domingo, 21 de agosto de 2011

Juro que no vuelvo a hacerlo (Parte II)


II.
Media hora más tarde alguien llegó por nosotros. Una lindura de cabellera castaña, gran estatura y nalgas regulares se acercó y con un tono casi inexpresivo preguntó si éramos los nuevos. Todos asentimos. Entonces colocó sobre sus labios la punta del bolígrafo que sostenía entre sus dedos y dijo:
―Acérquense, agilicemos esto para concluir a tiempo.
Subimos a un elevador muy ancho. Era semejante a esos de los hospitales para trasladar camillas. Ascendió cinco pisos aproximadamente. La chica mencionó que el edificio se rentaba por muchísimas empresas y que a nosotros sólo nos correspondía el quinto. La parte del elevador que daba al exterior era completamente de cristal grueso. Podía verse un buen tramo de esa zona. Una extensa nata grisácea rozaba los edificios a lo lejos. Me confortó un poco el lindo gris de la capital. Cuando nos bajamos observé inmediatamente que el sitio estaba absolutamente repleto de cubículos estrechos. Parecía un amplio corral subdividido por numerosos tramos de tablaroca. Como es común, imaginé a una extensa camada de cerdos amontonados. La chica fue asignando gradualmente los lugares a la par de ofrecer indicaciones someras. Cuando sólo restábamos otro chico y yo, se detuvo frente a ambos y dijo:
―Ustedes vienen conmigo a la oficina.
Me sorprendió demasiada consideración. Me limité a mirarla y al percibir mi desconcierto dijo:
― Ustedes van con los encargados de las ideas.
― ¿Y por qué yo? ―le cuestioné inmediatamente.
―Veamos… ―musitó mientras inspeccionaba incómoda un manojo de hojas que llevaba consigo en una carpeta robusta.
Pensé que tal vez me endilgarían la intendencia o algo por el estilo. La chica se torno a mí de nuevo y dijo sonriendo:
― !Ah¡, sí. Al parecer, tú fuiste el chico con el puntaje más alto en las pruebas de la agencia enviadas por e-mail.
―Pero sólo era un simple test ―respondí―. ¿No es así?
―Eres muy creativo.
―Sólo me divertí un poco. Me gusta balbucear basura.
― Pues han considerado que tu basura podría servir de algo aquí.
― Claro, comerciar basura es lo más jugoso hoy en día.
Volvió a darnos la espalda y nos condujo entre esos cubículos hasta detenernos frente a una simple puerta de madera. Aquel primor giró el pomo y señaló con una cortesía de fantasía que entrásemos.
El interior del cuarto era amplio y austero. Sólo había una mesa rectangular de tamaño considerable, algunas sillas esparcidas y un par de archiveros de metal bastante añejos. De inmediato cogí la silla que tenía más cerca, la arrimé al centro de la mesa y me senté a esperar. Al fondo de la mesa se encontraban cuatro tipos agrupados discutiendo algo en voz baja. Uno de ellos entornó la cabeza y me miró un instante, luego regresó a su charla. El otro chico que llegó conmigo se quedó de pie todo el tiempo. Encendí de nuevo la música. Me puse de nuevo los audífonos para evitar una charla tensa con él. Algo más tarde alguien me tocó el hombro. Para entonces ya había escuchado un disco completo. Me quité un audífono y enseguida escuché la voz de aquel hombre que se fijó en mí cuando recién llegamos.
― Qué tal ―exclamó con amabilidad.
―Hola ―respondí terminante.
― ¿Y tú eres?
―El nuevo.
― Jajá. Lo sé, pero tu nombre es…
―Alejandro.
―Muy bien Alex. Yo soy Aquiles, el jefe de este asunto. Oye ¿Tienes alguna idea respecto a tu función en este nuevo empleo?
―No del todo.
―Pues es sencillo. Sólo debes hacer lo de siempre.
― ¿De verdad?
―Así es.
―Ya veo, entonces también tendré que seguir bañando al gato, separar la ropa blanca y de color, destapar el lavabo, tirar la basura, lavar con pinol el piso…
El tipo me miró y rio incontrolable.
― Ja, já. No precisamente. Quiero decir… ESO que haces fuera de las cosas rutinarias.
― ¿A qué te refieres?
― Pues a lo que acabas de hacer. A soltar todas esas ocurrencias en los momentos insospechados.
―Ah, las tonterías ―farfullé.
―Yo le llamaría ingenio.
―Pues yo sigo opinando lo contrario.
―Pongamos un ejemplo.
―Está bien.
Después siguió el mismo procedimiento con el otro chico. Se llamaba Pablo. No escuché muy bien lo que respondió.
El resto de los que se encontraban en el lugar me miraban estupefactos y de inmediato guardaron silencio. Pablo aún seguía de pie.
―Seguro que puedes pensar en un buen eslogan ―dijo Aquiles―. Mmm, no sé, ¿tal vez para una clínica de abortos?
―No lo sé.
―Seguro algo te viene a la mente en este momento.
― Podría ser… « Lo hacemos tan divertido que garantizamos sacarte el niño que llevas dentro».
La oficina se inundó de risas.
― ¿Lo ves? ―dijo Aquiles―, a eso me refería exactamente.
― No pensé que eso fuese trascendental.
― En realidad no lo es. Pero de cualquier forma, deja jugosos dividendos. Sólo mira la televisión.
―Yo sigo siendo un miserable.
―Por ahora.
El tipo se acercó y frotó mi cabeza con una mano como si yo aparentase ser un cachorro y después regresó a su lugar. Luego inició un discurso bastante aburrido.
―Bueno, para que lo sepan, en esta agencia similar a muchas otras, nos encargamos de brindar a nuestros empleados, atractivos estímulos acorde al potencial de rendimiento.
―Claro ―interrumpí fingiendo un carraspeo―. Somos como una especia de albañiles a destajo. Obtienes el pago acorde a lo que realices.
―Yo no lo llamaría de esa forma ―respondió un poco irritado.
―Desde luego que no. En la universidad te enseñan a emplear innumerables eufemismos.
― ¿Eufe… qué?
―Lo siento. Pensé en voz alta. Continúe.
―Como todos saben, el tiempo de trabajo estipulado es de NUEVE horas, pero en caso de que se requiera, tendrá que prolongarse respecto a la situación en la que nos encontremos.
―Es decir ―volví a interrumpir―, siempre saldremos tarde ¿ No es así?.
El resto de los chicos me miraban aterrorizados. Apenas trascurría mi primer día y ya mostraba discrepancias. Aquiles guardó silencio de repente por unos segundos y enseguida me dijo:
―Eres un hombre con carácter.
―Cínico diría yo.
―Seguramente tu actitud te ha ocasionado bastantes problemas.
―Por eso este es mi primer empleo formal.
―A pesar de eso me agradas. Es más, podría decir que tu constante actitud confrontativa puede ser muy provechosa para esta agencia.
―Seguro.
―Tienes convicción.
― ¿Por eso aún continuo subsistiendo como pordiosero?
―Bueno… pasemos a otro asunto. Te voy a presentar a tus nuevos compañeros y colaboradores.
Hizo un ademán para que el resto se acercase. Dos de ellos vestían demasiado anticuados. Parecían dobles de Cesar costa en papá soltero. O tal vez se asemejaban mucho más a un estereotipado estudiante de Harvard en las películas hollywoodenses. Vestían suéter a cuadros ―remangado― camisa lisa, pantalones de gabardina y zapatos con suela de cuero. Seguramente eran de esa clase de papanatas que enmarcan su título universitario y empotran reconocimientos ridículos alrededor de la sala. El otro manifestaba el síndrome del genio libertino: Vestía un suéter liso ―de diseñador― muy delgado, vaqueros, converse, gafas con montura de pasta, desfajado y con una actitud fingidamente desinteresada. Después de todo, su aspecto reflejaba que siempre había sido un chico de casa. No me impresionaban. Los tenía identificados desde hacía mucho.
―Bueno ―dijo Aquiles―, ellos son Andrik y Tadeo.
Luego señaló a un costado.
― Y él es Luciano.
Los tres tenían típicos nombres clasemedieros.
―Hola ―pronunciaron coordinadamente. Fue repugnante.
―Qué hay ―respondí resignado.
―Bueno, espetó Aquiles ―ellos también tienen en sus manos la misma responsabilidad que tú.
―Menos mal que la responsabilidad de las idioteces es en conjunto.
Poco más tarde se levantó con un gesto afable y mientras se alejaba dijo que nos vería más tarde.
―Y bien ―dije a esos tres―, díganme en qué consiste todo esto.
Me miraron molestos mientras ponían sobre la mesa unos cuadernillos.
―Todo es simple ―dijo Luciano―, coge una libreta, piensa en algo, escríbelo, y al final nosotros le damos el visto bueno.
Los demás asintieron. Pablo aún no abría la boca.
Cogí un cuadernillo, una pluma y un listado con algunas empresas y negocios que requerían de los servicios de la agencia. Había de todo en el listado; desde pequeñas cafeterías hasta descomunales consorcios multinacionales.
Me senté de nuevo. Sabía perfectamente de qué iba el giro. Sólo debía hacer lo que siempre había hecho en las pedas callejeras, en mitad de ciertas clases, cuando miraba un filme o simplemente cuando conversaba: plasmar esas simples asociaciones mentales con afán incómodo o gracioso.
Transcurrieron unos veinte minutos cuando ya tenía una hoja atestada de frases. Los demás no tenían siquiera la primera línea. Ese era su mayor impedimento: dejar que la paciencia se apoderase de ellos. Cuando hay mucha paciencia no hay necesidad, y si no hay necesidad, la voluntad y el ingenio jamás despiertan.
― ¿Ya tienes algo Alex? ―de pronto preguntó Luciano.
―Seguro ―respondí.
―Veamos…
Todos se aglomeraron en torno a mí y empezaron a leer.
Camotes poblanos La china: «Directos del carrito de la felicidad.»
Alta repostería alemana Auschwitz «Los hornos que se enmiendan con dulzura.»…
Tras leer el resto, sus rostros se degeneraron en horrendas muecas de desaprobación.
―Perdón ―exclamó Luciano―, pero… ¿No te parece que son un poco inadecuadas?
―Sólo hice lo que me pidieron que hiciera.
―Sí, claro. Aunque… ¿sabes? A veces las cosas necesitan un poco de seriedad.
―Eso es lo que menos necesita una vida arruinada.
― Por favor, no entablemos una conversación existencialista.
―Claro, es fácil para ti. Tú te sientes desafortunado cuando el auto no circula y tienes que llegar al trabajo en taxi. En todo caso, yo tampoco tengo la intención de sostener una discusión de ese tipo. Me he olvidado bastante de la existencia al estar rodeado por una tanda de pensadores de poca monta.
― ¿Poca… qué?
― ¿Lo ves?
―Aún así, me temo que deberás ser un poco más serio.
Justo entonces Aquiles atravesó la puerta. Traía consigo unos amplios cartelones enrollados.
― ¿Y bien? ―preguntó― ¿Cómo va la cosa por aquí? ¿Se han acoplado?
Todos se abalanzaron al jefe como unas endemoniadas rémoras.
Pues surgieron un poco de discrepancias Aquiles ―dijo Luciano.
― ¿Por qué motivo? ―preguntó Aquiles.
―Corrobórelo usted mismo ―respondió Tadeo.
El jefe cogió la libreta y comenzó a escudriñarla con un gesto incógnito.
―Me parece muy divertido ―aseguró.
Todos se quedaron totalmente paralizados por su declaración.
―Pero Aquiles ―cuestionó Luciano―, no podemos mostrar a los clientes ese TIPO DE TRABAJO a los clientes. Eso es muy absurdo e irreverente. Podríamos perder en corto plazo a muchos clientes potenciales. Eso no representa en lo absoluto un trabajo serio.
―Desde luego que no ―expresó Aquiles.
―¿ Entonces qué hacemos? ―preguntó Tadeo.
―Simple― dijo Aquiles ―pulir un poco los aportes de Alex.
― ¿Estás seguro de que podemos conseguirlo CON ESO?
―Claro. Sólo tendrán que ajustar el material de un modo menos irónico y… listo, eso será todo.
―No creo conseguirlo.
―Desde luego que lo harán. Ustedes están enteramente habituados a colocar palabras correctamente aunque no digan mucho. El chico aporta mucha más materia prima que ustedes en conjunto. Ustedes no trabajen con la forma de expresarse del chico, sino con la esencia que hay detrás de sus ironías.
Miré a Aquiles. Me dejó sorprendido. El sujeto estaba alegremente loco.
Enseguida miró sus cartelones y después dijo:
―Ahora dediquémonos a la corrección de estos afiches.
Retorné a mi silla y seguí escribiendo disparates bastante despreocupado. Comprendí que no hay nada en particular dentro del mundo de la publicidad. Me despojé de esa idea que tenía sobre ella. Antes pensaba que detrás de un slogan de calzado deportivo o de un promocional de tabacos se encontraba un conjunto de mentes prominentes. Pensaba todo el tiempo que quizás muchos intelectuales o especialistas en semiótica u otras disciplinas se encargaban de esas impresionantes síntesis en los mensajes breves y profundos en la publicidad. No fue así. En realidad, la publicidad se encuentra en manos de gente entusiasta que pretende hacer pasar su auténtica estupidez como imaginación desbordante o creatividad elocuente.
Más tarde Aquiles abandonó su trabajo en la mesa acercándose a mí de nuevo.
―No puedo creerlo ―dijo complacido―, en verdad me resulta sorprendente la cantidad de cosas tan ironizantes que logras generar. ¿Alguna vez has pensado cómo lo consigues?
― Sí, es simple. «Soy totalmente del barrio».
Todos escucharon al tiempo que escandalizaban el lugar con sus carcajadas.
― ¿Y eso en realidad ha determinado en gran medida tu talento?
―No es talento jefe ―dije―, es una consecuencia.
―Has tenido un estilo de vida interesante.
―Es sencillo ironizar la barbarie cuando la experimentas a menudo. Es difícil cuando sólo la imaginas o la intuyes.
―Si lo deseas, podrías dar un paseo por el lugar para que lo conozcas sin tanta prisa.
―Pero apenas han pasado un par de horas desde que llegué.
―Eso no es problema. Has hecho suficiente por el día de hoy. Podrías tomarte el día si lo deseas. Te lo has ganado.
― ¿Significa que me estás despidiendo?
―No,no,no. Me has malinterpretado. Por el momento hay suficiente material para trabajar lo. Si te parece, también puedes auxiliar a alguien con sus labores en los cubículos de afuera.
Entonces, solté el bolígrafo, la libreta y me incorporé encaminándome a la puerta. Una vez lejos de esa oficina, eché un vistazo general y me dispuse a recorrer de nuevo esos pasillos. Caminé despacio mirando cada uno de ellos. Algunos estaban completamente vacíos. Otros tenían una pila desordenada de documentos, libros, fotocopias y notas. Aquella zona era mixta. Había muchos hombres y mujeres confinados a labores muy tediosas en esos espacios estrechos. El trabajo sedentario acaba con el hombre.
A unos cuantos lugares más adelante se escuchaba el vago rumor de una melodía que yo conocía muy bien. Apreté el paso por aquel pasillo hasta dar con el lugar correcto de donde provenía. Las diminutas y potentes bocinas de una computadora hacían sonar Here comes the man de los Pixies. En el monitor había desplegada una hoja de cálculo en Excel y frente a esta un chico corpulento con una mano sobre un desparramadero de notas y la otra justo sobre la nuca.
―Es una buena rola ―dije mientras tomaba una silla giratoria del cubículo contiguo.
―Así es ―respondió complacido―, es un hit permanente.
―Ya lo creo.
El chico rejuntó las notas.
― ¿Eres nuevo? ―preguntó.
―Sí ―respondí.
― ¿Y qué haces por aquí a estas horas?
―Tengo libre el resto del día.
―Seguro estás con los de creatividad.
― ¿Es tan obvio?
―Claro, normalmente esos sólo vienen unas cuantas horas y permanecen sentados todo el tiempo conversando infinidad de locuras. Y encima de todo, son los que reciben mayores regalías en este sitio.
―Eso no puedo asegurarlo aún. Es mi primer día.
―Ya verás. Aunque si lo comparamos, sigue siendo una miseria.
―Eso sí te lo creo. Somos las auténticas putas baratas.
―Por supuesto.
― ¿Y tú qué haces aquí?
―Soy uno de los contadores.
―Seguro te has vuelto loco. Los números son la perdición.
―También los libros, viejo.
―Pero la locura matemática es muy distinta a la locura literaria.
―Suena interesante. Explícamelo.
―En las matemáticas se busca precisión, exactitud. En la literatura por el contrario se busca la claridad que no es lo mismo que precisión.
―Eso seguro resulta todo un embrollo.
―A veces.
Tomé un pequeño cubo de plástico que contenía bolígrafos. Cogí uno y lo balanceé entre mis dedos.
―Si quieres puedo ayudarte ―dije.
―No te preocupes ―respondió―, ya casi termino.
―Parece que tienes mucho trabajo todo el tiempo.
―No estés tan seguro. La mayor parte del tiempo no hay mucho que hacer al respecto. A veces durante una semana intentas perder el tiempo sólo en cosas que puedan distraerte y a la siguiente llega a tus manos una sobrecarga de pendientes. Todo para resolverlo por supuesto en tres días.
―Me lo imagino.
―Varía demasiado este asunto. Es agobiante.
―El ocio es de lo más agobiante para el hombre. Incluso más que una enfermedad. O tal vez sea una enfermedad desapercibida.
― ¿Por qué será?
―porque la gente evita pensar todo el tiempo.
―No podrías pensar todo el tiempo.
Te equivocas. Pensamos todo el tiempo. La gente siempre busca OCUPARSE EN ALGO que le impida cuestionarse a sí mismo.
― ¿Lo crees?
―Desde luego. Temen encararse a sí mismos. Les atemoriza demasiado concebir cómo son en realidad.
― Es cierto.
―Eligen estar en la cocina, trabajar hasta muy tarde, hacer ejercicio, practicar algún deporte, aprender manualidades, o salir a bailar por las noches. Se aterran de sí mismos y huyen del espejo.
―Eres un chico interesante y amable. Estarás poco tiempo en este lugar.
―Bueno, es hora de seguir el recorrido. Te veré después.
Me incorporé y seguí explorando. Avancé unas cuantas filas cuando de pronto topé a un grupo de chicas repantigadas sobre un par de cubículos. A juzgar por sus risotadas, supuse que se lo pasaban estupendo. Enmudecieron inmediatamente al aproximarme. Algunas me miraron desdeñosas y otras con expectación. Jamás me pasó por la mente que sólo bastaría un rato junto a ellas para afirmar que las mujeres de oficina son seres muy crueles, inconscientes y completamente orates.

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