viernes, 12 de agosto de 2011

Ya vendrá


Alexis Móndrigo estaba trazando un tache en una cuadrícula dibujada sobre una hoja en blanco. Tenía ganas de escribir pero no hallaba sobre qué.
Estaba a la mesa. Se llevó a la boca un vaso con agua, subió el volumen de la radio y se reclinó de lleno en el respaldo de la silla con las manos sobre la nuca. Al fin decidió entrar al juego. Sabía que escribir consistía en permanecer horas quieto en la silla para crear algo que pudiese leerse en tan solo un par de minutos. Hacía tiempo había abortado el trabajo y la escuela. Entendió que necesitaba libertad de tiempo y no tiempo libre. No resultaría nada fácil. Cortázar había nacido entre monumentales libreros ayudado por Verne y otros tantos; Rulfo creció con las fantásticas historias que le contaba de cuando en cuando el tío Celerino. Y él, simplemente estuvo todo el tiempo entre escandalosas rencillas por el importe del recibo de la luz y los partidos dominicales de futbol. Había pasado mucho tiempo de su vida bajo la sombra del árbol de la cuadra de enfrente matando el tiempo y dentro de discusiones absurdas por saber quién iba a ser el que le diese el último trago a la última cuba de mezcal.
Sabía perfectamente que Vargasllosa había viajado en su juventud a España contemplando ensoñadores paisajes y asimilando otras culturas; y que Borges había conocido muchas partes del mundo desde su pudiente infancia, nutriéndose así de otras perspectivas. Y él, sencillamente amenudo no cargaba ni siquiera con lo suficiente para adquirir dos cartones del metro. No conocía los viajes suntuosos. No conocía los beneficios de la vida acomodada para facilitar la creación. Sin embargo, no podía evitarlo. Dentro de sí contenía la inigualable inquietud por hacerlo. No contaba con una formación refinada pero sí con muchas experiencias de otro tipo. Cayó en la cuenta de que se escribe no por placer sino por necesidad. Tocaron el timbre. Salió a cerciorarse. Era Toribio.
―Qué pedo mijo ―dijo Alexis.
―Qué pasó― respondió Toribio―. ¿Qué haces?
―NADA EN REALIDAD.
Se fueron directo hasta la sala. Alexis bajó un poco el volumen de la radio. Toribio se acercó al librero. Contempló unos minutos ese amplio librero.
― ¿Has leído todo eso?
―Sí.
― ¿Y por qué no habías escrito desde hacía tiempo?
― Me dediqué a vivir a medias. Además, no es lo mismo.
―Pero si has leído muchísimo.
― Aunque va de la mano, leer y escribir no es la misma cosa.
― No comprendo.
― Para escribir debes leer.
―Ajá.
―Para leer debes escribir.
―Sí.
―Pero no puedes escribir SÓLO por que lees.
―Entiendo.
―Y no puedes leer SÓLO por que escribes.
―Ah, ahora no lo veo tan claro.
―Es como si fuesen dos borrachos que se abrazan caminando por el barrio. Se sostienen mutuamente todo el tiempo para no caerse, pero nunca se besan. Bueno, la mayor parte del tiempo, ja, ja. Uno depende del otro aunque no se mezclen del todo.
―¿Has escrito algo bueno últimamente?
―Nunca he escrito algo bueno.
―Ya lo conseguirás. La verdad es que le dedicas mucho tiempo a esto.
―No es suficiente.
― Pero si te vienes arreglando la vida de forma muy austera para hacerlo.
―Eso es un obstáculo también. He sido muy necio.
― Poe vivía de los desperdicios. Marx murió en la miseria. La mayoría de los buenos se abrieron camino entre la basura.
―El problema es que ahora ni siquiera uno podría vivir de la basura, viejo. Si intentase coger siquiera un poco, seguramente uno de los miles de pepenadores hambrientos que abundan me soltaría un mordisco más tremendo que el de una rata. La miseria de hoy es mas aguda en todas sus dimensiones a decir de otros tiempos.
―Entiendo.
Alexis fue al refrigerador y abrió la puerta. Sólo había recortes de jamón y otros embutidos envueltos en una péqueña bolsa de plástico. Los residuos de las carnes frías prácticamente tienen precio simbólico en el súper.
―Tus relatos son un poco crudos ―dijo Toribio.
―Eso no es nada nuevo ―respondió Alexis.
―Lo sé, es solo que podrías sacarle más provecho. Lo sucio se viene vendiendo muy bien.
―Dirás que se vende «lo que aparenta ser sucio.»
―Los escritores de hoy que escriben prosa sucia adquieren mucha resonancia y tienen mucho auge.
―Esos jamás se han envuelto en una rasposa y pulguienta cobija o han podido conciliar el sueño en un cacharro abandonado. Sólo echan mano de sus inmundos excesos.
―Tú escribes parecido.
―Sólo cuento lo que me ha sucedido, no lo que imagino y ADORNO como ellos. Además, ellos relatan una degeneración que les complace.
―¿Y tú?
― La suciedad que desespera, creo.
Toribio se sentó a la mesa y encendió la computadora.
― ¿Por qué no usas una máquina de escribir?
―A los vecinos los aturde. No soportan el repiqueteo de ese viejo artefacto.
― ¿Por qué sigues viviendo aquí?
―De alguna u otra forma, aunque estén deschavetados, mis viejos amigos siguen siendo mi estímulo.
¿Necesitas de las personas?
―Claro, de CIERTO tipo de personas. De lo contrario, moriría en un par de días si no fuese así. Además, casi todos ellos están pendientes de mí. Si no fuese así, estaría aniquilado enseguida. Soy demasiado despreocupado de mí mismo.
Toribio volvió a mirar la pantalla.
―Amigo, tú también usas el chat.
―Desde luego. Ya no vivimos en la época de Dostoievski.
―Seguro.
Toribio inspeccionó las fotos de los contactos de Alexis.
―Tienes muchas jainas buenas.
―Es el nuevo truco de las ediciones. Casi todas en persona son un fiasco.
Las ventanas de conversación comenzaron a cubrir la pantalla.
―No chingues, muchas rucas te hablan por esta madre ―dijo Toribio.
―Sólo pretenden incitarte, no hagas caso ―respondió Alexis.
―Seguramente aún sigues siendo muy afortunado con las morras.
―Eso ya es agua pasada.
―Tal vez lo sigas siendo.
―¿Acaso ves alguna por aquí?
―Ay no chingues. Seguramente sales continuamente con ellas.
―Cierra eso de una buena vez.
¿Pero por qué sigues manteniéndolas como contactos?
―A muchas les agrada la bazofia que escribo. Uno no puede escribir si no hay nadie que se interese por leerlo.
― ¿Sólo por eso las mantienes cerca?
―A veces suelen ser buenas chicas cuando no se insinúan.
― ¿Pero no existe algo más?
― A veces son agradables compañías durante las veces que salgo a caminar.
―Entiendo.
―Si permites que el aburrimiento se apodere de ti, estás en apuros.
―Podrías dedicarte quizá a otras cosas.
―No puedo siquiera lavar bien los trastos. Al menos desperdicio el tiempo en algo en donde sé de antemano que nunca seré bueno.
―Pero lo sigues haciendo.
―Se ha convertido en una necesidad.
Toribio siguió rebuscando en el monitor y Alexis fue a prepararse otra torta con los residuos de las carnes.
―Mira ―dijo Toribio―, una chica dice que ya tiene el libro que quería obsequiarte.
―Dile que puede dármelo cuando ella quiera.
―¿Acaso siempre te las arreglas para incitarlas a que te obsequien cosas?
―Yo les brindo palabras, ellas me brindan palabras impresas. Cada cual obtiene ciertas satisfacciones.
― ¿Y te las tiras?
―Cada cual obtiene lo que desea en realidad.
― ¿Sí o no?
―Me obsequian buenos libros.
Toribio se puso de nuevo a pegar el ojo en el monitor.
―Deja eso ―dijo Alexis―, vamos a la tienda.
Llegaron y reunieron unas monedas para comprar sólo fritanga. Al salir se toparon con una chica.
―Hola Alexis ―dijo la chica ( muy guarra, por cierto.)
―Hola Fany ―Respondió Alexis―, te presento a Toribio.
―Hola Toribio.
―Hola Fany.
La chica miró anonadada a Alexis.
―Cuéntame algo.
―Para eso está la porquería que escribo.
―¿Cómo has estado?
―Si quieres verme más tarde sólo dilo.
―Te veo a las nueve fuera de tu casa, puntual.
Toribio abrió una bolsa de chicharrones y comenzó a devorarlos.
―Está buena ―dijo Toribio.
―Vamos a casa.
Al retornar se sentaron y Alexis le subió un poco de nuevo al la radio.
―José pronto publicará su libro ―dijo Toribio.
―En hora buena ¿Cómo se llamará?
―Elegía en las sombras.
―Está arruinado.
―Aseguran que será bueno.
―Sé a qué te refieres. Será aburrido y fantasioso.
―José escribe muy bien.
―Demasiada ortografía y sintaxis; vacío al fin y al cabo.
―Intuyen que será prometedor.
―Claro, para quienes gustan que les digan todo el tiempo mucho de nada.
―Tú dominas muchas más palabras que José. Lo sabes.
―Quieres que hable como él y diga ¿«Estoy en el patíbulo de la escritura» o «Lo que debe encontrarse en la escritura es la epítome de la experiencia»?
―Podrías.
―Demasiada pretensión. Mucho entusiasmo y muy pocas cosas por contar.
―Pero no podrás negar que ESCRIBE BIEN.
―Escribir es saber acomodar bien sencillo lo que se piensa Y SE SIENTE TODO EL TIEMPO.
Luego estuvieron sentados en silencio un buen rato. Alexis siguió escuchando la radio trazando más cuadrículas donde dibujaba círculos y cruces.
―Me voy ―dijo Toribio―. Ya casi son las nueve.
―Aguarda, te esperan a las nueve.
― ¿Ah? Pero si…
―Anda, relévame.
―Está bien, esperaré a la entrada un poco y después te veo.
Luego Alexis fue al baño y cuando regresó al poco rato volvió a sentarse a la mesa. Cambió la hoja del cuaderno que tenia encima. Ya eran las nueve con quince. Le subió de nuevo a la radio. Trazó otra de las tantas cuadrículas sobre el papel y dibujó un círculo para iniciar. Estaba encorvado. Quería contar algo. Deseaba que no tardase demasiado en llegar. Después de todo ya llegará. Sí, ya vendrá, pensó.

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