viernes, 19 de agosto de 2011

Supongo que ya no hay otro lugar.


Aquel día fue el último que estuve en la preparatoria. Las clases habían concluido unas horas antes y sólo me restaba verificar algunas calificaciones con los maestros. Prácticamente yo ya había saldado cuentas con ese sitio. Después de cinco años agonizantes me las arreglé para aprobar las materias que faltaban. Al fin me había puesto ducho para los exámenes y salir de ahí. Después de mucho tiempo logré sentirme un poco complacido por ese insignificante logro.
Así que durante esa tarde deambulé por la escuela sin pensar nada en particular. Aún no me preocupaba el asunto de la universidad. Pensaba que quizás continuase estudiando o tal vez no. La verdad es que en ese momento no tenía ninguna clase de proyectos en puerta, idealizaciones prometedoras o sencillamente una perspectiva alentadora en mi vida. Había conseguido terminar la prepa y no había nada más que me importase por el momento.
En aquella tarde muchos alumnos se aglomeraron en el patio. A la mayoría le invadió un sentimiento de nostalgia. Muchos decidieron permanecer ahí para prolongar los últimos momentos. Fue un poco triste.
Justo a las cinco de la tarde yo estaba caminando por el pasillo de los salones principales. Anduve rondando por todos lados para despedirme de los amigos. De repente di vuelta para dirigirme a la explanada y entonces vi a lo lejos a Valeria. Estaba sentada en un masetero con sus amigas. Parecía que conversaban acaloradamente. Valeria había sido mi mejor amiga durante todos esos años. Era una chica muy pasiva y responsable. Siempre hacía mis tareas cuando estaba a punto de reprobar. También disparaba el chupe cuando estaba crudo o patrocinaba mi almuerzo cuando no tenía ningún clavo en la bolsa. Siempre fue muy buena conmigo. A veces discutíamos muy fuerte pero nos reconciliábamos enseguida. Ella estaba al tanto de casi todos mis líos con las mujeres y todos mis desfiguros en las borracheras. Aunque compartíamos cosas similares, también teníamos diversiones distintas. No me recriminaba nada en absoluto. Nunca acudíamos juntos a los mismos lugares y tampoco teníamos amistades en común. Nunca habíamos intimado. Siempre tomamos distancia en ese sentido. De alguna forma obteníamos lo suficiente estando juntos de ese modo.
Me detuve y permanecí inmóvil a unos cuantos metros de donde ella estaba. En cuanto me reconoció esbozó una conmovedora sonrisa, pospuso su conversación y se precipitó hacia mí.
―Por fin llegó el último día ―dijo al proporcionarme un tibio abrazo.
―Supongo que así debe ser ―respondí apartándome un poco y cogiéndola por los hombros.
―Supongo que sí ―agregó después.
Estuve mirándola cierto tiempo. Me di cuenta que tenía una mirada triste. Ya había visto antes esos ojos. Siempre que tenía algún mal sentimental mostraba esa mirada. No le dije nada. Pensé qué podía hacer por ella para remediar la situación. Entonces decidí proponerle algo.
― Oye, qué tal si damos una vuelta por ahí ―dije―. No sé. Tal vez estaría chido andar por algún lugar en estos momentos.
Valeria me miró extrañada por unos segundos. Luego su rostro reflejó una mueca de incomprensión. Al final sonrió un poco y dijo:
―Creo que durante todo este tiempo no hemos salido juntos. No entiendo por qué quieres hacerlo ahora. Pero de todos modos está bien. Sólo espera a que rectifique una calificación con el último profe y nos vamos.
Ella tenía razón. Hacía bastante tiempo que no salíamos. Además, nuestros breves encuentros siempre se efectuaban en lugares bastante casuales. A veces íbamos a las tiendas de discos para matar el tiempo. En otras ocasiones solíamos visitar librerías. En realidad, ninguno había tenido la intención de invitar al otro a paseos de otro tipo.
Aguardé una hora más o menos. Cuando salió del aula fuimos haciendo camino hacia el metro.
― ¿Y bien? ―preguntó de pronto―, ¿hacia dónde quieres ir?
―Pues no lo sé exactamente ―respondí―. La verdad es que sólo quería pasarla contigo un rato.
―Pero sería bueno dirigirnos a un lugar ―respondió.
― ¿Qué te parece si subimos al metro y bajamos hasta la terminal?
―No lo sé.
―A veces no deberíamos pensar demasiado.
―Está bien, vamos.
Durante cierta parte del camino estuve observándola. Hasta entonces no había notado la profundidad de sus ojos castaños. Tampoco me había fijado en su cabello. Lo tenía demasiado ondulado, denso y oscuro. Mucho menos me había percatado de algunas pecas difuminadas por su nariz y mejillas. De igual forma no estaba al tanto de esa sonrisa atrayente que dibujaba cada vez que terminaba un comentario. O de esos ruidos que hacía aspirando saliva con la lengua y el paladar. Eso lo hacía siempre que se ponía nerviosa. No estaba seguro de qué era lo más lindo en ella. Pero hasta entonces caí en cuenta de que en general era una mujer agraciada y encantadora.
Después de caminar unos veinte minutos arribamos al metro. El vagón iba lleno y hacía demasiado calor. Charlamos largo rato. Hicimos un breve recuento sobre cosas del pasado. En cierto momento recliné la cabeza a la ventanilla y quedé dormido a medias.
Cuando desperté me di cuenta que apenas íbamos a llegar a la terminal. Observé unos segundos a Valeria. También se había dormido. Su cabello crespo y profundo le cubría una mejilla. Dormía muy apacible. Las facciones de su rostro permanecían relajadas. Su respiración era demasiado sincrónica. De alguna forma todo eso le confería un aire tranquilo. Además noté que llevaba colgando un precioso collar con un pequeño caracol en medio.
Antes de llegar me acerqué un poco, envolví su mano con la mía, dándole intermitentes apretones con el pulgar y le dije muy quedito: «Valeria, ya vamos a bajar». Al instante ella abrió los ojos y se los talló con el dorso de sus manos. Sólo me cogió del bazo y sonrió. Salimos.
Una vez fuera del metro hicimos camino sobre la avenida. En lo personal yo no reconocía esos rumbos. De todas formas decidí caminar en línea recta. Mi única intención en ese momento era que ella estuviese conmigo. La tarde estaba cayendo. El cielo se tornaba de tonos rojizos y violetas. Las luces de los negocios situados a ambos lados de la avenida se encendían. Había mayor afluencia de gente. La mayoría salía de sus miserables empleos de diez o quizás doce horas. Hoy es un lujo trabajar menos de nueve horas.
A veces Valeria no me aguantaba el paso. Entonces giraba sobre mis tobillos, la miraba complacido y simplemente esperaba a que me alcanzase. Yo tenía una sensación irresistible por ir a su lado y escucharla. A ratos ella permanecía absorta en algún aparador o simplemente se detenía para contemplar los alrededores. Comprendí que a estas alturas del asunto aún le fascinaba el mundo. En lo personal, me agradan bastante las personas que aún no pierden la fascinación por lo cotidiano.
Echamos a andar más o menos un par de horas. De pronto me prendió del brazo y me preguntó algo que jamás habíamos tocado a tema:
―Oye ale, ¿qué piensas sobre el amor?
Al principio me quedé en silencio. Pero ella persistió demasiado. Así que le seguí el juego y empecé a responderle.
―Pienso que es parte esencial de la vida ―respondí al tiempo que pateaba por la acera un bote de frutsi.
―Eso ya lo sé ― exclamó―, eso es muy general. Lo que quiero saber es qué piensas tú cuando se presenta en tu vida.
―Intento no hablar demasiado de eso.
― ¿Por qué?
―Porque la mayoría de las veces yo soy quien se atormenta demasiado.
― ¿Y eso a qué se debe?
―El amor me roba las energías.
― ¿Quieres decir que es algo que te consume?
―Sólo me roba energía de más.

Continuamos caminando por más de media hora. De repente, Valeria frenó en un puesto de tacos ambulante y pidió una orden de tres. No tuve más remedio que esperar a que se los jambara.
Menos mal que no llueve ―dije―. Últimamente los días se han puesto difíciles.
―Deja de hacer comentarios evasivos, ale ―respondió Valeria―. Respóndeme lo que has estado evadiendo todo este rato.
A veces pienso que es una especie de energía que se acumula― comencé a responder mientras ella daba pequeñas mordidas a su taco―. No se trata e un placer habitual o un “sentimiento” especial. Seguramente todo se trata de un interés incondicional. Seguramente se trata de una creciente pasión por procurar a otra persona.
―Vaya ―exclamó―, no esperaba que respondieses de esa manera. Aún así, ¿No crees que esto se trata de dar y recibir?
―No lo creo.
― ¿Por qué?
Porque no se trata de equivalencias o sensaciones que se correspondan. Eso a veces disfraza un interés perverso y egoísta.
― ¿Entonces piensas que se trata de conceder todo el tiempo?
―Se trata de ofrecer al otro lo que podría ser muy provechoso en su vida interior y exterior.
― ¿Pero si ocurriera que te rechazan?
―Desafortunadamente eso ya no es tu problema. Puedes elegir a quién ofrecer ciertas cosas. Pero no puedes asegurar que causen el impacto que esperas.
―Ya veo.
Valeria pidió otros tacos. Para ser tan esbelta comía compulsivamente. Entonces de modo inesperado me fijé en ella una vez más. Tenía un rostro tan pleno. Era demasiado graciosa y además de todo suficientemente franca. La miré despacio. Me esforcé para no delatarme. Su cuerpo curvilíneo era impresionante. Su semblante demasiado relajado hacía que le tuviese mucha confianza. La mirada triste de al principio aún no desaparecía. Miré de nuevo el collar con ese caracol. Era estupendo.
―Más vale que te pongas listo― me dijo con una mirada sospechosa.
― ¿Para qué? ―le pregunté.
Entonces me cogió absolutamente desprevenido. Se había levantado a toda prisa. Corrió lo más rápido que pudo dejándome embarcado con la cuenta. Su risa chillona se escuchaba perfectamente a distancia. El mesero se quedó atónito mirándola salir disparada. Algunos comensales también miraron hacía donde ella se dirigía. Entonces aproveché la distracción para salir huyendo. Troté a paso moderado. Cuando volví la vista y noté que nos seguían aumenté la velocidad. En pocos segundos alcancé a Valeria y le propuse que subiésemos a un camión sólo para despistar. Ella hizo señas y subimos a uno que afortunadamente se aproximaba. Bajamos a unas diez cuadras más adelante y continuamos apretando el paso alrededor de una hora. Para entonces la noche había sustituido a la tarde. El cielo parecía purpureo y la luna se alzaba refulgente en un tono amarillento. Estábamos exhaustos. Después hicimos escala en un seven y permanecimos dentro una hora mientras tomábamos café.
― ¿Alguna vez has hecho todo eso que me has dicho? ―preguntó mientras sorbía del vaso de unicel.
― ¿A qué te refieres? ―respondí mordiendo un cuernito relleno de chocolate.
―Cuando has sentido algo así por alguien.
―Parece que mi estado tan desequilibrado no te convence.
Reímos mientras empañábamos con el vaho de nuestras bocas el vidrio que estaba colocado a un lado de la banca donde nos habíamos sentado. Luego fumamos un tabaco a la entrada y continuamos caminando.
El camino se iba tornando cada vez más desolado. Ya casi no mirábamos negocios abiertos. Parecía que todo el mundo dormía temprano. Miré mi reloj. Ya eran cerca de las once. No conseguiríamos regresar al metro a tiempo. Así que seguimos caminando en medio de esa desolada avenida buscando una vinatería.
―Podemos tomar un taxi ―le sugerí.
―Despreocúpate, podemos seguir caminando ―respondió.
Vagamos por más de tres horas hasta que encontramos una vinatería y compramos un litro de anís. Fuimos bebiéndolo a ratos hasta que dieron más o menos las cuatro. Poco más tarde encontramos un gualmart y elegimos sentarnos un rato a un costado del estacionamiento. Estábamos muy agotados. Ya eran las cinco. Valeria rompió el hielo de nuevo.
―Siempre me sorprende lo que haces ―dijo.
― ¿Ahora a qué te refieres?
―No sé. Tal vez lo digo porque jamás pensé estar en la calle a estas horas contigo.
―Bueno, no es para tanto ¿Qué te ha hecho suponer eso?
―Supongo que tu manera tan despreocupada de relacionarte con las personas.
―Así que también piensas que soy despreocupado.
―En parte.
―Supongo que algo tengo de eso.
―Aunque debo decir que siempre me la paso bien contigo. Bueno, para ser honesta, yo creí que eras muy frio y despreocupado.
― ¿Desde que nos conocimos?
―Sí, siempre he tenido eso en mente.
―Te equivocas.
―Lo sé. Pero ya no puedo pensar de otro modo.
―Entiendo.
―Además, siempre pensé que eso era algo increíble en ti.
― ¿A qué viene eso?
―Yo siempre he sido muy dedicada a la escuela. Y tú en cambio has hecho lo que has querido. Eres relativamente libre para tomar tus decisiones.
―No del todo. A veces no tienes alternativa.
―No lo comprendo.
―A veces cometes actos por el simple hecho de que no hay otra opción por el momento.
―Es fácil para ti decirlo. Nadie te dice lo mal que andas o lo que deberías hacer.
―Eso es lamentable.
― ¿Por qué? Yo pienso que es estupendo.
―Todo lo que hagas recae en tus manos. Sólo en tus manos.
― ¿Y eso qué tiene de negativo?
―Podrías hacer mucho daño bajo una situación así.
―Ahora entiendo por qué no te involucras con las mujeres como deberías.
― ¿Sí?
―Eres una buena persona. Temes hacer daño.
―Pero casi siempre lo hago.
― ¿Ah sí?
―Tú dímelo.
―La verdad es que últimamente he sentido que ha pasado largo tiempo desde que estuvimos juntos por última vez.
― ¿Ahora me explico?
―Sé a qué te refieres.
―Eso ha sido muy egoísta de mi parte. Deberíamos pasar más tiempo, juntos.
―No te preocupes, no tiene tanta importancia. La verdad es que me ha gustado pasarla así contigo.
― ¿De verdad?
Valeria no respondió. Seguimos caminando hasta que encontramos un puente. Inmediatamente subimos y nos quedamos de pie justo a la mitad. Podíamos mirar cierta parte de la ciudad. El horizonte ya estaba clareando. Permanecimos un buen rato contemplándolo. Después Valeria dijo algo muy desconsolador.
―La próxima semana me voy a vivir a otro lado. Ya sabes. La universidad queda muy lejos de donde vivo ahora. Mi papá rentó un departamento cerca de la escuela.
―De alguna forma lo intuía.
― ¿Lo sabías?
―No, sólo supuse que por algo así estarías conmigo el día de hoy.
― ¿Entonces por eso decidiste estar conmigo el día de hoy?
―Por una extraña razón, sólo quería estar contigo en alguna parte. Me di cuenta que sólo quería eso.
Valeria permaneció en silencio durante unos minutos. Se cogía el cabello como si estuviese angustiada. No me daba el rostro. De pronto me miró inquieta y dijo:
―Me acuerdo cuando nos conocimos en el salón. Siempre me sentaba a dos bancas de distancia y te admiraba. Ahora que me lo has explicado, creo que yo siempre te he amado. Pero ahora…
― ¿Es el tipo ese que te busca en las horas libres, verdad?
―Lo sabes.
―Siempre te observo cuando vas caminando junto a él.
―Bueno… ―murmuró Valeria mirando hacia el suelo.
―Ya lo sabía.
Entonces Valeria cerró los ojos por un momento, apretó el borde de su playera con ambas manos y dijo:
―Ya está aclarando el día. Regresemos. Supongo que ya no hay otro lugar a donde podamos ir juntos.
Me limité a mirarla muy contrariado. Tenía ganas de tomarla por los brazos y abrazarla. Me lamenté por no haberme dado cuenta desde mucho antes. Sólo esbocé una leve sonrisa. Dimos la vuelta. Ya estábamos de regreso.
A la semana siguiente me enteré que su casa estaba desocupada. No nos despedimos en persona. Sólo le envié un mensaje deseándole un buen futuro.
Después de un tiempo decidí ingresar a la universidad. Durante mi primer día, una chica que no paraba de hablar en clase se acercó y comenzó a entablar conversación. Curiosamente llevaba un caracol en una pulsera.
―Estoy muy nerviosa ―dijo―, el primer día es difícil.
― ¿Ah, sí?
― ¿Tú no estás nervioso?
―No es para tanto.
―Pareces un poco frio.
―No lo soy.
― ¿Enserio?
―Ya lo verás.
La miré un poco. No estaba nada mal. Además era muy bocafloja y entusiasta. Eso me agradaba.
―Me llamo Claudia ―dijo.
―Alejandro ―respondí.
―Bueno, ¿entonces te sentarás junto a mí el resto del día?
―Si eso te hace sentir bien, sí.
―Claro.
―Me gusta el caracol que llevas en la muñeca.
―Me lo obsequió un viejo amor.
―Ya veo, para mí algunos recuerdos son tormentosos.
―No siempre. Sobre todo cuando propicias mejores.
―Supongo que sí.
―Perdón que te lo diga pero… tienes unos ojos muy bonitos.
―Y tú la mirada.
― ¿Cómo es mi mirada?
―Un poco triste.
―Tengo la extraña sensación de que vamos a congeniar muy bien.
―Tal vez.
―El salón está atascado. Supongo que ya no hay otro lugar para nosotros. Si nos movemos de aquí, seguramente no vamos a alcanzar banca en la siguiente clase.
― Tal vez sí encontremos un lugar.
― ¿Para los dos?
―Sí, para los dos.

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