sábado, 13 de agosto de 2011

Pasa todo el tiempo.


Cierta noche estábamos en casa de Fernando. Todos ellos comenzaron a hablar sobre mujeres mientras esperábamos a que llegase Javier.
―Están absolutamente dementes ―dijo Martín mientras cogía una Tecate que estaba sobre la mesa y limpiaba la boquilla con su camisa.
―No es tan drástico ―añadió Fernando que andaba recostado sobre la alfombra de la sala―. Suelen alterarse un poco pero después de todo, también hay en ellas cosas formidables.
―Eso dices ―dijo Rubén pegado al televisor sin apartar la vista del partido de futbol―. En el fondo estás preocupado. Últimamente has pensado que Tania te abandonará pronto. Por eso opinas de esa forma.
―Ambos tienen razón ―agregó Jorge al salir de la cocina con un envase de nutella en la mano―. Las mujeres cuentan con algunas cosas formidables. Pero no me cabe la menor duda de que están completamente enloquecidas.
―Por eso no tienes morra Martín ―añadió Fernando―. Eres demasiado extremista. Y será mejor que tú te calles Rubén. No deberías opinar. Susana dispone de ti todo el tiempo, suceda lo que suceda. Es demasiado utilitaria contigo. Siempre te espía o te busca cuando necesita resolver sus propios asuntos. Jamás se interesa por tus inquietudes. No eres capaz de reprocharle lo egoísta que es contigo. Te recuerdo que hoy estás con nosotros sólo porque le mentiste. Supuestamente tú vas rumbo a casa de tus abuelos. El gran hermano te vigila, viejo. Eso no tiene nada de formidable.
―No es tan drástico ―dijo Rubén―. Siempre hemos acordado que cada uno tenga su espacio.
―Nada de eso ― dijo Jorge―. Quien solamente tiene su espacio es ella Rubén.
Será mejor que también cierres el pico Jorge ―dijo Rubén―, creo que tampoco es tan saludable que una pareja se separe y luego se reconcilie de nuevo en menos de dos semanas. Eso es enfermizo.
Todas las parejas suelen tener problemas ―declaró Jorge.
Claro ―pronunció Martín―, siempre y cuando SEAN UNA PAREJA DE VERDAD. Ustedes dos se comportan como un par de esquizofrénicos. Son bastante ridículos.
Yo estaba a la mesa escuchando. No dije nada. Estaba checando la lista de reproducción de un aipod.
―Bueno ―dijo Jorge―, acepto que Marcela se pone difícil a veces. Pienso que eso siempre ocurre cuando no tenemos sexo a menudo.
Es cierto ―dijo Martín―, la mente de las mujeres gira en torno al sexo todo el tiempo. En ese aspecto son idénticas a los hombres. En cuanto uno deja de trabajarlas de ese modo se ponen histéricas. Son demasiado dependientes de eso. Incluso mucho más que nosotros.
―Es cierto ―dijo Rubén―, se vuelven completamente irritables. Matarían por un buen polvo. No podrían sobrevivir un par de meses sin una buena cogida.
―Y tu sin un lado de la cama frio ―dijo Jorge.
Se escucharon risas.
―Pero… también a las mujeres les encanta sentirse sometidas durante gran parte del tiempo ―dijo Rubén.
―Sí, esto se trata de dominación ―dijo Martín.
―Lo único que Martín domina es su mano ―dijo Jorge.
―Se equivocan ―dijo Fernando―. Ahora que lo pienso, lo que más necesitan es que uno les ofrezca un buen trato de vez en cuando.
―Claro ―dijo Jorge―, también les encanta la cortesía. Siempre esperan sentirse halagadas, atendidas… esas cosas,
ya saben.
― ¿Tú qué opinas Alex? ―preguntó Martín.
―Está bueno el nuevo disco de Beirut ―respondí.
Entonces todos se amodorraron en torno al sofá.
―A las mujeres todo les aburre enseguida ―dijo Martín―. No se lo toman demasiado en serio.
― ¿Qué es lo que no se toman en serio? ―preguntó Jorge
―Me refiero a las relaciones y lo que uno hace por ellas ―respondió Martín.
―Tienen razón ―dijo Fernando―, en cualquier momento te desechan.
―Son demasiado desconsideradas con nosotros ―dijo Fernando.
―Y uno contribuye a que así lo sigan siendo ―respondió Rubén.
―Ustedes conceden demasiado ― añadió Martín.
―La verdad es que no existen mujeres cuerdas y honestas ―declaró Jorge.
―Ingenuos, ellas siempre encuentran la forma de engatusarlos ―dijo Martín―. Y en cuanto lo consiguen, se aprovechan hasta las últimas consecuencias.
―Es cierto ―dijo Fernando.
―Todo consiste en no concederles demasiado ―dijo Martín.
―Y aunque les cumplieses todo, siempre se encontrarían insatisfechas en todos los sentidos ― dijo Jorge―. Hagas lo que hagas, jamás las complacerás del todo.
―Así es viejo ―secundó Rubén―, hagas lo que hagas jamás estarán complacidas.
Rubén se levantó del sillón, fue a la cocina, cogió una botella de güisqui, sacó unos vasos y regresó al sillón enseguida.
Transcurrió una hora más o menos en la que Rubén sirvió unas tres rondas.
― ¿Han pensado a qué se deba esto? ―preguntó Fernando después de dar un sorbo al cuarto vaso que Rubén le había alcanzado― Ya saben, el por qué son así las mujeres.
―Seguro es por sus constantes cambios hormonales ―respondió Jorge.
―Todo viene de sus padres ―dijo Rubén―, son hábitos que los padres le transmiten a la mujer.
―Supongo que también afecta la clase de amistades que tienen ―aseveró Fernando.
―Son demasiado impulsivas ―dijo Rubén.
―Y demasiado inseguras ―dijo Martín
―Y demasiado volubles ―añadió Jorge.
―Y demasiado testarudas ―agregó Rubén.
Jorge se incorporó y fue por unos hielos a la cocina. Regresó con hielos y cervezas al instante.
Nunca han deseado igualdad ―aseguró Martín―. Lo único que persiguen en realidad es imponerse ante el hombre.
―Siempre dicen que son muy sensibles ―dijo Fernando―. Pero en realidad, son más frívolas que un hombre.
―Todo lo que han dicho es cierto ―exclamó Jorge―. El otro día Marcela me armó tremendo zafarrancho en la plaza. Debieron estar ahí. Se volvió una auténtica fiera. Me lanzó directo a la cara todo lo que traía en sus manos. Comenzó
a gritonearme frente a todos como una desquiciada. Por un momento pensé que lo hacía por la simple satisfacción de humillarme. Fue todo un espectáculo.
― ¿Y por qué lo hizo? ―preguntó Martín.
―Sólo lo hizo porque la chica del puesto de churros me sonrió un poco ―Dijo Jorge.
―Hace días Tania me corrió de su casa ―dijo Fernando.
―Eso es común ―añadió Rubén.
―Pero no si lo hacen a las tres de la mañana ―respondió Fernando.
― ¿Pues qué le hiciste? ―preguntó Jorge.
―Aún no lo entiendo ―respondió Fernando―. Habíamos visto El club de la pelea esa noche. Reímos todo el tiempo y charlamos unas cuantas cosas de su trabajo y de la escuela. Luego nos fuimos a dormir alrededor de las dos. Y una hora más tarde, mientras regresaba del baño, simplemente me miró con extrañeza, se levantó y sin nada de tacto me dijo que me fuera de su casa. Ni siquiera pude recoger mis cosas. Sólo dejó que me pusiese los pantalones y los tenis y en menos de lo imaginado me sacó a empujones.
―Son más rudas que uno, viejo ―respondió Martín.
Fernando sirvió una ronda más.
―Hace un par de meses Susana se excedió demasiado ―dijo Rubén.
― ¿Pues qué hiciste? ―preguntó Jorge.
―Estábamos en su casa comiendo ―comenzó a contar Rubén―. Dieron las cuatro y todo marchaba de lujo. De pronto, ella tomó la correa del perro y me pidió que lo sacara a dar un paseo. Desde luego que accedí al instante. Así que fui por el animal que apenas había terminado de comer.
―Ajá ―exclamó Martín atento.
―Bueno ―continuó Rubén―, el caso es que en el momento que abrí la puerta, el peludo animal se me zafó de la correa y salió disparado.
―Suele suceder ―respondió Fernando.
―Salí tras él a toda prisa ―dijo Rubén―. Por supuesto Susana iba detrás.
―Lógico― respondió Jorge.
―Pero iba gritoneándome a todo pulmón una gran lista de majaderías― aclaró Ruben.
―Pero si ella suele ser muy tranquila ―afirmó Jorge.
―Pues aquel día demostró lo contrario ―dijo Rubén―. Yo no sabía dónde meter el rostro. Por más de dos horas fue gritándome todo cuanto se le ocurría. Se volvió completamente desquiciada. Lo peor de todo es que en cuanto encontramos al animal, también comenzó a gritonearle. Después de eso, tardó más de dos semanas para hablar conmigo y perdonarme.
―Entonces tu mujer está chiflada amigo ―dijo Martín.
―Vaya que sí ―respondió Rubén.
―Marcela me ha bajado del coche en muchas ocasiones ―dijo Jorge.
―Eso suelen hacer las malditas ―dijo Martín.
―¡Pero no en plena madrugada! ―contestó Jorge― Aquel día regresábamos de una aburrida cena con sus padres.
A mitad del camino se detuvo y simplemente me dijo que me bajara.
―¿Pero no discutiste con ella? ―preguntó Martín.
―Sólo le comenté que hubiese sido mejor quedarnos en casa ese día.
Martín se incorporó, cogió los vasos de todos, sirvió otra ronda, fue a la cocina y regresó enseguida con otra botella. Pasaban de las once y Javier aún no daba señas. Todos parecían haberse puesto algo borrachos.
―A mí, Tania me ha dejado un sinfín de veces solo a mitad de una fiesta― dijo Fernando.
―Creo que a todos nosotros nos ha ocurrido algo así ―dijo Rubén.
―Seguro que a ti también te ha pasado Alex ¿No es así? ―me preguntó Jorge.
― Pongan videos musicales. Los programas de la tele me aburren ―respondí.
―No seas antipático ―me dijo Fernando.
―No me gusta la televisión abierta ―respondí.
―No es eso viejo. Opina sobre lo que estamos comentando ―respondió Fernando.
―¿Qué puede comprender Alejandro? ―dijo Martín―, si nunca ha tenido una chica por más de dos meses.
―Déjenlo ―dijo Rubén― ¿Acaso no han entendido que es el chico que nunca se enamora?
―Es cierto ―dijo Martín―, siempre andas por ahí con esa imagen de duro, engreído y desinteresado por las chicas.
―No creo que buscar rucas todo el tiempo sea una afición ―dije.
―Pero eres demasiado falso ―dijo Jorge―. Yo he visto como de vez en cuando sales con unas cuantas chicas
―Todo el mundo lo hace ―respondí.
―Pero tú aparentas que lo haces como si fuese una tormentosa obligación ―dijo Rubén.
―Creo que todos ustedes ya se encuentran algo pedos ―respondí.
Fernando fue el siguiente en levantarse y descorchar otra botella de güisqui. Continuaron alegando de una forma graciosa. Arrastraban las palabras al pronunciarlas.
―Las mujeres deberían estar confinadas sólo a la cocina ―dijo Martín
―Sólo son un agujero placentero ―dijo Jorge.
― Son unos malditos vampiros que te chupan las energías ―dijo Fernando.
― Y siempre se disgustan cuando uno tiene mejores ideas ―dijo Jorge
― ¡Sí! ―Exclamó Rubén― Siempre se molestan cuando uno es más inteligente.
―Quieren controlar el destino del hombre a como dé lugar ―exclamó Martín.
―Además son perversas y aburridas ―dijo Fernando.
Dejaron a un lado los vasos. Paulatinamente iban circulado otra botella que Fernando había escondido en la cocina.
―No tienen corazón ―dijo Rubén.
―Ni tripas ―pronunció Martín.
―Ni mucho menos cerebro ―añadió Jorge.
―Nunca entienden, nunca entenderán ―dijo Fernando.
―Creo que por eso no tienes vieja, Martín ― dijo Jorge―, eres tan malo como una mujer.
Todos desataron fuertes risas.
―Pero no soy el único ―respondió Martín―. También miren a Alejandro.
―Sí, no me hagan a un lado ―dije sin observarlos mientras tenía un audífono puesto.
―Deberíamos buscarnos otras chicas ―dijo Jorge.
―Sí, eso sería lo más conveniente ―respondió Fernando.
― Creo que portamos el suficiente talento como para seducir a unas cuantas morras ―dijo Rubén.
― Deberíamos poner manos a la obra ―agregó Martín.
―Sólo basta con pronunciar cerca de sus oídos lo que quieren escuchar ―dijo Martín.
―Sí, TODOS SABEMOS LO QUE ELLAS QUIEREN ―dijo Fernando―. Con un simple pensamiento caen en redondo. Eso no es nada difícil.
―«Para seducir a una persona, no es necesario expresar lo que desea escuchar, sino mencionar lo que nunca ha pensado» ―supuse en silencio mientras seguía inspeccionado las canciones del aipod.
Todos guardaron silencio por unos cuantos minutos. Luego Fernando habló de nuevo.
―Las mujeres son la causa de nuestra perdición y fracaso amigos.
Todos menearon la cabeza en señal de aprobación.
Entonces sonó mi teléfono. Coloqué el aipod sobre la mesa, lo saqué de mi bolsillo trasero, desplegué la tapa y respondí:
―Bueno…
― ¿Qué pasó contigo Ale? ―preguntó una voz femenina.
― ¿Quién habla? ―pregunté.
―Soy yo, Marcela.
― ¿Qué hubo chaparra?
―Pues nada. Sólo recordé la charla que tuvimos hace días y pues decidí darte las gracias.
― ¿A esta hora? ¿Por qué?
―Pues por… escucharme. Tenía que contarle a un amigo los arranques de celos, las infidelidades, las escenas y todo lo demás que ha hecho Jorge. A veces no comprendo a los hombres. Se propasó el día que me armó el escándalo en la plaza. Hubieses visto su rostro. Me celó por todo el camino hasta que explotó. Y después ese berrinche cuando se bajó a medio camino por lo mal que la pasó en la cena de mis padres… De nuevo, gracias Ale.
―Seguro, no hay falla.
―En verdad muchas gracias por escuchar.
―Es lo que hago todo el tiempo.
― ¿Tú crees que esos hijos de puta se estén aprovechando de que estamos disgustadas con ellos?
―No lo creo.
― ¿Qué piensas tú al respecto?
Seguramente al rato les llamarán.
―¿Estás seguro?
―Estoy convencido.
―Lo sé. Por cierto… estoy con Tania y Susana. Ellas también te dan las gracias.
― Por nada.
―Supongo que Susana también te contó cómo Rubén es bien aprensivo y no la deja un solo instante. Y también cómo dejó escapar aquella vez al perro a propósito. El muy cabrón le pegaba, lo odiaba. Aquel día se descaró el sinvergüenza. Y no hablemos de Fernando y el día que Tania lo corrió de su casa a plena madrugada. Lo cachó cuando él fue al baño. El muy animal tenía en el celular muchísimos mensajes de otra chica diciendo lo bien que la habían pasado dos noches antes. Eso es ser un cínico.
―Seguro
―Los dejaremos, de verdad los dejaremos, Alex.
―Te creo.
―En verdad, es lo último que soportaremos.
―Seguro.
― ¿Y qué haces?
―Escuchando una conversación ridícula.
― ¿Con quién?
―Con unos amigos.
― ¿Y de qué hablan?
― Del miedo a la soledad en algunas personas y las maneras tan ridículas como suelen manifestarlo.
― Oh, ya veo. Bueno… pensaba si tal vez quieras venir un rato a mi casa. Ahora.
―No lo sé.
―Sólo estamos nosotras tres.
―Entiendo.
― ¿Qué dices?
―No lo creo.
¿Por qué?
―Tendría la impresión de seguir escuchando la misma conversación.
― ¡Pues con mucha más razón!
―No puedo.
― ¿Y eso? ¿No confías en nosotras?
―No.
― ¿Por qué?
―No confío en cierta clase de mujeres y en cierto tipo de hombres.
― ¿Entonces no vendrás por lo que ha pasado con tus amigos?
―No es por eso.
― ¿Entonces?
―Se me acaba de ocurrir algo para contar.
― ¿Es importante?
―Creo que sí
― ¿Por qué?
―Pasa todo el tiempo.
― ¿Y por eso es importante?
―Supongo que sí.
―Nos haces falta
― ¿Por qué?
―Porque simplemente haces las preguntas correctas.
―Eso creo. Pero será otro día.
―Pues tú te lo pierdes.
―Seguro.
Colgué.
― ¿Quién era? ―Preguntó Jorge.
―Una loca ―respondí.
―Los locos siempre te rodean amigo ―dijo Fernando.
―Tú lo has dicho ―le contesté.
Tomé mi chamarra de la silla, dejé abandonado el aipod sobre la mesa y me despedí.
Todos siguieron con esa conversación acalorada.
Fernando vivía a tres calles de la mía, así que antes de llegar a casa decidí pasar a un OXXO para comprar unos tabacos.
Al aguardar en la fila de la caja una mano me cogió del hombro y me volví. Era Javier.
―Qué pedo puto ―dijo Javier― ¿Ya no irás al billar con nosotros?
―No creo, ya no tengo ánimos. Además llegas muy tarde wey.
―Es que estaba conversando con Carolina.
― ¿Por fin se mandaron a la verga?
―No wey. Por primera vez me puse a escucharla de verdad. Vaya que se sorprendió. Cambió demasiado en ese momento. Yo también le conté todo. Ella también me escuchó. Todo fue muy tranquilo. Gracias por el consejo Ale.
―Sería bueno que regresases con ella.
― ¿Por qué lo dices?
―Seguramente esos weyes están a punto de buscar a sus morras.
― ¿Ya se reconciliaron?
―Siempre es pura pantomima.
―Por cierto… Fernanda y Viridiana te están buscando desde hace días.
― ¿Sí?
―Eres un hijo de puta.
― ¿Por qué?
―No tengo idea de cómo lo consigues.
― ¿De qué hablas?
―Olvídalo.
―Está bien.
―Bueno… a ver si nos topamos en la semana para patinar.
―Seguro.
―Yo pago tus tabacos wey.
―Bien.
Javier se acercó a la caja y pagó lo de ambos. Luego me dio un fuerte abrazo y corrió rumbo a casa de Carolina. Me senté un momento en la entrada del OXXO. Le di una prolongada calada al tabaco. Luego sofoqué la cereza incandescente en el suelo y me puse a caminar.
Hace tiempo que no escribo absolutamente ni madres, pensé.
Me encaminé a casa.
Es muy bueno a veces caminar por las noches y escuchar sólo tus pasos, pensé.

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