sentase junto a mí. Ella quería inspeccionarlo de cerca con disimulo. Tal vez se lo va a refinar en un par de horas, me las va a pagar más tarde, pensé.
Ramón era de gran estatura, espaldas anchas, brazos voluptuosos y mentón cuadrado. Tenía un aire atlético mezclado con un rostro ingenuo. Llevaba encima una camiseta de futbol. Patético.
Las chicas tenían una apariencia mucho más relajada, Una de ellas era regordeta, de piel blanca y pecas abundantes en los hombros y el rostro. La otra usaba gafas, tenía una argolla muy delgada en el lado izquierdo del labio inferior y además sus guaraches asomaban unos dedos muy largos y delgados. Hubo otra a la que de momento no le presté atención. Desde su llegada entablaron una charla ligera. Hablaban de cosas sencillas. Jamás intentaron retomar cuestiones académicas en lugares inapropiados. De alguna forma yo siempre he sido intolerante al respecto. Jamás había aceptado el hecho de que durante las borracheras, la gente se interesase por la academia. Siempre los veía muy apáticos durante las clases como para aceptar que sacasen esas cosas durante momentos de esparcimiento. La gente siempre recurre a esas actitudes en esos momentos para encubrir su desinterés real por el mundo.
Ramón me presentó a las chicas.
Observé que Sara (la regordeta) también tenía las rodillas un poco chuecas y las manos muy bonitas. Era muy reservada. Melisa ( la de la argolla) tenía un rostro redondo que aunado a sus gafas le daban un aire intelectual. Se veía muy gentil y pensativa. Ella también tenía unas manos pequeñas y unas piernas un poco delgadas. Luego puse atención a la que había ignorado. Se llamaba Jimena. Esa chica tenía una mirada muy fija, una voz aguardientosa (un poco sexy) y una manera sutil de mover aquel cuerpo alto y esbelto. Con todo eso quedabas prendado al momento.
Para entonces ya eran alrededor de las ocho. El ambiente estaba de lujo. Bailé un par de canciones con cada una de ellas. En medio de una rola Jimena acercó sus labios a mi oído y dijo:
―Quien hubiera pensado que sabías bailar.
―¿Parece que alguien como yo no lo hace?
―Cuando llegamos supuse que eras alguien muy reservado.
―No te equivoques.
―Espero que tú tampoco
―¿A qué te refieres?
―También piensan eso de mí.
―No te preocupes, no me fio, no tengo esa clase de prejuicios.
―Es extraño. Normalmente la gente los tiene.
―Esas cosas me vienen a menos.
―Es bueno. Oye, tú no estudias ginecobstetricia.
―Ya lo sabes.
Después de otra rola nos sentamos juntos y seguimos bebiendo con el resto. De pronto, el chico de la frente amplia comenzó a hablar estupideces sobre política.
―Por supuesto, ya lo decía Aristóteles. Somos animales políticos por naturaleza. Tenemos la capacidad de discutir y decidir sobre todo lo que concierne a lo público.
―Claro ―dijo Ramón―, lo malo es que en esta sociedad hay quienes les interesa decidir y hay a quienes no.
Intenté no prestarles atención pero al final me puse atento a tanta barbajanada que argumentaban.
―Es nefasto ― continuó Ramón―, las personas no ayudan a que se fortalezcan las instituciones para así tener un buen gobierno.
De pronto Jimena dejó su chela y comenzó a intervenir
―Se equivocan ―replicó―, la política se trata de analizar sujetos y no instituciones. Quienes mueven los hilos de ese asunto son personas, no figuras metafísicas o algo así. Y esas personas tienen la perversa intención de anteponer sus deseos a costa del sufrimiento de muchos. La gente no piensa esas cosas no porque no quiera sino porque inconscientemente se les ha persuadido para que no lo hagan.
Ese comentario me dejó perplejo. La chica en verdad era lista. Luego le dio un trago a la cerveza y continuó.
―Ramón, ya te había dicho que en el tipo de sociedad que vivimos actualmente no todos podemos tomar decisiones sobre lo público. En esta etapa de la historia hay clases dominantes que impiden que se realicen las perspectivas y las decisiones de otras clases.
Aquella chica hablaba con seguridad, tranquilidad y elocuencia. Me estaba cautivando. Hacía mucho tiempo que no me pasaba algo así. No dije nada. Seguí a la expectativa.
― Claro que hay muchos grupos en esta sociedad ―respondió Ramón―. Pero a fin de cuentas todos buscan el bien común, aunque un sector se imponga sobre otro.
―Eso es mentira ―dijo Jimena―. Lo que ocurre hoy en realidad es que un sector violento y deshumanizado impone sus proyector por encima de los otros sin siquiera contemplarlos….
Justo en ese momento, su voz un poco aguardientosa se había tornado más tranquila. Se veía serena. Hablaba con
soltura y decisión. Por eso no pude reprimirme y por debajo de la mesa Cogí discretamente una de sus rodillas mientras seguía discutiendo. No se inmutó y continuó.
― …¿Sabes Ramón? Siempre hay disputas y confrontaciones donde unos grupos son más descarnados que otros…
Mientras decía todo eso yo seguía subiendo mi mano poco a poco. Ella continuó hablando. Subí despacio hasta colocar mi mano en el centro. Ella siguió hablando sin pausas. Se movía un poco pero no lo suficiente como para que los demás se diesen cuenta. Se dominó a sí misma para no delatarse. Estaba masajeándole todo el paquete sin permiso y no me reprochaba nada. Continuaba.
―…la muestra son los movimientos sociales, los partidos políticos y otras organizaciones. Esto es un campo de batalla.
Enseguida guardó silencio por unos segundos y luego suspiró. Aún con tanta presión consiguió cerrar el pico de aquellos pendejazos.
Quité mano poco a poco y luego contemplé el rostro de Jimena. Se había ruborizado por completo pero no mencionaba nada. Disimuló muy bien puesto que no se atrevió a mirarme. Ninguno en la mesa se percató. Luego regresé la mano y seguí frotando mis dedos justo a un costado del zipper de su pantalón. Por un momento pensé pedirle una disculpa. Luego me retracté y posé la mano en su cintura. Hasta la mujer más dura y suspicaz necesita una caricia de cuando en cuando, pensé.
Después estuvimos en paz un buen rato hasta que de pronto me cogió de la mano y me llevó a bailar de nuevo.
―Estás loco ―dijo sonriendo―. Tienes unas formas muy extrañas para coquetearle a las mujeres.
―Eso no fue un coqueteo ―respondí―, fue una declaración de guerra.
― Ja, ja, estás demente.
―Sería una pena que no lo estuviese.
―Seguramente sales con muchas mujeres.
―No es así.
―No te creo.
―Sigamos bailando.
―Eres un embustero.
―Es verdad.
―Bueno, calla y ponte a bailar.
Después de otras dos rolas regresamos a la mesa. Ahora aquellos papanatas hablaban de mujeres, el tema más recurrente y desconocido entre los hombres.
―Así es ―le decía Ramón al frentón―. Por eso prefiero a las chicas más feas; esas nunca se niegan. No se cotizan demasiado como tantas chicas hermosas.
―Estoy de acuerdo contigo en eso ―respondió el de la camiseta de Hendrix―. O incluso puedo decir que existe algo más grave: las mujeres feas y apretadas. Eso es intolerante.
―¿Tú qué opinas Alex? ―me preguntó Ramón tomándome desprevenido.
Lo miré unos segundos, volví a mirar hacia la pequeña pista y después respondí:
―No hay mujeres inaccesibles, sino hombres con maneras idiotas para arribarlas. La mayoría de cabrones carecen de ingenio y franqueza.
―Lo dices como si abundaran muchas mujeres a tu alrededor ―dijo Ramón con aire despectivo.
―Te equivocas ―respondí con desgano―, simplemente nunca he intentado engañarlas. Además, las chicas guapas son más accesibles de lo que ustedes piensan. Hay demasiados kamikaze que se acercan a ellas. Desde luego, siempre los repelen por ser demasiado premeditados. Sin embargo, todo ser humano está en espera de involucrarse con alguien. Eso es inevitable. Todo consiste en hacerlo honestamente. Desafortunadamente eso es algo muy difícil para muchos en estos días.
Las chicas se miraron entre sí. Jimena trasteó su bolso. Sacó un par de billetes. Me miró de nuevo y preguntó:
―¿Ya te acabaste tus chelas?
―Sí.
―Te mereces otra ronda de chelas.
―Me merezco un poco de tranquilidad con las personas, te lo aseguro.
Acercó sus labios a mi oído y dijo
―Entonces por qué hiciste lo que hiciste hace un rato.
―Tú mereces menos tranquilidad. ―dije ―Presiento que has pasado una vida demasiado tranquila.
―No puedes asegurarlo.
―Si te escandalizas por algo así, entonces lo estás asegurando.
―Sabes, aparentas ser un hombre muy despreocupado.
―No es bueno fiarse.
― ¿Te gustaría que nos viésemos luego?
― ¿Podrías?
―Vamos a bailar de nuevo.
Una hora después, mientras bailaba con Jimena, Fernanda desapareció con Ramón y los otros cretinos. Sara y Melisa partieron al terminarse la última cubeta de chelas. Salieron bastante pedas e inconformes. Cerca de las once de la noche salí del lugar con Jimena. Recorrimos parte de Bolívar, doblamos en Madero, enfilamos hasta Bellas Artes, luego transitamos por el eje central hasta llegar a la estación salto del agua y finalmente entramos al metro y nos sentamos en un andén a conversar un poco más.
―¿No te preocupa tu amiga?― preguntó Jimena posando su cabeza en mi hombro.
―¿Por qué lo preguntas?
―Es que a esos tres yo no los conozco muy bien. Sólo van en mi salón. Hoy fue la primera vez que salí con ellos.
―Preocupate mejor por esos weyes ―respondí mientras jugueteaba con su cabello entre mis dedos y olía su cuello por detrás―. No debieron fiarse del carácter tan accesible que tiene Fernanda.
―Ella tampoco debió confiar en ellos.
―Lo sé, seguro son maliciosos, pero muy ingenuos. Ella sabrá arreglárselas como siempre.
―En verdad me gustaste mucho.
―Así parece.
―Vamos a salir de nuevo.
―Ya veremos.
―Vamos a mi casa, ahora.
―Después.
―Acaso no te gusto?
―Sí.
―¿Entonces?
―No quiero, es todo.
―Búscame en la facultad. Ahora yo no salgo con nadie.
―Yo menos.
Seguimos besándonos un rato hasta que me incorporé para que ella abordara el vagón en dirección a Pantitlan. Yo me dirigí a Tacubaya y después trasbordé hacia Mixcoac. Cuando llegué a mi casa salí a buscar a los amigos. Pasé todo el fin de semana cotorreando y chupando con los cuates del barrio hasta el inicio de semana. Jamás volví a salir con Jimena.
Eran las siete de la noche del lunes y estaba tomando mi segunda clase cuando Fernanda me fue a buscar al salón. Dejé mis cosas en el pupitre y salí al pasillo.
―¿Qué paso contigo? ―le pregunté―, te fuiste sin siquiera despedirte.
―No mames wey ―respondió un poco escandalizada―, los weyes esos del viernes querían echarme montaña.
―Cuéntame.
―No mames, hace un rato charlé con un cuate que supuestamente los conoce. Me dijo que ya lo tenían pensado desde hacía tiempo.
―Típico. Tienes una peculiar reputación.
―No, en serio Ale. Incluso la morra esa, Jimena, fue cómplice.
―Ya lo sabía.
― ¿Por qué? ¿Qué tantas cosas percibiste?
En realidad fueron un par de cosas. Primero: cuando estábamos en la cantina me di cuenta de que ellos se acercaban sólo cuando yo bailaba con las morras. Segundo:cuando Jimena los estaba acicateando con el discursillo dijo algo así como Ramón, ya te había dicho que en el tipo de sociedad que vivimos. Eso fue lo que me puso atento al asunto.
―Ay, no chingues, Ale. Eres bien atento. No confías en nadie, nunca.
―Una cosa es no confiar en la gente y otra muy distinta es no fiarse a veces.
― ¿Entonces por qué me dejaste ir?
―Tú sabías que eso podía ocurrir. Te gusta perseguir el peligro. Además, confío en ti.
―Jajá, tienes razón. Pero… en verdad no puedo creerlo. La chica era muy inteligente, Ale. Incluso pensé que a ti también te había engañado.
―Hay que ser más cuidadoso con la gente lista. Ese tipo de gente es muy escaza. Pero su perversión y autodestrucción es más sofisticada.
―Sí, ya lo comprendo.
―Bueno… ¿y cómo te libraste de ellos?
―Ya sabes, fue simple. Nomás sugerí que fuésemos a chupar a otro lado antes de ir al hotel. Los puse bien pedos y fingí estar bien peda y pues justo cuando pretendían echarme encima sus pezuñas, salí a toda prisa y me metí en el metro.
―Es la segunda vez que te pasa, Fernanda. La tercera puede ser la vencida.
―Que ocurra lo que tenga que ocurrir. Por lo pronto salvé el pellejo.
―No siempre lo vas a conseguir.
Luego bajamos a la explanada, nos dirigimos a un puesto de dulces, compramos un par de tabacos y fuimos a fumar justo al pie de las escaleras principales.
― ¿Sí que te había gustado esa chica verdad? preguntó Fernanda arrojando una bocanada de humo denso.
―Bastante.
―Pero estás condenado. Siempre usarás la cabeza ante el corazón. Nunca vas a ser impulsivo.
― ¿Recuerdas a la chica de ojos claros que te mencioné?
―Sí ¿Ya la saludaste?
―Ya le escribí.
―Es increíble, pensé que no lo harías.
―No es bueno fiarse.
―Bueno, regresa a la clase. Ese profe no te quiere. Deberías ser menos respondón.
―Algún día cambiaré.
―Cuando termine tu clase pasas a buscarme.
― ¿Para qué?
―Es lunes. Quiero hacer San lunes. Vamos a las chelas de Copilco.
―No sé.
―Ándale, no quiero ir sola. Quedé con un nuevo prospecto.
―Ahí vamos de nuevo.
―No seas gacho, di que sí.
―Salgo a las siete treinta. Paso por ti a esa hora.

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